Un vecino llamado Luis Franco me sorprendió en días reciente con un libro muy estropeado. Tenía las portadas roídas y las hojas salpicadas de barro, pero completas. No era para menos: lo había encontrado en las ruinas de una casa que acababan de demoler en la parroquia Venezuela del municipio Lagunillas. Era una edición de Los viajes de Marco Polo, impresa en México (1965) por Editorial Cumbre. No se puede determinar si su despistado dueño lo conservaba desde esa época. Sería una suerte para cualquier lector conseguir en estos momentos un ejemplar de esa tirada y, sobre todo, en las circunstancias en que lo halló el oportuno Franco.
Leí por primera vez ese libro en 1975 en mis tiempos de estudiante en el liceo Hugo Montiel Moreno de El Moján. Fue más bien una lectura apresurada y engorrosa, pues el ejemplar era prestado y debía ser devuelto al cabo de dos días. Ahora, después de cuarenta y cinco años, he podido disfrutarlo página por página tras una semana de holgado placer bajo una mata de olivo.
La obra no está estructurada en capítulos sino en pasajes cronológicos. Uno de ellos, el más impresionante lo constituye sin dudas el dedicado a las tumbas de Los Reyes Magos. De no ser por la curiosidad de Marco Polo, la noción que se tuviese de estos personajes fuera vaga. Por ejemplo, el apóstol Mateo es el único —de los cuatros evangelistas— que da cuenta de ellos en el Nuevo Testamento.
Los peregrinos siguiendo la estrella desde Persia habían llegado a la presencia del rey Herodes; monarca de Judea para esa época. Una vez allí preguntaron:
“… ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle”. Herodes, perplejo por lo que acababa de escuchar, por considerarse el único rey de Judea, les responde con malicia a los desconocidos que vestían como reyes: “Vayan y encuentren a ese niño, tan pronto lo consigan, me avisan, para ir a adorarlo”. Cuando los Reyes Magos dormían, después del agotador viaje y después de visitar al recién nacido, cada uno tuvo el mismo sueño revelador. Al despertar tomaron otro camino y regresaron a su país desestimando el encargo del sanguinario Herodes.
Mateo no precisa cómo se llamaban ni cuántos eran, solo se limita a señalar, que llevaron regalos: mirra, oro e incienso para adorar al niño Jesús en un pesebre.
Sobre el libro se ha escrito y especulado mucho. Algunos investigadores han asegurado que es pura invención de Polo en complicidad con Rustichello de Pisa; un hábil escriba que tenía fama de producir relatos inspirados en leyendas del Rey Arturo.
Él conoció al escritor en una prisión en 1298. Polo se había alistado en una galera al servicio de su patria Venecia, pero perdieron ante los genoveses en una batalla naval y por esa causa quedó prisionero en Génova por espacio de tres años.
A lo largo de ese período contó su maravilloso viaje por Oriente al curtido escriba pisano quien sazonó el relato en buen estilo romance. Marco Polo no era analfabeto. Tal vez no dominaba el tono para convertir su experiencia oral en materia de construcción literaria y por eso prefirió dictarla.
Marco Polo pasó más de 25 años en China de los cuales 17 transcurrieron en la corte de emperador Kublai Khan.
A mediados del siglo XIII emprendió viaje al Oriente Medio en compañía de su padre y un tío. Una de las primeras paradas fue Persia (actual Irán). En este remoto país tuvo noticias sobre el lugar donde se hallaban las tumbas de los Reyes Magos.
Marco Polo no solo fue un aventurero: describió paisajes, guerras con el tino de un reportero muy acucioso. Así mismo analizó costumbres, creencias y lenguas de pueblos milenarios como si fuera un antropólogo. Su experiencia me hace recordar los reportes del periodista polaco Ryszard Kapuscinski en sus memorables viajes a África entre los 50 y 60 del siglo pasado.
En la ciudad de Sava, que en la actualidad se denomina Saveh, y se encuentra a 138 km al sur de la capital Teherán, encontró las sepulturas que describe de la siguiente manera:
“Sobre dichas tumbas hay un edificio cuadrado, dominado por una construcción circular, de hermoso trabajo. Los tres cadáveres aparecen completos con sus cabellos y sus barbas. Uno se llamaba Baltazar, el otro Gaspar y el tercero Melchor”. No solo aportó estos datos sino los nombres de las regiones de donde eran oriundos los magos. Uno era de Sava, otro de un lugar llamado Java y el tercero era de una región conocida como Casan.
Al tratar de indagar más sobre los personajes sepultados, fue muy poco lo que pudo obtener de los moradores entrevistados. Solo se limitaron a confirmar que eran reyes y permanecían enterrados allí desde hacía muchas centurias. Si quería más información tendría que ir al castillo de “Cala Ateperistan”, que significa en lengua persa: “Castillo de los adoradores del fuego”. Esa fortaleza se encontraba a tres días de viaje por senderos desérticos.
