“No me importa si es Maduro el que sigue en el poder, solo aspiro que la situación del país mejore, es parte de mi desespero por ver luz al final de este túnel construido en estos 23 años de chavismo”, me dice una desesperada periodista que ya no sabe que explicación dar a una situación que parece no tener fin.
Es lógico, el conformismo, la desesperación y el agotamiento físico y psicológico, que sufren –principalmente- quienes aún viven en Venezuela, y aquellos que pasan penurias en algunos países a los que huyeron, cuando la situación, causada por el régimen iniciado en 1999 por Hugo Chávez, comenzó a recibir el impacto del despilfarró de la mayor bonanza de la historia petrolera (un billón de dólares según cifras conservadoras ingresaron entre 1999 y 2014 señala la BBC 25-02-2016) y de una corrupción jamás vista en el país, que generó una fuga de capitales que, según los exministros del extinto coronel, Jorge Giordani y Héctor Navarro, calculan en más de 300 mil millones de dólares.
El ingreso petrolero no pudo tapar la ineptitud y la corrupción del régimen chavista. No impidió el desastre económico y social, que provocó el éxodo de 7.5 millones de venezolanos (según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas). Tampoco detuvo la quiebra de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), el endeudamiento del país (estiman US $175 mil millones de deuda externa) y la destrucción del aparato productivo nacional y de su sector agroindustrial.
En este dramático contexto, la sociedad venezolana busca alternativas para encontrar alguna ilusión que la conduzca hacia un “algo”, y es en ese camino que los estrategas del régimen han logrado introducir la “falsa mejoría de la situación”. Nicolás Maduro y sus compinches han vendido la idea de inexplicables indicadores positivos de crecimiento del Producto Interno Bruto (el PIB es el indicador económico que refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos dentro del territorio de un país), de control de la inflación y del retorno a la patria de muchos venezolanos.
Es lógico que cualquier efecto rebote va a reflejar una “supuesta mejoría”. Lo preocupante de la realidad de Venezuela es que los analistas económicos y políticos, se crean este cuento, sin considerar que para producir más en un país es necesario invertir, ofrecer garantías legales, crear las condiciones físicas (infraestructura y servicios) y de seguridad personal, beneficiar al colectivo con buenos empleos bien remunerados para que la población mejore su calidad.
A esto se agrega, que la única fuente de ingresos instaurada por el chavismo como estrategia de control social, político y económico, fue el petróleo. Nunca tuvo la intención de revertir el agotado modelo instaurado desde el gomecismo, a principios del siglo XX, y más bien lo reafirmo para garantizar su permanencia en el poder. El tiempo le dio la razón a Chávez y Maduro, se estima que los ingresos por ventas de petróleo representan el 95% de las divisas que entran a Venezuela, una dependencia absoluta de la venta de hidrocarburos.
Ahora con la entrega de la comercialización a la compañía norteamericana Chevron, supuestamente para cobrar una vieja deuda y unos compromisos generados por esos préstamos, el régimen viola la Constitución Nacional y antepone sus negocios a los intereses nacionales. La ilusión de la recuperación de Pdvsa, es una ficción, toda vez, que el deterioro generalizado de sus instalaciones que se acumuló desde la primera década del siglo XXI, demanda de inversiones mil millonarias que no se avizoran en el horizonte.
Hace un par de años, un ingeniero de una compañía petrolera norteamericana, comentaba que solo se puede hablar de verdaderas inversiones en el sector, cuando los montos superan los 20 mil millones de dólares. “Cuando escuches que invirtieron 100, 200 o 500 millones esas son cifras que no son importantes en la industria”, advertía. Y en el escenario actual de incertidumbre, corrupción e inseguridad, esos grandes montos ni se escuchan.
A la inestable economía, se une otra realidad que desespera y desilusiona a la mayoría de venezolanos. Lo que está ocurriendo en el campo político genera incertidumbre, desilusión y una leve esperanza, porque muchos sectores de la población creen que en las negociaciones entre Estados Unidos de América (EUA), “la devaluada oposición” y el régimen, están garantizando las elecciones presidenciales libres y transparentes de 2024.
Hay que destacar que las condiciones creadas, por el chavismo, durante 23 años, difícilmente facilitaran la entrega del poder. La pérdida de la soberanía con la entrega a los intereses cubanos, chinos, rusos, iraníes, al narcoterrorismo colombiano liderado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el terrorismo del medio oriente, ha convertido a Venezuela en centro de actividades oscuras que impiden cualquier salida electoral; la prueba de este problema, es lo que ocurre en la frontera colombo-venezolana, controlada por los grupos neogranadinos y los carteles mexicanos.
Complica la situación política, las acciones de una desdibujada oposición, que ya no se diferencia -en materia de intereses grupales- al régimen. Con liderazgos enviciados, eternizados en el poder de cada una de sus organizaciones, demostrando que los asuntos nacionales son secundarios y que el sufrimiento de las mayorías poco importa, los sectores llamados a generar el cambio, están más preocupados por el pedazo de torta que se comerán, no importa si para lograrlo se someten a los designios de la nomenclatura rojita.
Las hachas de guerra ya se sacaron en la oposición, el G3 ya enfiló sus baterías contra quien lidera las encuestas, María Corina Machado. Algunos analistas sostienen que para el carnaval electoral 2024, una de las hipótesis que se maneja es que de la “supuesta oposición”, surgirá un “candidato pana” con la nomenclatura chavista, que les garantizará –si hay un cambio- que no habrá persecución contra los corruptos, violadores de los derechos humanos y genocidas.
Una salida así, reafirmaría la sospechosa declaración realizada por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, en agosto de 2022, cuando planteó la “tesis de la cohabitación”, y el diálogo como opciones para Venezuela, y no la salida irreal, de Maduro, por negociación o elección. Una tarea nada fácil de compartir el poder, como lo advierte el mismo autor, en la que habrá en el espectro de la oposición un “sector dispuesto a cohabitar” (Manuel Rosales, Henrique Capriles y Henry Ramos) y otro que no lo aceptan (MCM y Nicmer Evans).
En medio de esta incertidumbre, como dice la periodista del inicio de esta historia, los venezolanos comienzan a creer en cualquier cosa que parezca una ilusión o esperanza, no importa quién lo haga, lo que interesa es que ocurra algún milagro que saque al país del foso donde está. Lo preocupante de esta postura y lo observado en la dirigencia política es que nadie piensa en la Venezuela postpetrolera.
A otro periodista interrogado sobre este asunto, solamente dijo: “¿Y de qué vamos a vivir?” Es decir, la cultura petrolera sigue dominando el imaginario popular reflejado en la Venezuela Saudita, el ta´ barato dame dos, el país derrochador, supeditado a vivir de la renta petrolera, con el mínimo esfuerzo; es esa sociedad que hasta este momento no está construyendo el nuevo modelo de nación, que supere ese concepto que nunca se terminó de asumir y quedó inconcluso, el cual –a su vez- generó sus propios males (los factores de desigualdad que dieron origen al chavismo) que destruyeron la ilusión de nación rica.
@hdelgado10