Qué duda cabe, hoy, la lucha política en Venezuela es, además de una lucha política por la propia definición de la política, es una lucha entre la democracia y los demócratas contra la dictadura y sus partidarios (que los tiene) y es, aunque no me gusta plantearlo de esta manera, es una confrontación entre el bien y el mal.
No significa con ello que, los que estamos al lado de la democracia seamos buenos per se; no, en las filas de la democracia y, por supuesto entre los que se dicen conducirse democráticamente, los hay malos también, solo que dos décadas y medias de un gobierno detestable, violento, represivo y paradójicamente, aunque autoproclame lo contrario, profundamente reaccionario, ya es como mucho. Además, podemos decir con conocimiento de causa que los malos de este sector han demostrado ser malísimos.
Hoy la dictadura está en una crisis. Esta es definida, por muchos analistas, como una crisis orgánica. Y esta es una singularidad venezolana, pues, en el mundo, lo que está en crisis, y vive una profunda recesión, son las democracias que están acosadas por las pretensiones autoritarias de los populismos emergentes y los realmente existentes que ya son poder.
Hasta ahora el régimen chavista-madurista había gestionado su crisis, gracias, por un lado, al control que ejerce sobre los aparatos de poder autoritario, pero, también a través de otras mediaciones, pues, es sabido, que las dictaduras se mantienen no solo sobre el poder de sus aparatos represivos, sino que han sido capaces de generar ciertos mecanismos de “construcción de consensos”. En este caso, me refiero a esa especie de, bastarda, “legitimidad por la dadiva”.
A propósito de esto último, no bien EE. UU flexibilizó las sanciones, suscrito en el los acuerdos de Barbados, mucha gente expreso su preocupación porque otra vez se le daba al régimen la posibilidad de obtener ingentes recursos que le permitirían “comprar la conciencia (devenido en votos) de los venezolanos. Creo, que esta vez el hartazgo es mayor y por más que el régimen se ha construido sobre demasiadas mentiras, estas, hoy, son menores a la verdad que ya comienza a manifestarse en las aspiraciones de cambio que se expresaron el 22 de octubre.
Durante dos décadas el chavismo monopolizó la propuesta de un orden que ha culminado en la mas grande tarea de destrucción de un país. Lo hizo haciéndose cargo de los resentimientos incubados en el seno de la sociedad venezolana y, convirtiendo, a la mitad de los venezolanos “en un ejército fanatizado que se entregó y rindió pleitesía a Chávez que se convirtió él y su régimen en una caricatura socialista, más bien, populista” y en corresponsables de la caída de la democracia civil.
El resultado ha sido la “nada”, el desorden y la imposibilidad de vivir una vida digna, de allí que los venezolanos han preferido irse del país.
Pero hoy, después de dos décadas y media de dictadura, de malo, vulgar y deshonesto gobierno, los ciudadanos venezolanos hemos elegido a María Corina Machado (todos los dioses del universo la libren de la tentación de convertirse en un nuevo mesías, pues de esos salvadores de la patria estamos hasta la coronilla).
Ella se ha hecho cargo de las demandas de construir un nuevo encanto por la democracia que alguna vez se la entregamos a esta gente que hoy nos mal gobierna. Nos ofrece reconstruir nuestras vidas de manera “pacífica, civilizada, libre, fraterna, digna y próspera”.
Presumo que, a esta hora, después de los enormes estropicios producidos en el país y el hartazgo que nos ha generado estas dos décadas de chavismo estaríamos felices con una “modesta utopía republicana, democrática y liberal”.
@enderarenas