El hombre es un animal de costumbres, escribió el célebre escritor inglés, Charles Dickens. Lo sucedido en la Venezuela chavista muestra signos de conformidad y aceptación, un fenómeno que amerita de un complejo análisis, cuyas matrices entremezclan diferentes disciplinas sociales y de las ciencias exactas, para dimensionar a esta lapidaria dictadura corrupta, inepta, genocida y vendepatria, que se ha mantenido durante 24 años, mientras aumenta el éxodo y los que se quedan asumen lo “anormal” como algo “normal”.
24 años hicieron que los venezolanos perdieran su memoria, de lo que fue la Venezuela democrática en la que sus instituciones funcionaban y su calidad de vida era referencia en el continente. Hoy aceptan y estimulan la corrupción, se acostumbraron a la mala calidad de vida, a las deficientes condiciones de las universidades, los liceos y las escuelas, de los hospitales, de las carreteras, de los aeropuertos, de los servicios públicos (agua, electricidad, gas, aseo urbano y telefonía) y a la corrupción desenfrenada y descarada, causas de la debacle de las condiciones sociales y de la crisis humanitaria que afecta a más del 70% de la población.
En el día a día, la gente expresa resignación cuando dice que las cosas están mejorando porque recogen la basura una vez a la semana, o les llega el agua cada 21 días o el servicio eléctrico ya no se va tan frecuente o las remesas enviadas de quienes trabajan duro en el exterior permiten “echarse las curdas” e ir a los restaurantes, o porque al encendido navideño de la avenida Bellavista de Maracaibo, en el estado Zulia, fueron muchas personas a disfrutar y ahora la orquídea volvió y las “tarimas musicales” también , mientras otros asuntos vitales pasan a un segundo plano, dice un periodista: “Hay otras prioridades que no se consideran”; pero a falta de pan, circo.
Al régimen de Nicolás Maduro, como lo ha demostrado, solo le importa el poder. Por eso miente, tapa su ineficiencia y corrupción buscando a terceros como responsables de la deplorable situación del país y su crisis humanitaria. Las culpables de los problemas son las sanciones y no el saqueo de la nomenclatura chavista y sus aliados banqueros y empresarios. Lo más grave es que a la comparsa chavista se le unen las mayorías (analistas, académicos y la población en general) para acusar a las medidas sancionatorias impuestas por Estados Unidos de América como las responsables de sus males, se olvidan -por ejemplo- que en medio de la crisis el ex ministro Tareck El Aissami se robó entre 20 y 71 mil millones de dólares (la cifra no se sabe con precisión).
Ahora el objetivo externo es “la soberanía sobre el Esequibo”, un territorio en disputa histórica que nunca ha formado parte de una verdadera “política exterior de Venezuela”, porque hasta el mismo Hugo Chávez y su analfabeta canciller, Nicolás Maduro, congelaron el reclamo para favorecer los intereses de Fidel Castro y contar con el apoyo de los países del Caricom a las estrategias de penetración del dictador cubano en Latinoamérica. La indolencia sobre este tema no es de hoy y forma parte de los desaciertos estratégicos de Venezuela tanto en épocas de dictaduras como en la democracia.
Es una estrategia de tomar un objetivo externo para unificar el sentimiento nacional. Lo hizo Argentina con la guerra de las Malvinas, la misma experiencia la vivió Alemania en la época de Adolf Hitler y ahora -con el mismo guion destemplado- lo trata de hacer Nicolás Maduro. La diferencia es que tanto la nomenclatura y la Fuerza Armada tienen poco respaldo de los venezolanos y la propuesta tiene una intención de fondo de contrarrestar el impacto de la candidata opositora, María Corina Machado. Si lo que busca el régimen es aglutinar alrededor de Maduro a los venezolanos están equivocados. Pero como los cubanos (son los que mueven los hilos del poder) son expertos en “mamar gallo”, ya lograron que los expertos y analistas de todos los colores apoyen la idea. Una vez más la oposición cae en el juego.
