La Constitución de 1787 de Estados Unidos de América (EUA) defendió los principios de su democracia protegiendo la discusión, selección y aplicación de las ideas, única práctica que podía garantizar el desarrollo de la incipiente nación. Sus fundadores entendieron la importancia que tendría, en aquel momento, la palabra escrita para impulsar la libertad y el progreso de la unión.
Azotada por los cambios tecnológicos que han influido en los últimos tiempos, la democracia y su prensa tradicional ahora afronta retos que la obligan a invertir sus roles, comprender de maneras diferentes las realidades para luego elaborar contenidos, distribuirlos y consumirlos; dimensionar la amenaza de los monopolios tecnológicos que controlan el Internet, las redes sociales y las bases de datos; y el rol de las audiencias hiperconectadas que asumen papeles interactivos, en abierta contradicción con el anterior modelo tradicional, unilateral y controlado.
Esa prensa quedó atrás y necesita generar nuevas formas de pensamiento que interpreten el “Ecosistema Digital” y sus transformaciones internas: Demandan innovación tecnológica, desarrollo de modelos políticos que engloben los gobiernos digitales basados en la integración pública y privada, establecer principios éticos adecuados a estos cambios especialmente en materia de ciberseguriad, infraestructura física y modelos de relación de los recursos humanos, no solo desde el punto de vista social sino también laboral, ahora que se habla de robótica e Inteligencia Artificial y se abren nuevas incógnitas en lo que llaman Economía Digital y en sus mercados laborales.
En un escenario complejo, la prensa (término clásico), la democracia y la libertad, sufren las inclemencias de los cambios humanos y digitales A estos retos se unen el auge de la posverdad, del posmodernismo que de la mano del revisionismo y el resentimiento debilitan la institucionalidad democrática, sin que sus hijos llamados a defenderla lo hagan, haciendo fácil el ascenso del autoritarismo y el comunismo.
La falta de visión de los demócratas está dando espacio para que la cultura euro-anglosajona se vea amenazada, incluso la puerta trasera de EUA ya está desestabilizada en zonas estratégicas del Caribe y el Canal de Panamá; está amenazada en asuntos como el tráfico de drogas y el terrorismo. Es la Latinoamérica aupada por la fracasada Cuba y las autócratas China (comunista) y Rusia, y el Foro de Sao Pablo, que ya entró en franca lucha contra la institucionalidad democrática y su libertad de prensa, mientras la burocracia diplomática del continente duerme.
La fiebre que sufre la libertad de prensa en Latinoamérica es un síntoma de la enfermedad de sus sistemas. El 3 de mayo de 2022, Día Mundial de la Libertad de Prensa en 180 países, la Organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) presentó un informe relacionado con el papel de los periodistas, la importancia de los medios de comunicación, el pluralismo informativo, la seguridad de los comunicadores y las leyes que los protegen y limitan.
El informe señala que el ranking de los países con mayor libertad de prensa en 2022 lo lidera por quinto año consecutivo Noruega, le siguen Dinamarca, Suecia, Estonia y Finlandia. En cuanto a América Latina, Costa Rica ocupa la posición 8, Argentina el 29, República Dominicana el 30, Uruguay el 44 y Ecuador el 68. Preocupante es lo que ocurre en Venezuela (159), Cuba (175), Nicaragua (160), El Salvador (112), México (127) y Guatemala (124).
En Venezuela desde 2003 hasta el presente se han clausurado más de 200 emisoras, los periódicos impresos cerraron por el bloqueo del papel que aplicó el régimen chavista y ahora ataca sus ediciones digitales, tal como lo denunció recientemente Telefónica España cuando su filial Movistar señaló que más de un millón y medio de usuarios (30%) fueron “chuzados” y varios sitios web fueron hackeados desde 2005 (Infobae 22 de junio de 2022). Luego de la divulgación de las irregularidades no ocurrió nada. Volvió a imperar el silencio cómplice y la impunidad. A esto se suman casos como la detención arbitraria de periodistas como Ronald Carreño (2020) y otros casos más.
En Centroamérica la situación es grave señala la RSF, la Sociedad Interamericana de Prensa (SiP) y organizaciones de derechos humanos. En México en 2022 han asesinado 13 periodistas por denuncias de corrupción y narcotráfico sin que el miembro del Foro de Sao Pablo y su actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, haga nada. En Nicaragua, el dictador Daniel Ortega cerró recientemente 6 emisoras y 3 televisoras de la iglesia católica; desde 2018, han salido del país 120 periodistas y el diario más antiguo, La Prensa, se asiló luego de la detención de sus dueños. El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, luego de las denuncias de irregularidades contra su gestión, ordenó el cierre de El Periódico y detuvo a su editor, José Zamora. En El Salvador los ataques contra medios y periodistas, por parte del gobierno Nayib Bukele, ya suman 219 desde 2021. Honduras (165) reporta 97 reporteros asesinados desde 2001. La impunidad en esta parte del continente asciende al 91%.
Esta serie de hechos ocurridos en Latinoamérica indican que los medios tradicionales y digitales son parte fundamental de la democracia. La persecución, cierre y asesinato de periodistas, señala que la verdad es un factor importante para mantener la institucionalidad y que los corruptos, autócratas y comunistas, le temen. Lo planteado en la Constitución de EUA está vigente, y aún en esta era de avances tecnológicos, retos y amenazas como las generadas por las Fake News, no se puede borrar la importancia de la Libertad de Prensa. Los ataques contra ella expresan que la enfermedad verdadera es institucional y de los hombres obsesionados por el poder.
@hdelgado10