“América está abierta para recibir no sólo al extranjero opulento y respetable, si no también a los oprimidos y perseguidos de todas las naciones y religiones”. George Washington
Dicen que tocar la puerta no es entrar. Es una verdad que, sin embargo, produce demasiada impotencia, tristeza y dolor al ver a decenas de venezolanos deambulando en las calles de México después del 12 de octubre, cuando el anhelado “Sueño Americano” pasó a ser un imposible al entrar en vigencia nuevas reglas de inmigración que en la tierra del Tío Sam decidieron aplicarle, sin excepción, a cualquier nacido en la patria de Simón Bolívar si no reúne ciertos requisitos.
La administración de Joe Biden no pudo soportar más el peso de la careta ni expresar más cantinfladas, porque finalmente tuvo que quitársela y tragarse todas la críticas que en campaña los demócratas formularon contra el republicano Donald Trump por sus políticas nada flexibles en el tema migratorio, que hoy en el caso de los venezolanos,
—especie de tiro al blanco de las medidas— es algo así como una segregación étnica cuando existe marginación de una minoría que proviene de una etnia o cultura distinta a la dominante. Cierto es que el gobierno del presidente Joe Biden está en su derecho de decidir quién entra o no a su territorio. Sin embargo, olvidan que la Venezuela de antes del triunfo de la Revolución Bonita, fue un aliado incondicional de sus políticas hemisféricas, proveedor seguro de petróleo y socio en la lucha anticomunista y en defensa de la democracia.
Sin embargo, a la hora del té eso es lo que menos ha importado al caer el telón de la obra teatral de una realidad llamada Venezuela. La crisis social ha provocado la salida de más de siete millones de almas a distintos destinos del mundo. Uno de ellos, Estados Unidos, adonde sin ser mezquinos debemos reconocer que ha llegado buena parte de venezolanos buscando una mejor calidad de vida, pero hasta allí parece que llegará la “solidaridad” con la gente de carne y hueso que ha salido por montones, miles, atravesando Colombia, el Darién, Centro América hasta llegar a la frontera entre México y Estados Unidos. Muchos no lograron llegar y quedaron en el camino descansando en una fosa.
En cambio, quien esto escribe mientras respire le estará muy agradecido al expresidente colombiano, Iván Duque, a su equipo y a los miles de colombianos anónimos que han abierto su corazón a los casi dos millones de venezolanos que hoy viven en la tierra que tanto amó Bolívar y a la que le entregó su último aliento por permitirles vivir en ese país hermano. No tengo porqué pensar distinto que el presidente Gustavo Petro lo haga diferente. Ojalá supere a su antecesor. Lo mismo no puedo expresar de otros gobiernos caribeños anglohablantes de memoria corta que la historia no absolverá. Verdaderos Poncio Pilatos de estos tiempos. Asimismo, quizá en menor proporción, a otros gobiernos el agradecimiento por la comprensión y apoyo a hombres y mujeres, a familias enteras, que han emigrado buscando en otros lares lo negado en oportunidades donde nacieron. Gracias a un modelo político e ideológico que desmembró o separó a la familia, amen, que quebró y arruinó a un país que no merece estar viendo cómo sus hijos huyen cada día.
Por lo pronto para este martes 18 fue anunciada la entrada en vigencia del mecanismo que deberán cumplir 24 mil venezolanos con deseos de ingreso a Estados Unidos, teniendo visa y cumpliendo otros requisitos muy parecidos a un juego de ruleta rusa que no todos podrán dejar a su mejor suerte. Es una verdadera lotería donde miles y miles de aspirantes no tendrán la más mínima posibilidad. No nos caigamos a mentiras. Mientras tanto del lado mexicano con el plácet del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, inquieta a activistas y defensores de los migrantes la saturación de venezolanos en albergues y refugios, después que el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) estadounidense anunció la deportación de los venezolanos que lleguen a la frontera convertidos en candidatos a aplicárseles el Título 42.
En tanto en Necoclí, Departamento de Antioquia, Colombia, otras 10 mil almas en su mayoría venezolanas, estacionadas para atravesar el Darién, deben saber a estas horas el desenlace de una noticia que cambia un destino incierto que no será del “Sueño Americano” sino de la viva y continua tragedia que atraviesa Venezuela.
José Aranguibel Carrasco