Los extremismos son la amenaza de la verdad. Cuando el hombre se ubica fanáticamente en la izquierda o la derecha pierde la perspectiva de la verdad, comenzando así a justificar su visión de la realidad, sin considerar los factores que objetivamente afectan los hechos. Esta distorsión se acentúa cuando se utiliza la democracia para fijar posiciones y actuar sin medir las consecuencias de las acciones.
El 10 de diciembre asumió como presidente de Argentina, Javier Milei, y se le critica porque llama por su nombre a los problemas que llevaron a la nación austral a la crisis que vive. A Ignacio Lula da Silva lo calificó de comunista y corrupto, los medios arman un escándalo, porque este personaje al igual que José “Pepe” Mujica, el ex mandatario de Uruguay, parecen intocables en la política Latinoamericana, pero a la opinión pública se le olvida que el primero es el fundador del Foro de Sao Pablo, junto al funesto dictador cubano Fidel Castro, organización que ha impregnado de corrupción y atraso al continente, y el segundo con su agotado discurso de honestidad, a justificado a personajes lapidarios como Hugo Chávez Frías.
La penetración de sectores importantes en la sociedad Latinoamericana, como la educación y la justicia, ha impregnado de un relativismo al continente que impide impartir justicia y debilita las instituciones democracias. La estrategia comunista de aprovechar sus bondades, para luego de llegar al poder implosionar y socavar sus principios, borra todo límite entre lo bueno y lo malo o destruye el concepto de autoridad para generar anarquía, de tal forma que un delincuente común o un político de izquierda que causa daño (robando o asesinando) sea visto como una consecuencia -por ejemplo- del capitalismo y el liberalismo. Ese deterioro también estimula la proliferación de la mentira y la acusación falsa contra quienes se opongan a sus planes, sin recibir condena alguna.
Por lo antes expuesto se observa una arremetida del comunismos internacional en la que todos sus actos se justifican (corrupción y crímenes), haciendo ver – a la contraparte- como la mala y ellos son los buenos. Cualquier ataque a sus actos aberrantes es considerado como una afrenta injusta, en la que las clases dominantes solo intentan atacar a quienes luchan por el pueblo desprotegido e históricamente subyugado por ese capitalismo perverso.
Mientras, la dirigencia política -caso Latinoamérica- vive en el lujo, usurpando los dineros públicos y gozando de una impunidad garantizada por los adoctrinados que egresan de las universidades y que ahora, en la función pública, se convierten en cómplices de los desmanes. La acusación de Milei contra Lula tiene su fundamento en la mayor escalada de corrupción desatada por la constructora Odebrecht -su aliada- que penetró gran cantidad de gobiernos de presidentes aliados del Foro de Sao Paulo y de mandatarios derechistas. A pesar de ser liberado y aún con su prontuario se le permitió optar a la presidencia y resultar electo por un estrecho margen. Un mal ejemplo.
La misma experiencia ocurre en México, Colombia, Venezuela, Argentina, Chile, Ecuador, Perú, etc., en donde los valores y antecedentes de los políticos parecen no importar, y más bien demuestra que “el crimen sí paga”, porque el saqueo a las arcas públicas se acentuó en las últimas décadas sin que los culpables paguen por sus pecados. Los dos diques de contención de la democracia: institucionalidad y constitucionalidad, hacen aguas en el continente, aupando la presencia de personajes sin escrúpulos a quienes no se pueden tocar con el “pétalo de una rosa”, porque el andamiaje mundial actúa de manera coordinada y sin ningún tipo de ética.
El conflicto israelí- palestino así lo demuestra. Mientras en ningún país árabe se acepta una protesta en favor de Israel, en las potencias occidentales las marchas y críticas al gobierno de Israel se realizan sin que se les limite, porque -de lo contrario- las organizaciones de derechos humanos critican cualquier limitación. Toda muerte es criticable, pero los extremismos conllevan a tergiversar los hechos y justificarlas de acuerdo con sus posición ideológica.
Ahora Milei es el malo de la mayor parte de la prensa mundial, pero los desmanes y la corrupción desatada por los gobiernos peronistas de Cristina y Néstor Kirchner y Alberto Fernández, son justificables. Se oculta que Argentina es un país dolarizado en el que la moneda nacional, al igual que en Venezuela, no se justifican porque la gente ahorra, calcula precios y realiza sus operaciones financieras en dólares. La nación austral ha sido sepultada por un populismo perverso que lo ha dominado en las últimas siete décadas, con resultados sociales y económicos mediocres, en la que una dirigencia política quiere gastar a manos llenas en programas sociales insostenibles, que solo buscan garantizar masas de electores que les permitan seguir usufructuando el poder, sin rendir cuentas, tal como lo quiere hacer Gustavo Petro en Colombia.
La izquierda latinoamericana se jacta de ser la redentora de los sectores marginales, pero sus resultados demuestran todo lo contrario, porque los empobrecen más y nunca resuelven sus problemas estructurales que generan la desigualdad y la exclusión social. Sus gobiernos han demostrado que son buenos la corrupción y para gastar, pero malos para generar riqueza y progreso. Cuba, Colombia, Venezuela y Argentina, son ejemplos de ineficiencia, saqueo y empobrecimiento, y nada ni nadie impiden que sus gobernantes paguen por sus crímenes.
La esencia de su actuación social se basa en la creencia marxista que el comunismo es la última fase de la historia del hombre; por tanto, la democracia en sus distintas formas debe ser destruida para dar paso al paraíso de la igualdad que ellos proponen. Eso los lleva a mentir y destruir todo esquema de principios y valores, sin importarles nada y el gran circo social en el que actúan solo aplaude y vive del espectáculo que presentan los Petro, Daniel Ortega, López Obrador, Cristina Kirchner, Gabriel Boric, Rafael Correa, Evo Morales o Nicolás Maduro.
Mientras la humanidad camina por otros linderos, Latinoamérica fluctúa de la izquierda a la derecha como el péndulo de un reloj, sin rumbo, justificando los desmanes de sus gobernantes ineptos y corruptos, más impulsados por el resentimiento y sus aberrantes visiones de justicia, sin pensar en su futuro y en la generación de la verdadera riqueza que les permita superar sus problemas estructurales.
Milei solo se atrevió a llamar los problemas con sus nombres verdaderos. Los ministerios y entes públicos que solo funcionan como maquinarias de prebendas electorales y generan gastos improductivos, han creado redes de intereses políticos que sirven al gobernante de turno. Argentina no puede vivir con una concepción europea del Estado de bienestar, sin generar los recursos que sostengan la gratuidad de la educación, la salud y cuanto subsidio más ha generado el peronismo.
Decir que hay que reducir la sinverguenzuraa clientelar es malo. Cerrar ministerios inútiles y entes como el Banco Central que no sirven para nada , es malo. Decir que Lula es un comunista corrupto es malo. Plantear la reubicación del capital humano improductivo de los entes públicos no es aceptable. Milei no es producto de la generación espontánea, el apoyo recibido por la mayoría de argentinos es resultado de la ineficiencia y la corrupción desatada por el peronismo en las últimas siete décadas que ha llevado al país al casi 150% de inflación y al 50% de pobreza. Los resultado son evidentes.
@hdelgado10