José Aranguibel: ¿Por qué Cristo sigue muriendo en la cruz?

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“El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. Jesús de Nazaret

Cualquiera pensaría que es un atrevimiento de mi parte titular de esta manera, pero no, en lo absoluto, lejos está en ser esa mi intención. Existe una verdad que comparto como creyente que registran las sagradas escrituras cuando dicen que el hijo de Dios vino al mundo, sanó a los enfermos, devolvió a la vida a muchos, cargó la cruz, murió y resucitó.  Entregó su vida a cambio de salvar la nuestra del pecado. Es una analogía que revela que a pesar de su esfuerzo de hace más de dos mil años, hoy la cruz continúa en sus hombros llevando el peso de los pecados, faltas, infracciones y transgresiones del hombre en las naciones mundo.

Estamos en la Semana Santa cuando cristianos o practicantes de otras religiones —sin importar las distintas acepciones— pregonan como cierto que hay un sólo Dios y que “Dios es algo más que una mera figura. Que Dios es algo más que un espectador lejano, mirando sin poder hacer nada al sufrimiento que el pecado ha traído”.

Claro también hay quien no cree en la divinidad del Señor, en su existencia y omnipotencia.
Triste y lamentable porque no ven o buscan el camino de Dios. Sin fanatismo y con respeto son ciegos, sordos y mudos. Quizá nos acordamos solo que Dios existe cuando la realidad de un grave problema nos pone contra la pared.

Hoy el odio, venganza, violencia, asesinato, injusticia, robo, soberbia, adulterio, crimen, avaricia, hambre, maldad, envidia, guerra, corrupción, abuso infantil, impunidad, lujuria, matrimonio igualitario, droga, demagogia, burla, mentira, engaño, aborto y otros males continúan haciendo de las suyas y millones llevamos una pesada cruz parecida a la que cargó el hijo de Dios en otro tiempo.

Un mundo lleno de conflictos, polarizado, dividido o separado entre países desarrollados o no, ricos o pobres, grandes o pequeños es lo mismo que decir que la repartición de las cargas del pecado es similar en cualquier rincón de la tierra. El hombre mismo sometiendo al hombre sin importar algo de solidaridad, bondad o amor con su prójimo.

No importa a muchos atropellar, maltratar o abusar del más débil sin respeto a edad, condición física, económica, laboral, etnica o del color de su piel. Niños, mujeres y adultos mayores son víctimas de esa verdad.

Conflictos bélicos, terrorismo, enfrentamientos y guerras sólo traen más sufrimiento, heridas y muerte. Lo vemos, por ejemplo, en Ucrania, Israel, Colombia o África. Asimismo, la intolerancia religiosa, etnica o a la mujer en Irán, Afganistán y otras naciones lejanas ha terminado en muerte decretada por mortales sin ser magistrados divinos.

La permisividad en el uso de armas en manos de resentidos o enfermos en Estados Unidos, desnuda la hipocresía judicial y política de una sociedad demasiado enferma. La vida no tiene mucho valor. Mueren y siguen falleciendo inocentes.

Existen pueblos sojuzgados, sometidos y secuestrados por la sed de poder político, económico y de control social, —generalmente de una o grupo de personas— que provocan más atraso, hambre, miseria y pobreza. La producción y venta de armas llena los bolsillos a muchos  en países “desarrollados” sin importar si pasan o no el límite del exterminio humano.

En Venezuela, hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos no viven precisamente en un paraíso terrenal. En esta tierra bendecida por Dios también tenemos a los Caifás, sumos sacerdotes, Judas y Poncio Pilatos responsables del martirio y muerte del hijo de Dios.

Una tierra excepcional en riquezas, tiene hoy a más de siete millones de sus hijos regados por el mundo buscando una mejor calidad de vida. Hambre, miseria, pobreza extrema y necesidades mínimas no satisfechas, agotan, disminuyen y crean desesperanza de tener una mejor expectativa de vida.

El desmantelamiento, robo y saqueo que ha hecho el llamado Socialismo del Siglo XXI de la riqueza que no ha sido nuestra, —solo en beneficio de ladrones y cómplices—, revela en el reciente escándalo en PDVSA que el calificativo de traición a la patria queda corto. Es  la gota que rebasó y derramó el agua del vaso.

Ese y otros robos en PDVSA —seguro no será el último—le negó la vida al venezolano muerto por hambre. A los fallecidos en un hospital público por “ausencia” de insumos y medicamentos o al asesinado por la inseguridad personal. Sin duda, esta verdad es un Pecado Capital que la religión Católica califica en el origen de otros pecados por “la soberbia, la envidia, la pereza, la avaricia, la gula, la ira y la lujuria”.

Por eso lo sucedido aún cuando está lejano en el tiempo, es demasiado vigente al recordar a Jesús de Nazaret cuando afirmó que “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”.

José Aranguibel Carrasco