Confieso sentirme algo nervioso por meterme en el peludísimo tema del amor, pero hay que variar de vez en cuando. Si algún asunto ha sido abordado por casi todos los grandes pensadores es este y para muestra un botón.
Para Sócrates hay varios niveles de amor, desde lo más sencillo hasta la belleza inmortal. Primero amamos el cuerpo y, aunque este se deforme, está la belleza del alma y también la belleza de las ideas. A pesar de sus imperfecciones el amor es lo que nos motiva, lo que da sentido a la vida.
Para Aristóteles es desear para alguien lo que creemos de bien. Aquél que se alegra con lo bueno que le pasa a su amigo y también lo acompaña en la tristeza. Propone el amor a uno mismo pues, sin duda, eres tú, tu mejor amigo y desde allí dibuja dos clases de egoísmo, el del acumulador amante de cosas y dinero y el egoísmo del amante de sabiduría. Este último busca principalmente la virtud, que según nos dice, es el más elevado de los bienes.
Spinoza también lo comenta. No amar equivale a no conocer y eso equivale a no ser. Sin algo que podamos disfrutar y que nos reconforte no podemos existir. El que no ama no ha nacido. Con razón este picante pensador hacía vibrar a sus contemporáneos mojigatos. Una de las afirmaciones que nos gustan de Baruch es el decir que cuando el odio es vencido enteramente por el amor, y se convierte en amor, este es más grande que si el odio no lo hubiese precedido. Algo así como la reconciliación entre enemigos es el óscar en la faena del amor.
Schopenhauer, como buen alemán y práctico, nos dice que detrás de la voluntad individual para amar se esconde la voluntad de la especie animal para perpetuarse y mejorarse. Lo que llamamos amor es el instinto, un imán que nos lleva a relacionarnos.
Lo cierto es que el amor admite cualquier interpretación y eso lo hace casi un misterio. Usualmente el amor se asocia a relacionales entre personas, pero eso no solo es así. Hay quienes aman a sus mascotas, aman a su oficio, aman a su jardín, aman al saber o aman al arte expresado en pinturas, esculturas y obras extraordinarias.
De joven amaba ir a pescar. Cada sábado, muy temprano, iba a un lugar en la costa oeste de Paraguaná. Me disfrazaba de buzo y con un rifle arpón comenzaba mi cacería de peces, pulpos y langostas. Eran unas piedras grandes situadas a unos noventa metros de la costa. Allí estaban los peces. Desde que me sumergía ya no había preocupaciones y todo se olvidaba. Un par de horas en un mundo mágico y sin gravedad que sentía que me amaba y yo a él.
Amar es casi una necesidad más allá de conservar la especie. Es apreciar a los otros, es sentir que hay cosas buenas por las que trabajar. Es también sentir a un territorio querido y a su gente y defenderlo de todo lo que lo agreda. Allí estamos hoy los venezolanos, requeridos del amor a la patria sin vacilación.
En algún momento, no porque los mandones actuales lo quieran sino obligados por el mundo civilizado, iremos a elecciones de presidente. Es en ese momento es donde el amor por Venezuela deberá mostrarse y sacar con una patada por el fondillo a estos rufianes que nos desgobiernan.
Pero también hay miles de hermanos que siguen creyendo en las loqueras de Chávez y Maduro, y son gente buena y decente, a ellos hay que abrirles los brazos. Allí el amor deja de ser una palabra, una entelequia, para convertirse en una acción. Amarnos en nuestras diferencias es clave para una nación civilizada.
Y eso aplica también a todos los sectores que nos autodenominamos de oposición. Tenemos que poner las cosas donde deben estar. Primero Venezuela y después nosotros y si eso significa soportarnos y tolerarnos, pues hay que hacerlo.
Y cerramos con dos bonitas frases inspiradoras, una de Nietzsche “Lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal” y otra de Voltaire “El amor es la más fuerte de las pasiones, porque ataca al mismo tiempo a la cabeza, al cuerpo y al corazón”
Tenemos que llenarnos de amor por Venezuela y hacer lo que se debe hacer para salvarla.
Eugenio Montoro