Marcelo Morán: Segundo velorio Aapshana en Guarero

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Desde mi infancia quise escribir sobre mis tíos e incluso no recuerdo cuántas veces lo intenté rompiendo no sé cuántas hojas de cuadernos buscando el tono apropiado para encauzar aquel osado relato, pero nunca lo conseguí. Quería de esa manera ingenua agradecer el cariño que me prodigaban y recordarlos para siempre en una historia que merece ser contada en  un auditorio como el que tendrá lugar el 31 de agosto  y 1 de septiembre en Guarero (municipio Guajira del estado Zulia) con ocasión de honrarse los restos de mis tíos Rafael Simón, María Lucinda, María Regina y los de mi hermano Luis Emiro, Calata, a través del ritual más sagrado de la tradición wayuu.

Esa actividad es organizada desde hace dos años por mi hermana Dellanira Polanco, que ha asumido el rol de matrona de esta segunda generación con mucho acierto para convocar a la familia Aapshana, dispersa hoy por la vasta geografía colombiana y venezolana, como reafirmación de este ritual sagrado que constituye además el último compromiso en Guarero con los difuntos mencionados.

Según el cronista e investigador wayuu, profesor Lenín Alfonzo González Aapshana, el segundo velorio permite que el alma del difunto viaje de Jepirra (adonde ha ido a morar después de la muerte física) a la eternidad; el viaje definitivo, siguiendo la ruta de la Vía Láctea. “De allí regresara un día convertido en lluvia matinal, dadora de la vida que sustentará la siembra para beneplácito de la descendencia”, añadió el escritor nativo de Guarero.

Jepirra es una morada espiritual que no queda en el más allá como se conoce en el mundo occidental o en otras culturas amerindias, sino en un plano físico, real. Se encuentra ubicado en un paradisíaco lugar de la geografía colombiana, llamado Cabo de la Vela desde los tiempos de Alonso de Ojeda. Una vez que los restos sean exhumados y velados para luego ser sepultados al cabo de varios días, las almas partirán  para emprender  el viaje cósmico a la eternidad.

Este ritual será el mismo que tendrá lugar en Guarero para despedir a mis familiares, y de los que haré a continuación unas pequeñas semblanzas.

Rafael Simón Polanco

Nació en Paraguaipoa el 14 de agosto de 1935. Estudio primaria en el colegio Federal Guajira bajo la dirección del maestro Quintín Flores. Inquieto por continuar sus estudios secundarios y universitarios, mantenía comunicación epistolar con su hermano José Antonio, quien se había establecido en Caracas a partir de 1950 para cumplir con el servicio militar. Después de salir del cuartel Conejo Blanco en 1952 y especializarse con equipos de telecomunicaciones, José Antonio consiguió trabajo como técnico en la CANTV. Ese mismo año la corporación fue nacionalizada, y José Antonio formó parte de la directiva fundacional del sindicato; condiciones que halló muy propicias para que su hermano Rafael Simón viajara en 1953 (a los diecisiete años) desde Paraguaipoa acompañado del docente y luego periodista, profesor Andrés Hernández.

Gracias a la influencia de su hermano, Rafael Simón fue enrolado en la CANTV, en el departamento de relaciones públicas, donde fue abriéndose paso y decantándose en seguida por el periodismo. De modo que siguió estudios de bachillerato libre, y al cabo de poco tiempo, se inscribió en la Escuela Nacional de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela (UCV) que tenía un pensum de dos años de duración.  Pero el entusiasmo que destilaba Rafael Simón por hacerse de una carrera universitaria se desvaneció en seguida, porque a mediados de esa década el gobierno de Marcos Pérez Jiménez cerró la UCV. Por fortuna, ya estaba afiliado a la Asociación Venezolana de Periodistas (predecesora del CNP Colegio Nacional de Periodistas) y pudo ejercer sin problema el mejor oficio del mundo.

Tío Simón se casó con Angela Gladis Pérez, una hermosa morena caraqueña de la que nacieron Edgar Armando,  Wunúpata Ransay, , Rafael Simón Rhazes Iziquio, Yakov Manuel, José Ermilo, William Simón y Zuliveidy del Carmen.