La compleja situación creada por el chavismo en sus 24 años de gobierno, ha generado consecuencias con diversas explicaciones. Lo que sí se evidencia es la obsesión justificada del régimen por el poder. Y es que el carácter de Estado narcoterrorista hace que una “alternancia” sea complicada para el régimen, como afirma el director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) de Venezuela, Benigno Alarcón (9-11-2023).
Los costos de la transición para el régimen son altos, escribió Alarcón, básicamente porque sus actuaciones no los favorecen, por sus desmanes legales, asesinatos, complicidad con el terrorismo y el narcotráfico y la corrupción que dejó arruinado a Venezuela. Esos antecedentes hacen que Maduro y su nomenclatura no ceda poder porque ya lo vivieron en 2015 cuando perdieron abrumadoramente la Asamblea Nacional y provocó la crisis de financiamiento y robo que se hacía con “bonos de Petróleos de Venezuela y de la Pública”, que les permitía financiar los presupuestos, mantener a los cómplices (burócratas, empresarios y banqueros) y financiar los programas sociales (impregnados de corrupción como se evidenció con el Clap del colombiano Alex Saab) con los que se garantizaban los votos en las numerosas elecciones que se realizaban.
Ahora a falta de pan (dinero y programas sociales) queda mostrar el circo. Lo grave en esta fase es que las “fakes news”, está haciendo efecto. Los llamados expertos y analistas, en complicidad con el régimen, hacen el coro responsabilizando a “las sanciones”. No, el decrecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), la inflación, la inseguridad jurídica, la expropiación de empresas, la violación de los derechos humanos, la ilegitimidad de las instituciones, la corrupción, la desinversión en infraestructura y servicios, los cuadros de pobreza y la diáspora, ya venían antes de 2017.
El más de “un billón de dólares que ingresaron durante la bonanza” permitió a Chávez ampliar la base de la sociedad de cómplices, con la distribución de una riqueza que le facilitó robar a cualquier venezolano con “el raspao de tarjetas de crédito”, hasta los que aprovecharon el control cambiario para sobrefacturar importaciones y recibir dólares preferenciales de Cadivi que luego revendían en el mercado secundario. Fue un saqueo generalizado que puso en la buena a muchos.
Esa época de vacas gordas pasó, con el agravante que a la par de los enormes ingresos petroleros, creció la deuda que hoy supera los 170 mil millones de dólares. Y exacerbó los más bajos instintos en una sociedad cubierta por falsos mitos, como el del “somos un país rico”, o “somos un país solidario”, ambas mentiras se evidencian con lo que ocurre en Venezuela. Los índices de pobreza rondan el 80% y la hemorragia humana no para.
La marea humana humillada y vejada en muchos países, también es víctima de sus propios coterráneos. Decía un ex funcionario de seguridad que salió huyendo de Venezuela debido a la persecución política desatada por un alcalde chavista zuliano, que son los mismos venezolanos que se creen dignos de vivir en Estados Unidos de América quienes se han encargado de “estigmatizar a su conciudadanos”, utilizando -específicamente- las redes sociales, desconociendo el esfuerzo, los riesgos, y sacrificios que han hecho muchas personas para huir de la mísera situación a la que llevó el chavismo al país.
Los gobiernos aliados del chavismo, por ejemplo el del presidente de Colombia, Gustavo Petro, y la alcalde izquierdista de su capital Bogotá, Claudia López, estigmatizan a los venezolanos pero nunca dicen que esas organizaciones del crimen que han llegado a su territorio, caso Tren de Aragua, fueron armadas, organizadas y financiadas por sus aliados chavistas, régimen que al no poder mantenerlas económicamente, les dieron la libertad de operar en el arco minero, extorsionar, traficar con drogas y asesinar, y exportar su violencia. Pero como decía el exfuncionario de seguridad, los buenos son mayoría y de ellos no dicen nada los “influencers criollos”.
@hdelgado10