Ender Arenas: “Esto no se acaba hasta que se acaba”

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Era el cátcher de los Yankees de Nueva York, Yogi Berra, el autor de esta frase, pero, Berra, bien pudo ser un filósofo travestido de cátcher del mejor equipo del mundo. Eso lo sabemos, en el beisbol el juego es hasta el final. Solo que, en Venezuela, es el régimen de Maduro quien maneja el tiempo y lo controla. Él es quien tiene el poder y ejerce el dominio. Eso está claro. El régimen, lo maneja a su antojo, y por eso, es capaz de ampliar sus propios plazos y estrechar el plazo de sus enemigos.

No hay un solo tiempo, en la sociedad. Hay horizontes temporales diferentes que se contraponen entre sí: El régimen tiene su horizonte de tiempo, y como es escaso, no puede perderlo, entre otras cosas,  porque tiene que asegurarse su supervivencia que dada la crisis en todos los órdenes de la vida del país es de una tremenda precariedad, pone plazos perentorios a la oposición, la cual es una forma de señalar que es él quien tiene la sartén por el mango.

Por su parte, la oposición tiene su particular horizonte temporal, el tiempo opositor, es de más largo plazo, porque si algo requiere la recuperación de la democracia, la democratización y su consolidación es un plazo mayor, por la dimensión de la reconstrucción institucional y de los límites de una nueva sociabilidad que tiene al frente. Porque, por supuesto, un nuevo orden para que lo sea y no vuelva interrumpirse requiere que sea durable.

En medio de ambos horizontes temporales están los diversos tiempos de los diferentes actores sociales que viven en la sociedad, pues no es igual el tiempo de jubilado, el del profesor universitario, el del inmigrante, para quien inmigrar ha resultado morir un poco, el de un trabajador informal o de las mujeres que se quedan en casa haciendo el trabajo doméstico.

El reto de un nuevo gobierno de signo opositor es la sincronización de los diferentes horizontes temporales, que estreche la distancia entre las urgencias subjetivas de las mayorías y los plazos objetivos que el gobierno debe darse para resolver la crisis de sociedad que enfrenta.

 En este sentido, presumo, que las posibilidades de vincular las urgencias subjetivas de los sectores más vulnerables y del ciudadano en general y los plazos objetivos que las fuerzas opositoras contemplan para resolver la crisis son mayores para reconstruir un nuevo orden, fundamentalmente porque las propuestas están más liberadas de los signos ideológicos que mediatizan las políticas que hasta ahora la dictadura ha pretendido desarrollar.

Mientras que el régimen tiene, en este aspecto, un hándicap en contra, pues, ha sido incapaz de sincronizar las urgencias subjetivas de las mayorías, especialmente de los sectores más vulnerables y los plazos objetivos que la dictadura se ha planteado y que han resultado opuestos a la resolución de la crisis que ellos mismos han creado.

Ahora, como el régimen, no ha podido realizar dicha sincronía, ha procurado organizar un horizonte temporal, donde el tiempo ha sido estructurado como “una serie de instantes”, por ejemplo: hoy denuncia magnicidios, más tardes golpes de Estado, seguidamente guarimbas desestabilizadoras, referéndum para anexarse el Esequibo, etc. La pretensión de esto es que la sociedad viva estos instantes como un proceso donde el régimen se victimiza.

Pero nunca antes, en estos 25 años de gobierno chavista, el régimen presentaba una presencia social, política y, particularmente, electoral tan menguada. Ahora, esto no significa que la oposición tiene garantizado su triunfo por la relación orgánica que el nuevo liderazgo opositor ha construido con las mayorías.

Un gobierno autoritario con todo el poder del aparato del Estado en sus manos, se enfrenta a la ruta que la oposición se ha trazado: elecciones libres y competitivas, con mecanismos disruptivos ( los antes mencionados) que, además, pueden ser “descorazonadores y paralizantes”, con el  irrespeto a los procedimientos que se estructuraron, incluso, en los acuerdos de Barbados, la eliminación de candidatos competitivos, eliminación de tarjetas de partidos,  expropiación de partidos, represión a dirigentes opositores a quien secuestra y los convierte en presos bajo régimen de tortura, etc.

 En caso de que esto termine por ser ineficiente para la consecución de sus objetivos, no cabe duda, que el régimen acudirá al expediente de suspender, mediante cualquier subterfugio, el proceso electoral.

Durante meses, señalamos que Maduro seguía el modelo nicaragüense, algo de eso hay, sin embargo, Maduro ha ido más lejos, el modelo que sigue, al pie de la letra, es el de Vladimir Putin. Afortunadamente no cuenta con Plutonio y Novichok, (pero, cuidado, pudiera estarle pidiendo, aunque sea, un frasquito) pues, en lugar de secuestrados por el DGCIM, hubiese muertes de opositores a granel por contaminación radiactiva.

Pero, aun así, con todos los obstáculos que se enfrentan, que pretenden ser disuasorio y sembrar miedo a algunos sectores, el régimen está perdiendo las elecciones.

Como último recurso, sin abandonar ninguno de los nombrados, el régimen, a través de su primer locutor, que es su candidato grita a todo pulmón: “!Estamos ganando, estamos ganando, estamos ganando, estamos ganando!” a pesar de su rezago de 50 puntos porcentuales con respecto a MCM y más del 80% de rechazo a su gobierno. Esto con el fin, ya expresado en la parábola del filósofo polaco Leszek Kołakowski, que introduce Enrique Krauze en su artículo de esta semana en “Letras Libres”, “sobre el poder disuasivo…. de las ideologías autoritarias”: “Dos niñas compiten a las carreras en un parque. La que va retrasada grita desaforadamente: ‘¡Voy ganando, voy ganando!’. La que lleva la delantera escucha esos alaridos, abandona la pista, se arroja en brazos de su madre y le dice entre sollozos: ‘No puedo con ella, siempre me gana’”.

Solo que esta vez no les va a funcionar. Maduro no es Chávez y MCM no es Capriles y todos esperamos que la decisión, de la candidata ganadora de las primarias, sea la más racional y adecuada que la situación demanda.

@enderarenas