En 1957 comenzó a laborar en Últimas Noticias como reportero y al cabo de un año llegó a ocupar la jefatura de redacción. De allí pasó al diario El Nacional, después a La Religión y más adelante llegó a formar parte del periódico La Tarde. Luego ejerció el periodismo institucional llegando a ocupar cargos importantes en algunos organismos públicos siendo uno de los últimos en el gobierno de Jaime Lusinchi en la que se desempeñó como jefe de prensa del Ministerio de la Juventud.

Cada vez que tío Simón tenía vacaciones regresaba a su natal Paraguaipoa para tomarse un relax en las playas de Cojoro o Caimare Chico, acompañado de sus primos, los hermanos Fulgencio y Adalberto Silva Reverol, quienes lo recibían en el aeropuerto de Grano de Oro a bordo de un Volkswagen azul con el cariño y entusiasmo que solo puede tributarse a un hermano. Y así se trataron siempre desde la infancia: hermanos.

A mediados de los sesenta, tío Simón era llevado por Fulgencio en el infatigable Volkswagen azul a casa de mi madre Guillermina Polanco, en Las Parcelas de Mara. Traía regalos y pasaba varios días con nosotros. Después visitaba en Campo Mara a su hermana María Lucinda y a sus tías Aura y María Concepción. Tío Simón también traía una cámara fotográfica con la que registraba escenas o estampas de aquel tiempo romántico que nos devolvía siempre ya copiadas en sus próximas visitas, y  de las que se conservan todavía algunas.

A comienzos de 2017, a los 81 años, afectado ya de salud, reunió a sus hijos para declarar su última voluntad. Les pidió que sus restos fueran cremados y devueltos a La Guajira para que sus familiares maternos procedieran a sepultarlos en el cementerio ancestral donde reposan los restos de su madre y de sus hermanos.

Para ese propósito tuvo que viajar a Caracas mi hermana mayor Aura, a quien fue entregado el cofre con las cenizas para hacer cumplir este 1 de septiembre la última voluntad de tío Simón: de reposar para siempre al lado de su madre María Graciela Polanco, la Catira.

María Lucinda

Mi tía Lucinda acompañó en febrero de 1958  a mi madre Guillermina en un viaje a una tierra que nadie les prometió, porque tuvieron que invadirla y quitarle más de cuatro hectárea a la transnacional Shell que era dueña de todos los terrenos de Campo Mara por el interés petrolero que despertaba desde 1944 cuando se descubrió ricos yacimientos en su subsuelo.

Mi tía traía seis niños menores de edad y estaba embarazada de un séptimo, que

nacería cuatro meses después en una casa de techo de palma y paredes de estera igual que si fuera un belén y recordamos todavía con el particular nombre de Mii’chi aläna (la casa de palma).

 En esta casa iluminada con los sueños más promisorios y levantada sobre los cimientos más sólidos de la esperanza, sellamos nuestra hermandad para siempre con los hijos de mi tía Lucinda: Abigaíla, Antonio, Witer, Dellanira, Luz, Rodrigo y Luis Emiro, Calata. Compartimos durante un tiempo el mismo techo, las mismas comidas y las mismas fantasías idealizando la conquista de un mañana prometedor.

Fue un duro comienzo para mi tía y su prole pero nada la amilanó. En el largo camino que depara el tiempo se fue haciendo menos pesada la carga  y ella supo capear la adversidad con resolución y sabiduría. Era dueña de una paciencia estoica, admirable.

En 1962 se abrió paso hacia campo Mara, en una casa propia, rodeada de árboles frutales con buena fuente de agua y terreno amplio y fértil donde practicó la agricultura y la confección del chinchorro doble cara; el más codiciado y difícil de tejer: el patúwasü. Luego llegó la época del comerció de ropa desde Maicao que se tradujo en poco tiempo  en abundancia para la joven  familia.

En 1969 nació el último vástago: Jesús Luis, Pepe, y cuatro años después, pensando en la educación de sus hijos adquirió un casa en Maracaibo, en la recién estrenada urbanización La Marina, conocida como San Jacinto. Allí comenzaba una nueva etapa y se escribiría para mi tía una nueva historia signada por la prosperidad.

