Ángel Lombardi: Ignorancia, una historia global

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“Pero dicen lo que creen, no lo que saben”. San Agustín

Hitler lo mucho que sabía de la guerra lo aprendió como cabo. Sus generales de la Wehrmacht, todos con formación profesional, tuvieron que ceder el mando a un incompetente. El desastre fue inevitable. 

Cristóbal Colón apenas tenía un vago conocimiento de las rutas atlánticas, de lo que en ese entonces se conocía como el Mar Tenebroso. Su intuición y audacia suprema le hizo creer que podía arribar al continente asiático tomando la ruta occidental en línea recta. Tuvo suerte y llegó hasta América.

Lo normal es la ignorancia sobre el conocimiento. Trump, Reagan, Busch hijo, Mao hasta el mismo Fidel Castro y tantos muchos otros gobernantes han sido marcados por una ignorancia sin recato. 

El filósofo Emilio Lledó afirma que “es terrible que un ignorante con poder político y repleto de ignorancia determine nuestras vidas. La ignorancia individual es inocente, pero un ignorante con poder es catastrófico para una sociedad. Desgraciadamente, está a la orden del día de nuestra política”. De esto, los venezolanos sabemos mucho.

Apenas hay estudios sobre la ignorancia. Por ello nos sorprendió que un historiador inglés muy reputado: Peter Burke, haya publicado recientemente: “Ignorancia, una historia global”, (2023).

El libro, voluminoso de 472 páginas, y miles de citas bibliográficas hace un interesante recorrido sobre la historia de la ignorancia humana. Se lee bien. Con cierta agilidad. En unos aspectos nos asombra ya que es el planteamiento de Sócrates: «sólo sé que no sé nada». El conocimiento al revés. 

No obstante su autor se mete en tantas cosas que uno siente que no profundiza en ninguna. Es como si nos dijera que la ignorancia es un laberinto insondable en que no hay escapatoria para arribar a puerto seguro. Y lo poco o mucho que se sabe humanamente siempre es precario y revisable. 

Lo que sí está claro es que es un libro provocador y rebelde porqué lo normal es hacer alarde de conocimientos. Y Peter Burke hace protagonista al escepticismo como la más grande sospecha sobre la ignorancia como pozo muy profundo e infinito de saberes.

Erasmo y Montaigne son pilares del escepticismo moderno. Ese que nos invita a cuestionarlo todo. Muy especialmente las verdades consagradas de cualquier índole. Además, ser ignorante es sano ya que nos quita la carga de la pretensión de saberlo casi todo: esa pedantesca autoridad enmascarada.

Bien sabemos que la curiosidad es la principal fuente del conocimiento, diríamos que virginal. El que existe, y está institucionalizado, es el académico y corporativo. Y éste sí que persigue, en nombre de los saberes, básicamente el dinero. Satisfacer los intereses de los financistas.

La ignorancia está asociada a la estupidez humana. Aunque son dos cosas muy distintas. El estúpido es estúpido y punto. No es capaz de atender un problema partiendo del supuesto de la imperfección de la búsqueda. E incluso, hasta de su misma imposibilidad.

En cambio el ignorante que es consciente de sus limitaciones termina siendo una especie de sabio. Cómo Sócrates, que mientras más sabía: menos sabía. Esta paradoja es muy sencilla: la persona que indaga e indaga va ampliando nuevas temáticas que le confirman su ignorancia sobre nuevos abismos.

Una de las conclusiones del libro de Peter Burke: la ignorancia es la que manda en la vida entre los hombres. Empezando por la ignorancia religiosa y nuestra relación con Dios. Si no hay fe, no hay creyente. Incluso, hasta con el derecho a dudar.

Otra conclusión tiene que ver con desconfiar de los «expertos» en cada campo del saber. Si bien saben más que la mayoría: su infalibilidad no existe. Lo normal es que la docta ignorancia condicione todos los desempeños en las distintas áreas de la actuación humana, y más, si se trata de las consagradas profesiones.

Y como dice el Eclesiastés: «No hay nada nuevo bajo el sol», incluso todo lo que ignoramos forma parte de nuestros saberes invisibles que se van elaborando generación tras generación hasta la búsqueda de un conocimiento final, diríamos que utópico. Hasta emular a Dios mismo: la suprema ignorancia. 

DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN / @angellombardi