La verdad por un lado; la violencia, por el otro. El demoledor comunicado del panel de expertos de Naciones Unidas, que se sumó al Centro Carter para desnudar el entramado del megafraude de Nicolás Maduro, provocó de inmediato una catarata de insultos y descalificaciones desde el régimen, incapaz de exhibir 18 días después ni una sola acta que justifique la reelección del «conductor de victorias», como la propaganda llama al mandatario. Un apodo a años luz de la realidad.
«Basura» y «agentes pagados», adelantó Jorge Rodríguez, jefe del órgano legislativo, a la vez que prometía una nueva legislación para prohibir en el futuro la presencia de observadores internacionales. Maduro, en cambio, prefirió disparar contra los causantes de su drama político: «La diabla, demonia ésta, Machado, terrorista y asesina, prófuga de la justicia. Y el criminal de guerra Edmundo González».
Tan desnudo está el chavismo que no tuvo sonrojo a la hora de reconocer que espiaron a los observadores de la ONU durante su estancia en Caracas. «Los integrantes de este fingido panel de expertos tuvieron frecuentes contactos directos, vía telefónica y a través de videoconferencias, con funcionarios del Departamento de Estado… Sirven a los intereses golpistas de la ultraderecha venezolana, con los cuales interactuaron constantemente antes, durante y después de las elecciones», reconoció el Gobierno chavista en un comunicado.
La realidad, como tantas veces en Venezuela, es diametralmente opuesta. El tamaño del megafraude orquestado por Maduro obligó a António Guterres, secretario general de la ONU, a hacer público el informe preliminar de sus expertos, que en principio iba a ser sólo de carácter interno. El veto de última hora en contra de la Unión Europea y el rechazo a la Organización de Estados Americanos (OEA), que en 2019 aireó el fraude electoral de la revolución indígena boliviana en favor de Evo Morales, convertían al Centro Carter y a la ONU en los únicos observadores independientes en un entramado de aliados y socios de Maduro. Entre ellos, a la cabeza del Grupo de Puebla, también estuvo José Luis Rodríguez Zapatero.
«El anuncio del resultado de una elección sin la publicación de sus detalles o la divulgación de resultados tabulados a los candidatos no tiene precedentes en elecciones democráticas contemporáneas», sentenciaron el italiano Domenico Tuccinardi, la portuguesa Fernanda Abreu, el guatemalteco Roly Dávila y la mexicana Lourdes González.
Los expertos se sorprendieron tanto como los venezolanos cuando Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), compareció en la noche del 28-J proclamando ganador a Maduro con unos resultados que «no cumplían con las medidas básicas de transparencia e integridad que son esenciales para la realización de elecciones creíbles. Tampoco siguió las disposiciones legales y regulatorias nacionales, y todos los plazos establecidos fueron incumplidos».
La ‘servilleta de Amoroso’
La famosa servilleta de Amoroso, como la define María Corina Machado, escondía los resultados, escritos de antemano sin ningún soporte que los avalara. «Consistieron en comunicaciones orales sin apoyo infográfico. El CNE no publicó, y aún no ha publicado, ningún resultado, o resultados desglosados por mesa de votación, para respaldar sus anuncios orales, según se contempla en el marco legal electoral», subrayaron.
Más allá del enorme ventajismo gubernamental en campaña y la persecución contra los opositores previa a la apertura de las urnas, la ONU no pasó por alto otro hecho trascendental: el CNE pospuso y posteriormente canceló tres auditorías postelectorales clave, incluyendo una sobre el sistema de comunicación, «que podría haber arrojado luz sobre la ocurrencia de ataques externos contra la infraestructura de transmisión».
La analista política Carmen Beatriz Fernández resumió el varapalo de Naciones Unidas en pocas palabras: «Lo preelectoral: desequilibrado. La jornada de votación: bella, cívica y organizada. El anuncio de los resultados: fraude descarado«.
En su epílogo, la ONU coincide con el Centro Carter y con buena parte de la comunidad internacional, de la que de momento se ha excluido España: ganó Edmundo González Urrutia. La muestra analizada «exhibe todos los dispositivos de seguridad de los protocolos originales de los resultados».
La pataleta consiguiente del CNE, que consideró una traición que se hiciera público el «presunto informe», como lo define en un malabarismo lingüístico tan torpe como el fraude, redundó en las excusas de estos días: «Continúa hasta el día de hoy el ciberataque terrorrista«.
«Tratan descaradamente de avalar la estafa» opositora, culminó el comunicado, que no está firmado por el rector Juan Carlos Delpino, desaparecido desde el 28-J.
Los resultados que oculta el CNE son los que servirán el próximo sábado para airear la verdad en más de un centenar de ciudades alrededor del planeta. A petición de Machado y González, los manifestantes imprimirán y mostrarán al mundo las actas de sus centros electorales, que confirman la paliza electoral de Edmundo (67% de los votos), frente a Maduro (30%).
Daniel Lozano/ El Mundo