Polo prosiguió su búsqueda hasta llegar al castillo de los adoradores del fuego sin precisar en el libro si lo hizo a pie o en camello. En este lugar recogió una leyenda aún más interesante. La habían traído los reyes tras adorar al niño en Belén. En esa ocasión —cuenta la leyenda— que el niño les obsequió a sus adoradores una cajita cerrada.
Cuando se hallaban de regreso, en un lugar remoto, los reyes curiosos por el contenido decidieron abrirla… y cuál sería la sorpresa: era una simple piedra. Ellos interpretaron la razón del regalo como la firmeza que debían mantener en la fe profesada. Después de cierta meditación la arrojaron a un pozo.
En seguida del cielo cayó una llama que inundó de fuego la boca del pozo y a ellos de asombro: era una señal grande que tenía un propósito. Entonces recogieron del fuego una pequeña llama en una antorcha y la llevaron a un templo donde no ha cesado de arder y es adorada como un dios. De modo que los tres Reyes Magos eran sacerdotes de la orden de Zaratustra. Una religión persa que adora el fuego y promueve en los individuos la libertad de elegir entre el bien y el mal. Esta fe nació en el siglo VI antes de Cristo por el profeta Zaratustra que reconoce como dios a Aura Mazda.
Cuando Marco Polo visitó las tumbas de los tres sacerdotes persas aseguró ver sus cadáveres, incluso describió cómo eran sus barbas y sus cabellos. Pero quizás hizo una descripción de un grabado que observara en cada una de las tumbas, al estilo de los aposentos funerarios egipcios. Pues casi un milenio antes que él apareciera en escena, las tumbas habían sido visitadas por la emperatriz romana Elena, madre de Constantino; primer emperador romano convertido al cristianismo. La emperatriz era muy católica y se le recuerda en la historia por rescatar muchas reliquias cristianas, y para ese propósito contaba con el poder y la influencia incondicional de su hijo.
Dicen que mandó exhumar los restos de los Reyes Magos y los llevó a Constantinopla. Antes de morir, el emperador los envió a Milán, donde permanecieron sepultados hasta 1164, cuando un monarca, germano romano llamado Federico Barbarroja, invadió la ciudad y tomó posesión de los restos para llevarlos a su país y ponerlos a la orden del arzobispo Rainald de Dassel, quien mandó construir un relicario sobre el altar mayor de la Catedral de Colonia, Alemania, donde reposan aún en un triple sarcófago de oro.
En el año 614 de nuestra era, Judea fue ocupada por los persas como había ocurrido en otros tiempos y recogido con detalles en varios pasajes del Antiguo Testamento. Los invasores habían arrasado con media Palestina, pero cuando pretendían destruir la iglesia de la Natividad, observaron en su interior un grabado con las efigies de los Reyes Magos; esa sorpresa les hizo cambiar de planes, pues aquellos adoradores de Jesús también eran considerados figuras sagradas en la fe persa.
Antes de morir Marco Polo en enero de 1324 a los 70 años, fue interrogado por sus allegados quienes aún dudaban de la veracidad del libro. Él con una seguridad pasmosa les respondió: “No he relatado ni la mitad de todo lo que he visto en esas tierras”.
A casi 700 años de su muerte el libro sigue siendo objeto de discusiones.
Por ejemplo, Polo aseguró ser gobernador en la provincia china de Yangzhou, pero cuando los investigadores indagaron sobre el tema no encontraron registros que lo certificara.
Así mismo no hizo mención de una de las siete maravillas del mundo antiguo, como es la colosal Muralla China. Tampoco habló de la imprenta, que había sido creada allí muchos siglos antes que Gutemberg inventara los tipos móviles con plomo y usaran los medios impresos del mundo hasta 1990.
Casi dos siglos después de la muerte de Marco Polo, otro italiano locuaz, sí tomó en serio los relatos de su paisano al punto de llevarlo como libro de cabecera para fascinar después al mundo con otro descubrimiento. Este nuevo aventurero era Cristóbal Colón.
A Marco Polo quizás le reprochen su condición de navegante, porque en realidad quienes gobernaban las embarcaciones a través de esos mares desconocidos y reinos fabulosos —del lejano oriente— eran su padre Nicolás y su tío Mateo. Por tanto, es fácil deducir después de leer el libro, que la mayoría de esos viajes los hizo por tierra. Pero nadie le puede negar a esta altura del tiempo su vocación de aventurero y el sitial que ganó como uno de los narradores más fascinantes en la historia de la humanidad.
@marcelomoran