Compró una finca en el Alto Guasare donde los cerros rozan continuas franjas de nubes y emprendió con acierto la agricultura y la cría de vacunos. A finales de los noventa, acusando ya los efectos de la edad, se estableció en una granja al oeste de Maracaibo que atendió con devoción hasta el último día de su existencia.

Sus restos serán exhumados por su  hija Luz, la quinta en el orden familiar, quien tendrá que someterse después a un ayuno y aislamiento por veinticuatro horas, siguiendo el rigor del milenario ritual wayuu.

María Regina

Nació en Guarero el 9 de octubre de 1942. Era melliza con José Hermilo, quien falleció en el año 2000 a los 58 años.

Mi tía Regina estudió con las hermanas de la orden franciscana en el colegio Sagrado Corazón de Jesús de Guarero en la década de los cincuenta. A Comienzos de los sesenta se trasladó a Machiques, con la misma orden religiosa, a seguir la secundaria. En 1963 pasó a Cabimas donde se graduó tres años más tarde como maestra normalista.

Gracias a las gestiones de su primo hermano Renato Montiel Polanco y de su amiga Agustina Pocaterra (ambos profesores muy apreciados en la región) se inició como docente en un colegio de La Ceiba, localidad  al oeste de Guarero en el municipio Guajira.

Mi tía Regina permaneció en esa comunidad cuatro años. En 1970  se casó con Euclides Quintero de cuya unión nacieron Lizbella, Bellaliz y Euclides, Macho. En ese mismo año pasó a Unidad Educativa Monseñor Álvarez en la población de Carrasquero de donde se jubiló en 1997.

Mi tía Regina vivió toda su juventud con nosotros y mi madre era su representante en los diferentes centros educativos en la que se fue formando. También vivió un tiempo con mi tía Lucinda en Campo Mara.

Luis Emiro, Calata.

Calata, llamado así por mi madre, en Alusión al boxeador falconiano Ramón Calatayud que tuvo notoriedad junto Ramón Arias a finales de los cincuenta.

Luis Emiro había nacido muy delgado y parecía un niño prematuro llamando la atención de los familiares que llegaban a visitar a mi tía y comentaban que era “demasiado flaquito”. Y allí era donde hacía aparición mi madre, que también lo amamantaba y lo mimaba con estas palabras: “Soy flaquito, pero tiro más puños que Ramón Calatayud. Soy Calatayud”. Y así quedó bautizado al punto de que muy pocos llegaron a conocer su nombre de pila.

Calata nació en Las Parcelas, en la inolvidable Mii’chi aläna, el 22 de junio de 1958. Estudió primaria en el colegio Ana María Campos de La Sierrita a partir de 1965 y la secundaria en el liceo Baralt de Maracaibo. En 1978 se graduó de zootecnista en un tecnológíco de Machiques.

Calata fue mi compadre y mi mejor amigo de infancia. Todos los fines de semana acompañaba a mi abuela a visitar a mi tía Lucinda que en seguida se deshacía en atenciones. Yo disfrutaba mucho aquellas visitas porque la propiedad de mi tía rebosaba de árboles frutales en las que llegaban todo tipo de aves y espantaba a hondazos, claro, impulsado siempre por la camaradería de mi inolvidable hermano Calata.

También se incorporaban a esas travesuras mis primos hermanos Rafael Enrique, el Mono y William, Witchon y algunas veces mi hermano menor, Pedro a quien apodaban Maskai. Todos se han ido y solo he quedado para recordar las travesuras de aquella pandilla que recreó los mejores tiempos de una niñez marcada por la abundancia y el ojo avizor de unas madres que lo entregaron todo para que tuviésemos también un mejor mañana.

De modo que el próximo domingo 1 de septiembre de 2024, mis tíos junto con mi hermano Calata partirán de Guarero siguiendo la ruta luminosa de La Vía Láctea para reencontrarse con la Catira en los confines de la eternidad

@marcelomoran