Todo va conforme al plan.
Esa es la línea argumental del presidente de Rusia, Vladimir Putin. La guerra en Ucrania, que está en su quinto mes y no se ve un final cercano, puede ser extenuante. Pero los altos funcionarios del Kremlin siguen repitiendo que Rusia, que está ganando terreno en el este de Ucrania, va a tener éxito en todos sus objetivos.
Eso puede resultar difícil de creer. Después de todo, Rusia tuvo que retirarse de Kiev, enfrentó varios retrocesos militares, afronta sanciones a una escala sin precedentes y ha sido objeto de un coro de condenas a nivel internacional. Argumentar que esa lista de dificultades y fracasos rotundos es un éxito puede acercarse a la propaganda, la hipocresía o incluso el autoengaño.
Y, sin embargo, es lo que el Kremlin parece creer. He seguido de cerca las palabras, el comportamiento y las decisiones de Putin durante dos décadas, con lo que he llegado a formar un panorama completo de las maquinaciones del presidente. A partir de las declaraciones públicas, los movimientos políticos y las discusiones informales con personas al interior, he podido discernir —en la medida de que eso es posible— los contornos de la lógica actual del Kremlin. Lo que está muy claro es que a fines de mayo, el Kremlin llegó a la conclusión firme de que está ganando el conflicto a largo plazo. Y Putin, a diferencia de los primeros meses caóticos, ahora tiene un plan claro.
El plan, que consta de tres ejes, es una especie de muñeca rusa estratégica. Cada uno encaja dentro de otro, lo que significa que tiene un gran esquema que va mucho más allá de Ucrania, pero se centra en ella. Puede sonar bastante fantasioso y sin duda revela lo mucho que Putin está alejado de la realidad, por decirlo sutilmente. Pero es importante que Occidente, cuya respuesta ha variado entre la confrontación y la aquiescencia, entienda el alcance completo de las expectativas de Putin mientras continúa analizando su papel en la defensa de Ucrania contra la agresión rusa.
El objetivo más pequeño, pragmático y factible tiene que ver con las ambiciones territoriales de Rusia en Ucrania. Al no haber logrado avanzar mucho en el territorio ucraniano desde los primeros días de la guerra, Rusia redujo con rapidez sus ambiciones y renunció a la idea de tomar Kiev. El objetivo actual, más realista, parece ser el control de las regiones de Donetsk y Luhansk —que el Kremlin cree que será posible lograr en cuestión de tiempo, una idea que posiblemente esté reforzada por la captura efectiva por parte de las fuerzas rusas de la región de Luhansk— y del corredor terrestre que asegurará el acceso a Crimea.
Para este objetivo, de poca importancia geopolítica para el Kremlin, Putin parece creer que el tiempo le favorece. Es sencillo ver por qué. El apoyo militar occidental ha mostrado sus limitaciones mientras que Washington ha dado señales de que no está dispuesto a arriesgarse a incitar la ira de Putin cruzando límites. Las amenazas de Rusia de recurrir a las armas nucleares parecen haber sido escuchadas: Occidente no intervendrá directamente ni ayudará a Ucrania hasta un punto que pueda derivar en la derrota militar rusa. En este momento, a pesar de las declaraciones que indican lo contario, la creencia generalizada en Occidente es que Ucrania no podrá recuperar las áreas ocupadas por las tropas rusas. El Kremlin parece creer que tarde o temprano Occidente abandonará por completo esa idea. Entonces, el este de Ucrania estará bajo control ruso de manera efectiva.
El segundo objetivo parece centrarse en obligar a Kiev a capitular. No se trata de los territorios ocupados; se trata del futuro del territorio que queda de Ucrania, algo que tiene mucha más importancia geopolítica. En la práctica, la capitulación significaría que Kiev acepta las demandas rusas que podrían resumirse como la “desucranianización” y la “rusificación” del país. Eso implicaría criminalizar el apoyo a los héroes nacionales, cambiar el nombre de las calles, reescribir los libros de historia y garantizar a la población rusoparlante una posición dominante en la educación y la cultura. El objetivo, en pocas palabras, será negarle a Ucrania el derecho de construir su propia nación. El gobierno sería reemplazado, las élites purgadas y la cooperación con Occidente abolida.
