Marcelo Morán: Ciudad Ojeda por siempre

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“Venezuela pudo llamarse Tierra de Gracia. Así la nombró Colón, Almirante del Mar Océano. Y sus pobladores hubiéramos sido los graciteños. Unas gentes seguramente distintas de lo que somos los venezolanos, porque el nombre no es cosa postiza y artificial, sino que tiene que ver con el ser del objeto y su destino.”, Arturo Uslar Pietri.

Cuatro generaciones de ciudadojedenses  construyeron sus destinos sobre la base que alude con la claridad del sol  el ilustre pensador venezolano y autor de Las Lanzas Coloradas. Arrebatándole el nombre de un plumazo también se le mataba el ser a la primera ciudad fundada en Venezuela a mediados del siglo XX por decreto presidencial del general Eleazar López Contreras y en honor de un conquistador europeo. Pero ¿qué razones llevaron a este lúcido venezolano a tomar semejante determinación? Lúcido, porque era el militar mejor formado de los 70 gochos que acompañaron a los compadres Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en su empecinada empresa de derrocar a través de una revolución al presidente de la época, general Ignacio Andrade (1899).

 López Contreras llevó con sabiduría la transición que deslastraba la barbarie gomecista y plantaba Venezuela en la senda de un mundo moderno y prometía grandes cambios tras la aparición  del petróleo. El general era historiador, y como historiador conoció bien las correrías de Alonso de Ojeda. ¿Entonces, qué antecedentes valoraría en él para honrarlo de esa manera? Una nueva urbe para reubicar a los centenares de sobrevivientes del incendio del 13 de diciembre de 1939 pudo haberse llamado también Ciudad Fénix, porque resurgió de las cenizas. Pero el general ya tenía escogido el nombre.

¿El general tuvo acaso un desliz al considerar el pasaje histórico en el que  Américo Vespucio comentara a Ojeda el parecido de los palafitos de Maalakaiwou con los edificios de la vieja Venecia y diera lugar al topónimo Venezuela? ¿O tomara en cuenta el hecho de que fue Ojeda quien estableció los límites de la gobernación de Coquibacoa  y servirían de fundamentos para crear en 1777 la Capitanía General de Venezuela? ¿O el general valoró el casorio del conquistador con una joven wayuu de Castilletes, llamada Palairra (del clan Jinnu); con la cual se iniciaba el mestizaje en América?  Eran las únicas razones. Ojeda fue el primer gobernador de un imperio europeo en este continente y adoptando a una esposa, nativa de La Guajira, esta pasó a ser la primera dama en la historia de América; una wayuu, una zuliana, una venezolana con la cual tuvo tres hijos varones establecidos en Santo Domingo.

Sobre ese tema existe un jayeechi (canto épico) que narra cómo los wayuu  evaluaron la llegada de Alonso de Ojeda a Wawali: un paraje costanero perteneciente hoy al Corregimiento de Nazaret  en la Guajira colombiana y al oeste de Castilletes.  Los jayeechi son cantos que recogen historias antiguas y han sobrevivido en el tiempo gracias a la trasmisión oral. De esa manera se ha rescatado todo lo que hoy se conoce del maravilloso universo wayuu. Como el caso del etnógrafo francés Michel Perrin, que vivió varios años en la década de los setenta en las polvorientas sabanas  guajireras para escribir su libro El camino de los indios muertos que recibió varios reconocimiento en el mundo por su valioso aporte a la antropología.

 Dice el canto juglaresco –de más de quinientos años y recopilado por el periodista y estudiante de antropología Manuel Román Fernández– que Palairra; bautizada después en España con el nombre Isabel,  se enamoró a primera vista del barbudo y huyó con él a bordo de la montaña flotante acompañada de otros familiares. Palairra era mujer del poderoso cacique wayuu Coquiway, del clan Epinayú, quien abatido por el peso de la deshonra prometió venganza. El nombre Coquiway daría luego origen al topónimo Coquibacoa de mucho arraigo en el Zulia.

En una visita que me dispensó en julio de 2016, Román aseguró que había consultado además un documento o una suerte de diario perteneciente a la Armada española en el que Alonso de Ojeda apuntaba  con detalles su  arribo a la tierra de un tal Quoquibacoa el 9 de agosto de 1499, y daría soporte para bautizar el sitio con el nombre de península de Coquibacoa. En este documento Ojeda hace una descripción tipo retrato del cacique y recogido por Román en su artículo publicado el 12 de octubre de 2012 en el periódico intercultural Wayuunaiki: Kooki`way primer wayuu que recibió a los españoles en la Guajira. “Tenía brazaletes de oro, un collar en su pecho con simbología india que nos hace suponer era el símbolo de tribu de indio, con su típico traje de cuero, en sus piernas usaba hicos, era alto, de espalda ancha. Se asemejaba a un faraón egipcio, por los adornos que llevaba sobre su cuerpo…”. También Ojeda describe a Palairra afirmando que era hermosa, de talla alta, morena clara y muy inteligente, características que nos trasladan hoy a una Patricia Velásquez de reconocida e incuestionable ascendencia wayuu.

