José Aranguibel: ¿Llorar, reír y no rendirse?

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«La grandeza de la vida no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos». Nelson Mandela

Los venezolanos somos conocidos en el mundo como un pueblo alegre, jocoso, divertido, dicharachero y muy apegados a decir que al mal tiempo buena cara. Somos gente amable,  sencilla y solidaria. No obstante, sabemos que no la hemos ni tenemos fácil desde que la Revolución del Siglo XXI se hizo del poder 24 años atrás, cambiándonos, modificando, alterando y destruyendo la calidad de vida de millones de venezolanos, muchos de los cuales huyendo en cualquier dirección del planeta tierra, han salido de un país rico en recursos naturales pero lleno de pobreza extrema y problemas que lleva a preguntarnos si ante esta verdad es mejor llorar, reír, despertar o rendirnos.

Los que festejaron el triunfo siguiendo las ideas de cambio del desaparecido expresidente, Hugo Chávez Frías, fueron millones que estaban desencantados, desilusionados y decepcionados de errores no corregidos, eliminados o extirpados en la democracia representativa, nacida el 23 de enero de 1958. La euforia, alegría y borrachera electoral duraría algunos años soportada por ingresos petroleros nunca vistos en más de cien años desde que somos un país «rico»  que ha nadado en oro negro.

Sin embargo como lo indica una irrefutable ley de la física que todo lo que sube baja, miles de hombres, mujeres, jóvenes y adultos mayores, al paso de los años, despertaron de una ilusión llena del más rancio populismo que hayamos conocido en otro lugar del mundo o en alguno de los gobiernos de la IV República, muy criticada y desprestigiada por la izquierda radical cuando a diferencia de lo que nos pasa en estos momentos, muchos recuerdan ahora que en esa época «éramos felices y no lo sabíamos», teniendo problemas, es verdad, pero nunca multiplicados y sin solución como ahora con un gobierno que prefiere enterrar la cabeza en la tierra como el avestruz.

Lo cierto es que muchos de esos venezolanos que votaron por un «cambio en Revolución»  también han huido y se han radicado en Colombia o han atravesado ese país hermano para llegar a Bolivia, Uruguay, Chile o Argentina. Sin olvidar a quienes han desafiado los peligros de El Darién y Centro América y llegan a México para cruzar al territorio del llamado «Sueño Americano». La crisis o mala situación no ha distinguido a la hora de golpearnos. Muchos no regresarán a su tierra natal porque la muerte, en distintas circunstancias, los ha sorprendido. Amigos, hermanos de la vida y conocidos hoy los recordamos. Sus muertes es la herencia que quedará en los libros de la oscura y mala historia política que los obligó a una salida abrupta, huyendo de la realidad actual de nuestro país.

Hoy a nivel Latinoamericano y del mundo somos el país que inicia el nada agradable o edificante listado estadístico de saldos negativos en rojo en cualquier área, campo social o actividad que tenga que ver con crecimiento económico, calidad de vida, alimentación, educación, salud, empleo, empresas quebradas, destruidas, expropiadas, migración, malos servicios públicos, trato a jubilados, pensionados, maestros, profesores, médicos, seguridad personal, violación de los derechos humanos, presos políticos y, en fin, balances adversos, registrados por agencias de la ONU, OEA, OMS, OIT y ONG que monitorean la conducta de un país y la calidad de vida de sus ciudadanos.

Por años a esta tierra bendecida por Dios le ingresaron ingentes recursos que los «administradores revolucionarios» despilfarraron, botaron y regalaron, primero, a través de una chequera que caminó por América Latina y el mundo que agotaron, pero después sin detener o darle freno al despilfarro, la fiesta siguió llenando dentro y afuera las cuentas de la corrupción a la vista de una impunidad perversa que nos ha traído al país «Hecho en Revolución» atrasado, arrasado y quebrado.

Vivimos encima de un mar de petróleo, pero no hay gasolina. Tenemos recursos hídricos que son la envidia de muchos países pero el suministro de agua potable a la población es deficiente, escaso e inexistente. El sistema eléctrico nacional dejó de ser hace tiempo uno de los mejores de América Latina. El gobierno ofrece a Brasil venderle electricidad y a lo interno los apagones, cortes y fluctuaciones castigan a todo un país. Han regresado enfermedades que habían sido erradicadas antes de la llegada de la Revolución.

Siendo una país «rico» superamos a muchos al poseer 9,3 millones de personas afectadas por inseguridad alimentaria. Según un estudio de la FAO en 2022 «Venezuela es el segundo país de Latinoamérica con mayor prevalencia de hambre con alrededor de 22,9 % de su población, solo superado por Haití que se ubicó de primero en la lista con 47,2 por ciento». A lo anterior hay que agregarle que la ONU estimó que para el «cierre del año 2022 en Venezuela cerca de nueve millones de niños y niñas, menores de 5 años de edad, sufrían de desnutrición aguda».

Una realidad cruda, despreciable y nada halagadora tienen quienes han dirigido durante más de dos décadas a este «rico» país. Eso, sin embargo, no debe fomentar, aumentar o permitir que se imponga la desesperanza, la desilución y el pesimismo. No rendirnos, jamás, nos corresponde a cada uno en cualquier trinchera. Los errores en la oposición han prolongado una agonía que ha permitido el sufrimiento de millones. Habrá unas primarias y en 2024 la oportunidad de iniciar la recuperación de este gran país. Lo obligatorio es la unidad y dejar las diferencias a un lado, porque la historia no le perdonará a ninguno o a ninguna volver a caer en los errores de siempre. No vale rendirse. Dios bendiga a Venezuela. ¡Amanecerá y veremos!.

José Aranguibel Carrasco