Ender Arenas: “El monstruo que nos acechaba en la oscuridad”

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Durante los primeros años de esto que se llamó “la revolución bolivariana” y con Chávez, en sus años de esplendor como conductor de la misma, los venezolanos nos acostumbramos, bueno, una parte significativa de la sociedad venezolana, la que adhirió al chavismo ( y eran muchos) a caminar en círculos y ya se sabe que “un prisionero que camina en círculo no se sabe encarcelado” y ha sido ahora, veinte y tantos después cuando se ha dado de cabeza en los muros que Chávez levanto y que Maduro pretende levantar más alto.

El golpe que el venezolano se ha dado le ha rebelado algo que había dejado de percibir de tanto caminar en círculo: la existencia de la libertad.

Claro, los venezolanos no somos inocentes de la deriva autoritaria que lo ha sometido durante un cuarto de siglo. Durante cuarenta años, la dirigencia gobernante, organizó el orden social político y económico del país dentro de un modelo en la que “la democracia se identificó con la democracia liberal, es decir con un sistema político en el que conviven la celebración de elecciones libres y justas sustentada con los principios del liberalismo constitucional, es decir, bajo el imperio de la ley, la división de poderes y la protección de los derechos humanos”.

En 1998 seducidos por Chávez las  mayorías optaron por un modelo que llega al poder por los votos que le dieron legitimidad y legalidad pero que, una vez, instalados en el poder y constituirse en orden, colapso a las instituciones y a la constitución que le permitieron hacerse del gobierno.

Democracia iliberal la llamaron algunos teóricos, régimen con pretensión autoritaria, pero no dictadura, dijo alguna vez Teodoro Petkoff. Y así fue inicialmente, porque la bonanza petrolera le permitió construir su legitimidad por la dádiva.

Pero, ojo, con Chávez en el poder el régimen ya era una dictadura. Él, pretendió ser, y de hecho lo fue, el único y verdadero protagonista del proceso. Y cambió la naturaleza de las dictaduras: deslavó la arquitectura institucional del Estado y su régimen ya no era la tradicional dictadura donde el orden se imponía por las armas (estas siguieron siendo el último recurso), pero sus aparatos de Estado asumieron un carácter de poder dictatorial, cuyo papel fundamental fue el de cambiar los resultados que la gente podía darse en contra del régimen, sin disparar un tiro.

Chávez muere en 2013 y con ella llega al poder Maduro. ¿Que se decía, entonces, de Maduro? Cosas realmente buenas, preocupados todos por la eventual radicalización del proceso, muchos analistas y opinadores y sectores de la oposición preferían a Maduro en lugar, por ejemplo, de Cabello, y le dedicaron sus mejores frases, por ejemplo: “Él es Buena gente a diferencia de Cabello”, “Con él se puede dialogar”, “Tiene sangre ligera”, “Y lo que es simpático es vaina, eso nadie se lo puede negar. Es hasta bromista”.  De aquel Maduro, del que todos hablaban de sus puntos a favor para ser un gobernante preferible a todos los otros los candidatos que podían optar a la herencia del muerto solo persisten de que es un tipo alto y que tiene bigote, que como dice Barrera Tyszka, no son atributos de un líder.

Su incapacidad para gobernar colocando al país por debajo de un umbral crítico por más de 10 años, han ido quitándole capas como una enorme cebolla y lo han dejado al desnudo. Eso si, perfeccionó, lo peor de la herencia que le dejó Chávez: los aparatos de poder autoritario y con ellos ha podido “gobernar”, fundamentalmente, cambiando resultados electorales y judicializando la política.

Todo eso funcionó hasta que cometió el error de cálculo más grande cometido en la historia electoral del país: un fraude electoral descomunal, cuyo resultado verdadero fue una victoria aplastante del candidato opositor, Edmundo Gonzales Urrutia con 70% de los votos contra el 30 %. Ante lo evidente, Maduro y su régimen, acompañaron la persistencia del fraude con un golpe de Estado que todavía mantiene en desarrollo.

De aquella dictadura chavista que se manejó a través de los aparatos de poder autoritario, volcados a la administración de los resultados, para enmascararlos, maquillarlos y, llegado el caso, cambiarlos, Maduro, la trastocó en la dictadura pura y dura que es hoy con un ejercicio a escala ampliada de la violencia y violación de los derechos humanos.

La cuestión es que la dictadura siempre estuvo allí. El monstruo siempre estuvo allí, primero con Chávez, encubriendo, ocultando, disimulando, y después con Maduro fingiendo, aparentando, representando y simulando. El monstruo siempre estuvo acechando en la oscuridad. Solo que ahora los venezolanos han encendido una luz y estoy seguro que mañana cuando amanezca el dinosaurio ya no estará allí.

@enderarenas