Manuel Román Fernández estaba escribiendo un libro sobre la llegada de Ojeda a Wawali, cuando fue arrebatado de este mundo por el covid 19 en abril de 2021.

De modo que  “El ser del objeto y su destino”, al que alude Uslar Pietri al principio de este artículo, que se vaya al carajo. No importó cuando se tomó esa absurda determinación de cambiarle el nombre a la ciudad por un puñado de inconformes compatriotas ciudadojedenses, como los ciudadrealeños, habitantes de Ciudad Real, España.  No citojences, porque el prefijo cito, está asociado a las células y es ajeno a nuestra toponimia. Ese es el gentilicio que les corresponde porque nacieron en Ciudad Ojeda.

Todo ese revuelo se armó porque descubrieron que Alonso de Ojeda, epónimo de la ciudad, era un sanguinario. “Alonso de Ojeda fue la encarnación del espíritu de la época de la conquista. Fue un soldado que luchó contra los moros en España y contra los indios en América, esa era su función. Conquistar y ser conquistados ha sido la historia de la humanidad, y los victoriosos imponen su cultura, religión y manera de ser a los derrotados para satisfacción de la gran mayoría de la especie humana”, escribió el doctor Ernesto García Mac Gregor  en un artículo publicado el 17 de enero de 2017 en el Diario La Verdad de Maracaibo. Él presidió la Academia de Historia del estado Zulia entre 2003 y 2005. 

 ¿Por qué  Miranda no fue borrado de la memoria universal por ocurrírsele la  idea de honrar el nombre de Cristóbal Colón para su proyecto geopolítico (Gran Colombia) y después ratificado por Bolívar en el Congreso de Angostura? Colón fue el primer conquistador de América.

Si el verdadero propósito de estos inconformes compatriotas era reivindicar la memoria de aquellos indígenas caídos hace quinientos años, como pretexto para cambiar el nombre de Ciudad Ojeda, ¿por qué no abanderaron una cruzada para defender a los hermanos aborígenes desplazados hoy de sus tierras después que el presidente Nicolás Maduro decretara la apertura del Arco Minero, en una extensión de 112 000 kilómetros cuadrados, en el estado Bolívar, al sur del río Orinoco y parte del estado Amazonas? Proyecto que se ha convertido en el ecocidio más grande del que se tenga noticia en Venezuela en todos los tiempos según denuncias de SOS Orinoco, Fundaredes y otras organizaciones no gubernamentales. Los pueblos indígenas que han habitado allí por milenios: waraos, pemones, yanomamis, kariñas huyen a Brasil a Guyana abandonando sus tradiciones perseguidos por las balas de los garimpeiros, la guerrilla colombiana y de la fuerza pública. O debieron ir más cerca, aquí mismo, en el Zulia, en los municipios Mara y Guajira para denunciar como siguen muriendo niños wayuu por desnutrición. Allí tienen en el Comité de los Derechos Humanos del Zulia, en la secretaría de Salud de la gobernación y en el Hospital de Especialidades Pediátricas de Maracaibo, insumos, argumentos, estadísticas para presentar un enjundioso trabajo que les puede merecer el reconocimiento del mundo y no mutilar el origen y la identidad de un pueblo. Porque el nombre Ciudad Ojeda aparece en el decreto presidencial refrendado por el presidente López Contreras el 19 de enero de 1937. Ciudad Ojeda aparece en los libros El Chorro, Gracia o Maldición y en otras publicaciones del periodista Jesús Prieto Soto, en la gaita Mi bella Ciudad Ojeda del recordado Luis Escaray y en las notas esporádicas que escribía Omar Bracho, anterior cronista de Lagunillas, en el diario Panorama.

De modo que si esa fuera la razón por la que estos inconformes compatriotas adoptaron semejante actitud, ¿por qué no renunciaron a sus apellidos, a sus nombres? Además del idioma y la religión católica, el apellido es el vínculo más fiel y legítimo que nos sigue uniendo con los conquistadores españoles después de quinientos años.

@marcelomoran