“En un mundo lleno de mentiras, la boca que se atreve a decir verdades se convierte en el arma más perseguida.” Robin Williams.
Nuestro pecho no debe albergar odios; nuestra alma no debe guardar rencores; nuestra mente no debe alojar envidias y en nuestra conciencia no debe anidar el resentimiento; de esa forma podemos decir como Amado Nervo: “vida nada me debes, vida nada te debo, vida estamos en paz.”
Por formación y por convicción no soy partidario de la violencia y me enfurece la injusticia. A pesar de que en muchas ocasiones recurrimos a las mentiras, por muy piadosas que ellas sean, como aquellas que se dicen para no hacer sentir mal a los demás y que tampoco tendrán malas consecuencias, estoy convencido que es preferible decir siempre la verdad, por muy angustiante que parezca, por muy dolorosa que ella sea. Tenemos que estar conscientes que ella forma parte de la integridad personal, entendida ésta como la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.
La persona íntegra gana credibilidad y esto le permite generar confianza, con lo cual destruye la relatividad de la moral. La moral es una gran responsabilidad no solo intelectual y profesional, sino además personal. Ella no puede ni debe ser relativa porque entonces bordea la hipocresía popularizada por el famoso personaje novelesco de Tartufo. Además, Jesús sentenció: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, para señalarnos el camino recto y correcto, aunque nos hace tan difícil parecernos a Cristo.
Ante la terca realidad que nos conmueve, ya lo he escrito antes,no es posible colocarse una venda que haga translúcida la conciencia y se acepte como algo normal la injusticia. El hombre nuevo siempre tendrá ideales de justicia, la cual concebida en términos de Saramago: “No se envuelve en túnica de teatro y nos confunde con flores de vana retórica judicial, sino una justicia para lo cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo ético, una justicia que llegue a ser tan indispensable para la felicidad del espíritu como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Sobre todo, una justicia en la que se manifestase, como ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a todo ser humano.” No hay humanidad sin aprendizaje cultural, dice Savater, y la humanidad es el rasgo común que nos hace iguales, es decir, el reconocernos como seres humanos y tratarnos como tales.
La ética tiene que ver con nuestra recta actuación y nos obliga a ser coherentes. Una persona íntegra se hace invulnerable a las múltiples formas de la corrupción y es un escudo que nos protege de toda mala acción.
Estos son principios inalienables que se exigen al nuevo liderazgo contemporáneo dado que el mundo, y nuestro país con mayor intensidad, atraviesa por un largo invierno de corrupción, violencia, inmoralidad, crueldad y muchas otras manifestaciones de la perversión de almas marchitas y oscuras que a pesar de ser seres humanos, sus sombras reflejan a las bestias apocalípticas.
Asumamos la gran tarea de rescatar los valores que nos permitan reconciliarnos con la vida en sociedad y reconocernos como humanos. Démosle la bienvenida a la primavera de la ética, tal como lo recomendara el Dr. Oscar Arias años atrás.
Neuro J. Villalobos Rincón