“El soberano es el pueblo, que emerge del pacto social, y como cuerpo decreta la voluntad general manifestada en la ley”. Jean Jacques Rousseau
Lo ocurrido en San Cristóbal, estado Táchira, el viernes pasado no fue simplemente una concentración más; fue un claro y contundente mensaje de soberanía popular. La multitud reunida dejó ver que no hay vuelta atrás, que el cambio no solo es posible sino una realidad. Una demostración de fuerza que se corroboró el domingo siguiente, con el simulacro electoral en el que el madurismo se topó con esa verdad que públicamente se ha empeñado en negar y que no es otra que la pérdida del poder.
El simulacro organizado por el CNE debía ser una oportunidad para que el oficialismo demostrara su capacidad de movilización del 1X10. Sin embargo, los resultados cuentan una historia diferente. Según cifras extraoficiales, el candidato de la oposición democrática, Edmundo González Urrutia, obtuvo más de 50% de los votos. Este resultado no solo es significativo por el apoyo al candidato de la Plataforma Unitaria Democrática, sino por lo que revela sobre los votantes. Empleados públicos y beneficiarios de los programas sociales del gobierno, quienes históricamente han sido bastiones del chavismo, han mostrado su descontento votando por la oposición.
Este giro en la lealtad del electorado demuestra que el control social del régimen sobre la población fracasó. Las promesas y amenazas que una vez aseguraron la lealtad de estos votantes ya no son suficientes. El mensaje es claro: se acabó el miedo.
Internacionalmente, las circunstancias tampoco juegan a favor del régimen. China, conocida por su política de no intervención en los asuntos internos de otros países, no se ha mostrado dispuesta a actuar para ayudar a Maduro en un golpe de Estado de facto. Además, Maduro se ha convertido en un socio incomodo cuando busca un conflicto con Guyana. Rusia, por otro lado, está inmersa en su propia crisis con la guerra en Ucrania y no puede desviar recursos y atención para sostener al régimen venezolano.
En este contexto, acorralado y sin una opción de fuerza que le permita mantener sus beneficios y garantías, Maduro toma una decisión inesperada: recurrir a Estados Unidos. La ironía es evidente. El régimen que ha vilipendiado tanto a la Casa Blanca ahora busca su apoyo para obtener garantías y salvarse, junto con sus aliados, de la justicia estadounidense, que acusa a varios de ellos de narcoterrorismo.
Este movimiento estratégico indica que el jefe del PSUV es consciente de su precaria situación. En lugar de enfrentar una segura derrota electoral, que podría resultar en un posible encarcelamiento, está buscando una salida que les permita seguridad personal y el desbloqueo de sus bienes.
La voluntad del pueblo y el fracaso del simulacro electoral han puesto en evidencia la fragilidad del régimen de Maduro. La soberanía popular ha hablado y su mensaje es firme: el cambio es un hecho. Mientras tanto, el juego geopolítico internacional no favorece al sucesor de Chávez, que se siente cada vez más aislado. En este contexto, cabría entonces preguntarse: ¿el anuncio que hizo Maduro el martes de la reanudación de las negociaciones con Estados Unidos es el último recurso desesperado al que decidieron apelar para mantener su libertad?
El pueblo de Venezuela ha mostrado su determinación y el cambio que tantos venezolanos anhelan ya se puede acariciar.
@antdelacruz_