La historia humana se asemeja a una tormenta de vientos turbulentos, influida por la intrincada y enigmática naturaleza humana: noble en su esencia, pero a veces egocéntrica en su actuar. Esta amalgama incansable nos arrastra hacia el caos. Nuestros grandes pensadores han señalado que solo un equilibrio entre estas polaridades puede rescatarnos. Curiosamente, estos elementos definen nuestra era actual: en un mundo donde la figura de Dios parece difuminarse, la idea de lo posible se vuelve ilimitada. Creemos en la inmortalidad y celebramos el triunfo del “superhombre”. Sin embargo, este triunfo insaciable a menudo desemboca en la frustración y la locura, cuando finalmente choca con lo inevitable.
La obstinación por la superioridad, enraizada especialmente en las élites dominantes, busca manipular a la sociedad hasta que esta se vuelva dócil y maleable. En este contexto, la política, encargada de gestionar el poder y su relación con la humanidad, no ha escapado de esta dinámica. Surgimiento de figuras disruptivas y caóticas se ha vuelto algo común. La política, que alguna vez fue considerada como servicio público y orientada hacia el bienestar colectivo, ha sido distorsionada y manipulada con fines de lucro y oportunismo. Esta degradación busca no solo desacreditarla, sino también socavarla, en lugar de construir modelos políticos que respeten su origen noble.
La política, arraigada en el alma humana, ha sido desvirtuada. Muchos repudian este concepto y abrazan erróneamente la llamada “antipolítica”, sin darse cuenta de que esta es la esencia misma de la humanidad. La política y la democracia necesitan ser rescatadas si la humanidad aspira a sobrevivir. Ambas, desde su origen genuino, aseguran la fraternidad, el diálogo, el consenso, el poder compartido, la descentralización, la alternancia, el respeto a las minorías, entre otras virtudes. Revivir estos valores en la política y la democracia es crucial.
La educación cívica, que nutre el espíritu humano y lo protege de estas tendencias perniciosas, es fundamental. El ser humano es intrínsecamente noble y bondadoso. Reconocer esto es abrazar la esperanza como antídoto contra movimientos y figuras malignas. La Declaración Universal de Derechos Humanos debería ser nuestro contrato internacional principal. Aplicar sus principios ampliamente podría derrotar la barbarie. Sin embargo, este proceso requiere la valentía y la conciencia de muchos para transformar estas ideas en acción. Solo así podremos construir un futuro que sea verdaderamente luminoso y humano.
José Lombardi
@lombardijose