Yrmana Almarza: Gracias

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Esta casa está de luto… #LaMadame y todo su equipo siente mucho la muerte de Samuel Alberto González. Desde mis inicios en el Periodismo tuve la fortuna de contar con su favor y generosidad al regalarme su tiempo para entender el terreno que estaba pisando y siempre que pudo, a su manera y con su estilo muy peculiar, me ayudó a comprender en qué me estaba metiendo o de dónde estaba saliendo cuando hacía investigación periodística.

Woman wearing black dresses on cemetery. 4k resolution video footage.

Alberto me enseñó tanto. Fue un gran guía práctico y sí, tenía sus momentos muy seguidos en los que me masticaba  y me vomitaba y yo mis momentos de orgullo y defensa propia que hacían que nos alejáramos pero siempre volvíamos al diálogo, al análisis, a la conversa fraterna porque eso era el hombre de «Los Espuelazos» ®, un hermano de sus hermanos periodistas.

El concepto de familia profesional, correcto o equivocado, no sólo se lo creyó, se lo apropió hasta después de su muerte. Una de las cosas que siempre le decía a Alberto cuando nos volvíamos a hablar tras un distanciamiento fue que él era quien se enojaba conmigo no yo con él. Yo no podía enojarme con él me dijera lo que me dijera como me lo dijera porque yo a él jamás lo podría pensar con odio, rencor o rabia pues Alberto González era el periodista favorito de mi mamá.

Mami era su fan número 1.

Cada vez que recuerdo a mi mamá escuchando la radio o viendo la televisión, la recuerdo escuchando a Alberto y asintiendo con la cabeza mientras él explicaba el acontecer diario con su particular forma de analizar la realidad político-social-económica de nuestra región y el mundo.

De buenas o malas, yo le escribía un mensaje y él, en vivo por radio o televisión, le enviaba un saludo a mi negra: «La señora Rosario Amaya, reportando sintonía desde…» y nombraba el lugar donde estaba mamá; la casa, la clínica, el hospital, el taxi, la ambulancia, haciéndose la quimio o la radio, acostada en la cama recibiendo tratamiento o sencillamente sentada en una silla.

Mami sonreía. Sí, en esta casa estamos de luto por su partida física.

Samuel Alberto ya descansa, gracias a Dios y a La Chinita ya no sufre. Su familia gremial y profesional estuvimos con él e hicimos todo lo que pudimos y sabemos hacer. Su silla ha quedado vacía y no, él tampoco  tiene reemplazo.

Hoy hay muchos colegas pero la agudeza del análisis político se desvanece a causa de la realidad que oprime a nuestra Ciudad y a nuestra Región, a nuestra Nación.

Por él, conocí el Papachongo donde por cierto, no existe ninguna mesa 8; las granjas de La Guadalupana, las sombritas de las matas, las esquinas y callejones del Centro de Maracaibo. También conocí algunos bares en Pomona  y el respaldo respetuoso de un colega que por las razones que fuera, admiraba que yo diera los coñazos que él no podía dar pero que sí sabía aprovechar para generar matrices de opinión pública. ¡Ay, ese Alberto!

Un día lo agarré en una oficina de la Alcaldía y entre Guillermo, Emiro y Ubencita le hicimos cosquillas y sin querer, le metí la mano en el bolsillo del pantalón y le saqué un realero en efectivo de una pauta que había cobrado. JAJAJA JAJAJA JAJAJA  se le salieron los ojos de su órbita y gritaba: ¡Demen la plata! ¡Esos cobres son míos! ¡Tengo que arreglar la caja del carro! ¡Demen la plata coños e’madre!  JAJAJA JAJAJA JAJAJA.

Siempre fue de izquierda. Nunca lo ocultó. Lo conocí por allá por los años mil 600. Él hacía un programa de radio en Metrópolis. Era un gigante en un cuerpo de 1.40. Aquella Yrmana recién graduada quedó fascinada con el verbo prolijo y la sapiencia de aquel audaz colega que al terminar la entrevista me dijo: «Toma mi número y llámame cuando quieras».

Sus espuelas dejaron sus marcas profundas en el terreno periodístico y comunicacional. Como muchos foráneos, Alberto llegó al Zulia para estudiar en LUZ y se quedó sembrado en nuestra tierra porque así es Maracaibo; uno no adopta a Maracaibo como su tierra, esta tierra nos adopta a nosotros como sus hijos.

Ya no importa si pudo o no tomar más conciencia de su enfermedad, hacer de una u otra manera algunas cosas para vivir más tiempo. Fue periodista hasta el último momento y sigue siendo periodista después de la muerte. Aunque suene muy come flor, ese el trabajo de un Comunicador Social, hacer un trabajo tal que aún después de la muerte, el recuerdo que quede sea el de un buen periodista porque para ser buen periodista hay que ser buena persona y él era mala gente.

Me alegró mucho ver que mi gremio respaldó la moción de los colegas de llevar su cuerpo a las puertas de los Poderes Municipales y Regionales del Zulia y me conmoví hasta las lágrimas al ver que le rindieran honores. ¡Gracias Espuelazo, gracias! Sé que te dio gusto ver en lo que me convertí y sé que me ayudaste mucho con tus críticas positivas y negativas.

«¡Yrmana está arrecha! Está dándole coñazos a todo el mundo», gritabas por los pasillos de la Gobernación, la Alcaldía, el Clez, cruzando La Plaza Bolívar y hablando en los grupos de colegas. «¡Yrmana tiene razón!» o tu peculiar «Esa no sabe de lo que está hablando». Muchas gracias.

Tu alegría, tus chistes, tu echadera de broma, tus sesiones aguardientosas, nuestras coincidencias en la oficina del CNP para pagar el año de colegiatura todas las segundas semanas de enero. Yo no te olvidaré. Desde que supe tu muerte ruego al Señor Dios que María Chiquinquirá te haya llevado a La Puerta del Cielo envuelto en su manto, te hayan perdonado tus pecados, te permitan ver el Sagrado Rostro de nuestro Padre y te goces de las Bodas del Cordero.

Brille para ti la luz perpetua amigo. Descansa en paz. Amén.

@Yrmana