Este segundo objetivo suena descabellado, por supuesto. Pero para Putin también es aparentemente inevitable, aunque puede llevar más tiempo de lograr. En uno o dos años, momento en el que el Kremlin espera que Ucrania esté agotada por la guerra, incapaz de funcionar con normalidad y profundamente desmoralizada, madurarán las condiciones para la capitulación. En esa etapa, el cálculo del Kremlin parece ser que la élite se dividirá y se amasará una oposición a favor de la paz para derrocar al gobierno de Volodímir Zelenski, con la intención de poner fin a la guerra. No habría necesidad de que Rusia capture Kiev militarmente; caería por sí solo. Al parecer, Putin no ve nada que pueda evitarlo.
Ha habido mucha discusión sobre qué es más importante para Putin en su guerra: impedir que la OTAN se expanda hasta la entrada de Rusia o sus ambiciones imperiales de extender el territorio de Rusia y anexar al menos una parte de Ucrania. Pero los dos temas están vinculados. A medida que Ucrania giraba en dirección a la OTAN y el conflicto en la región del Donbás continuaba estancado, Putin se obsesionó cada vez más con el país. La tierra que él cree que pertenece históricamente a Rusia estaba siendo dominada por el peor enemigo de Rusia. Como respuesta, el territorio de Ucrania se convirtió en un objetivo entrelazado —no un sustituto, como muchos piensan— con la confrontación con la OTAN.
Eso nos lleva al tercer objetivo estratégico de Putin en la guerra contra Ucrania, y el más importante de todos desde el punto de vista geopolítico: construir un nuevo orden mundial.
Por lo general se piensa que Putin cree que Occidente es una fuerza hostil que busca destruir a Rusia. Pero yo creo que para Putin hay dos Occidentes: uno malo y uno bueno. El “Occidente malo” está representado por las élites políticas tradicionales que gobiernan actualmente los países occidentales: Putin parece verlos como estrechos de miras y esclavos del electorado, líderes que obvian los intereses auténticos de sus naciones y son incapaces de pensar de manera estratégica. El “Occidente bueno” consiste en europeos y estadounidenses de a pie que, según él, quieren tener relaciones normales con Rusia, y empresas que están ansiosas por beneficiarse de una cooperación cercana con sus homólogos rusos.
Desde la perspectiva de Putin, aparentemente, el Occidente malo está en decadencia y condenado, mientras que el Occidente bueno desafía lentamente el statu quo con una serie de líderes de orientación nacionalista —como Viktor Orbán en Hungría, Marine Le Pen en Francia e incluso Donald Trump en Estados Unidos— listos para romper con el viejo orden y crear uno nuevo. Putin cree que la guerra contra Ucrania y todas sus consecuencias, como la inflación alta y el aumento de los precios de la energía, beneficiarán al Occidente bueno y ayudarán a la gente a rebelarse contra el sistema político tradicional.
La apuesta de Putin parece ser que los cambios políticos intrínsecos en los países occidentales derivarán, con el tiempo, en un Occidente transformado y más amistoso. En ese momento, Rusia podrá volver a las demandas de seguridad que estableció en su ultimátum de diciembre a Estados Unidos y la OTAN. Esto puede parecer una ilusión irrealizable. Pero eso no cancela el hecho de que es lo que Putin espera que suceda.
Hay algunas buenas noticias. Que el plan le parezca realista debería, a corto plazo, evitar cualquier escalada nuclear. Pero la mala noticia es que, tarde o temprano, Putin se enfrentará a la realidad. Es en ese momento, cuando sus planes se frustren y su decepción aumente, es cuando es probable que sea más peligroso. Si Occidente intenta evitar un choque catastrófico, necesita entender de verdad a qué se enfrenta con Putin.
Tatiana Stanovaya (@Stanovaya) The New York Times