Colombia y Venezuela tienen cuatro factores fundamentales que los diferencian. El primero está relacionado con el control de la riqueza nacional, en Venezuela el Estado, no desde el período chavista, los ingresos petroleros los maneja quien este en el poder, ese fenómeno se presentó desde la dictadura del generalísimo, Juan Vicente Gómez (1908-1835).
Esa manera de generar riqueza permeó toda la vida nacional. Hasta el último rincón del país está influenciado por esa cultura rentista, facilista y controlada por quienes ostentan el poder en la Casa del Pez que Escupe el Agua, como definía el historiador, Francisco Herrera Luque, al Palacio de Miraflores. Al no renovarse ese modelo petrolero, la metástasis se profundizó y generó la aberrante realidad que hoy vive Venezuela.
A diferencia de Venezuela, en Colombia la riqueza y el empleo -históricamente- lo genera el sector privado. El Estado es relativamente pequeño y necesita de la contribución fiscal para determinar sus gastos. También es cierto que en los últimos años, gracias a los ingresos del petróleo, desde el gobierno de Álvaro Uribe ( 2002-2010), el sector público incrementó sus ingresos y su burocracia, a la par creció la impunidad y la corrupción. Sin embargo, el alcance de la instituciones gubernamentales no están presentes en las extensas zonas que posee el país, propiciando la presencia de los grupos irregulares y la explotación de riquezas (minería o maderas) de forma descontrolada.
Otra diferencia entre ambos países radica en la histórica violencia que caracteriza a Colombia. Aunque Venezuela vivió un período de independencia sangriento, hacia mediados del siglo XX, el país logró una paz relativa y un proceso de modernización y educación que subsanó muchos de los males vividos en el período postindependentista. Mientras Colombia, luego de su independencia ha vivido conflictos permanentes, en el que la violencia varía de acuerdo con la intensidad de los intereses de los grupos alzados en armas (guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, partidos liberal y conservador).
El factor “matar”, intrínseco en la cultura de la violencia, también diferencia a los dos países. En Colombia se acostumbra a matar al contrincante, especialmente al rival político que es visto como un enemigo a liquidar y no para confrontar ideas. La sociedad -históricamente-lleva una carga de resentimiento y venganza, producto de la confrontación violenta, que ha impedido el consenso en la sociedad para resolver sus conflictos. En Venezuela ese factor se había minimizado de manera progresiva desde la dictadura de Juan Vicente Gómez, con ciertos picos en algunas fases dictatoriales y con la llegada de la democracia se redujo; sin embargo, las prácticas que se creían superadas fueron activadas con el chavismo que ahora muestra números preocupantes de genocidios y persecución política.
A pesar de haber transitado ciclos de debilidad institucional, Colombia presenta un cuadro más sólido que Venezuela. En este último país, se evidenció que el control de la riqueza petrolera generó el control absoluto de quien ostenta el poder, en todos los sectores de la sociedad. El chavismo solo profundizó la descomposición generada por los partidos gobernantes, Acción Democrática y Copei, principalmente, y por las organizaciones que se generaron después del Pacto de Punto Fijo. La novedad es la inserción del país en la orbita comunista y la pérdida total de su soberanía.
Luego de la victoria en 2023 de Gustavo Petro, el profesor de la Universidad de la Costa (Colombia) y de la Universidad del Zulia (Venezuela), Rafael Portillo Medina, dijo que en esta nueva fase, la institucionalidad colombiana iba a tener una dura prueba. Esa pugna entre la tendencia dictatorial para imponer una ideología no avanzó como se esperaba, sino que ya da muestras de que esas intenciones se están diluyendo y solo el chantaje, los intentos de atropello, las amenazas y las intenciones de generar un clima anárquico típico de los gobiernos de izquierda latinoamericanos, son las únicas opciones que ha tomado el mandatario para tratar de imponer sus planes.
La concentración tradicional del poder político-económico de los grupos que controlan los factores productivos se evidencia en Colombia, mientras en Venezuela los sectores políticos
tienen mayor ingerencia en la vida del país. Estos grupos neogranadinos que han manejado los tentáculos del poder se han preparado para ejercerlo, en cambio en el vecino país la dirigencia es menos formada y más torpe para ejercerlo. Nicolás Maduro y su nomenclatura lo evidencian, y antes las dirigencias sindicales y los activistas de los partidos ejercieron una gran influencia que progresivamente degeneraron en un clientelismo corrupto e ineptitud en el momento de ejercer la función pública.
Lo sucedido con Gustavo Petro en su poco más de un año de ejercicio, muestra pobres resultados. A falta de dinero para garantizar el apoyo de las mayorías, ha iniciado una presión para lograr “echarle mano a los recursos de los fondos de pensiones, y de las EPS”, por ejemplo, para chantajear a potenciales votantes y hacerlos dependientes de las “dádivas del padre presidente”, trata de emular lo hecho por Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, pero la diferencia es que en este último país la renta petrolera le dio el dinero necesario para controlar a todos los sectores, incluyendo a los empresarios acostumbrados a recibir “estímulos públicos” y arriesgar poco su patrimonio.
El viraje a la centro derecha en las últimas elecciones regionales de Colombia (29 de octubre 2023) demostró lo que ya se había experimentado con Petro en su paso por la Alcaldía de Bogotá: Ineptitud y corrupción. Era evidente que esa polémica gestión solo se iba a extrapolar al país y que su mediocridad no iba a cambiar. Él es producto del sistema y no ha trabajado nunca, no sabe que es una gestión privada y mucho menos cómo generar recursos. Solo funciona hacia un objetivo ideológico que ha demostrado poca eficiencia en Latinoamérica, todos sus socios del Foro de Sao Paulo no tienen mucho que mostrar. Él no es la excepción.
Soportando su propaganda política en los disturbios de 2019 y con un apoyo relativo de los votantes colombianos, Petro creyó que sus gritos populistas eran suficientes para controlar el poder; sin embargo, su nefasta gestión, ahora envuelta en una telaraña de intereses, no ha dado muestras del cambio prometido, por el contrario proyecta una imagen de incapacidad, adornada con los escándalos de corrupción denunciados por su propio hijo Nicolás y su escudero el ex embajador en Venezuela, Armando Benedetti, y las excentricidades de su vicepresidenta, Francia Márquez.
Ante la inestabilidad y anarquía, especialmente en materia de seguridad y manejo de la guerrilla, los colombianos corrieron hacia puerto seguro. Eligieron figuras de la centro derecha y le dieron una dura advertencia a Petro, quien no tiene ahora un cheque en blanco para hacer lo que quiere. Latinoamérica muestra que su péndulo se está moviendo hacia la derecha, Perú, Ecuador, Argentina, Chile y Venezuela ya tocaron la campana y Colombia no escapa de esa nueva tendencia.
@hdelgado10