“Nuestro propósito principal en esta vida es ayudar a otros. Y si no puedes ayudarles, al menos no les hagas daño. Ayudar a los demás y hacer del mundo un lugar mejor es primordial. Si no somos capaces de ello, al menos deberíamos intentar no perjudicarles”. Dalai Lama
Bien lo dice el título de este artículo muy aplicable en cualquier ámbito de la actividad humana cuando algo debe hacerse para corregir un entuerto, pero nunca faltará el inconforme, cuestionador y siempre amigo(a) que estará en desacuerdo. Claro no está mal que si a usted o a quien esto escribe no nos agrada o convence una solución de un problema que afecte a la familia o a todo un país, lo lógico, sano y sensato es refutarlo con argumentos convincentes. El detalle es que en la mayoría de los casos no son aportadas soluciones y más bien el ego lleva a criticar por criticar, buscar sólo figurar, llamar la atención o ganar centimetraje en los medios de comunicación. Algo así como expresar de la boca pa’fuera una cosa, no obstante la ayuda sincera para construir soluciones a las que aspiran millones de venezolanos nunca llega.
Esa verdad es muy común en nuestra querida Venezuela donde en el terreno de la política hay actores y actrices que han acumulado una experiencia curricular de primer orden en lo referido a llevar la batuta de contrariar toda propuesta o soluciones que permitan abrir caminos en la superación a la conflictividad social exacerbada desde la llegada del expresidente Hugo Chávez Frías y su “legado” revolucionario. Esos “dirigentes” son acreedores a ser dignos(as) aspirantes a ganarse los mejores reconocimientos de las artes cinematográficas. Demasiados ejemplos tenemos en el país sobre el tema del no lavan ni prestan la batea. El gobierno revolucionario a lo largo de 24 años de mandato tiene tantos ejemplos de esas contradicciones que podríamos escribir más de un libro. Lo lamentable es que en el resultado de esas acciones oficiales siempre ha pasado que ha sido peor la medicina que la enfermedad, digamos, en temas de economía, alimentación, salud, educación o servicios públicos.
Claro no sólo sucede con el gobierno que ha dirigido los destinos de nuestra nación donde han nacido, crecido y reproducido los peores males, —pequeños, medianos y grandes—, que han llevado a nuestro país a ocupar las últimas posiciones en las estadísticas de agencias de la ONU y ONG independientes que miden la buena salud de la economía y de su gente. Esa verdad nos las recuerdan millones de venezolanos que decidieron huir. Y otros millones que a lo interno, diríamos, sobrevivimos. Mientras tanto, en la acera de enfrente no todo ha pintado color de rosa en las ejecutorias de la oposición venezolana. Errores, desaciertos, contradicciones, resentimientos, heridas, cobardía, traición, envidia y no ponerse en sintonía para construir la anhelada unidad política también permitiría escribir más de un libro y abrir hasta una biblioteca. Sin embargo, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, pero eso dependerá de la sinderisis unitaria que los venezolanos construyamos de verdad. Esa coherencia verbal en algunos políticos(as) debe estar conectada entre lengua, corazón y cerebro. Creo que de otra forma no funcionaría a mi modo de ver.
Lo digo porque días atrás aprecié en las redes sociales que la dirigente María Corina Machado —opositora de la oposición— en su estilo de oponerse a todo de lado y lado, venga de donde viniere, minimizó, no valoró ni menos ofreció una solución parecida a la propuesta que el gobernador Manuel Rosales Guerrero sugiere de usar parte de los recursos venezolanos represados en bancos de otros países para darle respuesta a los graves problemas de la crisis eléctricos, suministro de agua, dotación y suministros de insumos sanitarios y alimentación escolar. Soy zuliano, venezolano, no de otro país o mundo distinto al que piso y respiro su aire convencido de que un planteamiento serio no debe ser cogido a pedradas, mofado ni subestimado por el solo hecho de ofrecer una solución que no sólo favorecería a nuestro estado, sino a todos los venezolanos que padecen el peor deterioro de su calidad de vida en más de 200 años de vida republicana.
Por algo la mentira tiene patas cortas como bien lo dice otro proverbio popular venezolano. En esa propuesta del gobernante zuliano —llegando a ser aceptada por gobierno y oposición— ninguno de ambos sectores de poder tendrían metidas sus manos en los mecanismos de administración, distribución y ejecución de lo que hoy es sólo una posibilidad. La Organización de Naciones Unidas, ONU, Corporación Andina de Fomento, CAF, y el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, tendrían a su cargo semejante responsabilidad, quizá sólo vista en el Plan Marsall, cuando Estados Unidos entre 1948 a 1952, ayudó a la reconstrucción de Europa devastada por la II Guerra Mundial, circunstancia no bélica en el caso de Venezuela, pero de catástrofe política y social que al paso de los años ha traído y dejado la cosecha de la Revolución Bonita del Siglo XXI. Al secretario general adjunto de asuntos humanitarios de la ONU, Martín Griffiths, la sugerencia le parece posible, factible, sustentable. El alto funcionario estuvo en Venezuela a finales de julio, pero en todo caso como decía el expresidente Carlos Andrés Pérez “amanecerá y veremos”.
José Aranguibel Carrasco