Hugo Delgado: La oportunidad del capitalismo

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En el céntrico restaurante del centro de Bogotá, todas las tardes al concluir la faena, el propietario da la orden a sus empleados para regalar sopa a los habitantes de la calle. A los pocos minutos de iniciar la labor solidaria, una gran “cola” se organiza, cada uno lleva su envase y al recibir su porción la come desesperadamente.  Una acción para mitigar el hambre de estas desamparadas personas desprotegidas de todo beneficio y que refleja la inquietud humana de un dueño capitalista para ayudar al prójimo.

Una acción impulsada por razones religiosas, humanas o de un propietario que inconscientemente rechaza una situación que la sociedad, a través de sus instituciones, no solventa, a pesar de las inmensas posibilidades que posee un país, envuelto en discusiones, ambiciones y corrupción, que le impiden atender las necesidades elementales del individuo. Un contexto en el que  no se aprovechan los avances del hombre y solo se  busca el poder para beneficios personales o grupales, sin importar el bien común.

Es el vaivén de la dinámica política en Latinoamérica. Una especie de círculo vicioso del votante,  cazador de oportunidades en el espectro de la derecha, el centro o la izquierda.  Para él  lo importante es  el clientelismo político,  quién da más dádivas (incluso vende su voto al mejor postor) o hace mayor cantidad de ofertas – en su mayoría incumplibles- basadas en el “recibir” y no en esperar oportunidades de trabajo y estudio para su desarrollo individual y la generación de verdadera riqueza. Al final cuando va a cambiar de color poco  le importa su conducta irresponsable y el daño causado por su sufragio.

El contexto latinoamericano es contradictorio. Ahora que el comunismo disfrazado de falso progresismo arremete contra la democracia liberal, aprovecha los violentos cambios generados en las décadas posteriores a la caída del Muro de  Berlín (9 de noviembre de 1989) y la creación de nuevas expectativas, para cobijarse bajo calificativos reivindicadores y revisionistas, concentrando el resentimiento emocional de las grandes masas excluidas y justificar su praxis violenta, cuyo único objetivo es alcanzar el poder, para luego modificar las instituciones y leyes con la firme intensión de perpetuarse en el poder, tal como ocurre con Evo Morales en Bolivia, Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua.

Es justo reconocer que la humanidad ha encontrado su máxima expresión de desarrollo con la democracia. En el caso de Estados Unidos de América (EUA) es evidente el rol de la discusión de la ideas para seleccionar las mejores en la búsqueda de la verdad, la justicia, el respeto a los derechos del individuo y su responsabilidad con la sociedad, la protección de la creatividad y la inventiva, la importancia de la clase media y el ascenso social,  entre otros aspectos.  Esta referencia se ha extrapolado a otras realidades, incluso en varios países –especialmente- europeos se ha perfeccionado el sistema mejorando la salud, la educación, la prevención social y los modelos laborales.

Sin embargo, los lastres emocionales en Latinoamérica causan estragos. La destrucción del modelo chileno llamado a entrar en el privilegiado de los países desarrollados, es una demostración de las consecuencias de esos sectores que se hacen llamar “progresistas”. El recién electo presidente, Gabriel Boric, ya está aliándose con sus homólogos mexicanos y argentinos –dos gestiones grises sumergidas en distintas crisis-,  para crear un frente común con el Grupo de Puebla dirigido a enfrentar a EUA. Ese proceso ejemplar mostró indicadores sociales y económicos de reducción de la pobreza, desigualdades y una economía en  crecimiento, diversificada y competitiva, sin embargo, la arremetida comunistas de 2018-2019 derrumbó la institucionalidad y su cohesión social, para darle paso a una violencia callejera  que ahora soporta su proceso constituyente.

Esta nueva ola mal llamada progresista que se avecina ya tiene malos antecedentes. En las dos primeras décadas del siglo XXI gobernaron mayoritariamente el continente pero su capacidad de llegar al poder explotando el resentimiento social y el revisionismo histórico no dio buenos resultados. Básicamente porque demostraron la irreverencia institucional, la exclusión a quienes lo adversan, la violación de los derechos humanos, mutaron a autócratas, irrespetaron la normativa legal y explotaron las necesidades humanas de los más pobres, utilizándolos como simples armas electorales, estimulándoles su dependencia hacia la dádiva e  impidiendo su desarrollo individual, para mantenerlos en el círculo de la pobreza.

Brasil, Argentina, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, como referentes continentales, resumen sus experiencias: Corrupción, autoritarismo, éxodos de capital humano, manipulación oficial de los datos para vender sus mentiras, incapacidad para desarrollar economías productivas y competitivas, y cuando se les terminan los recursos no saben qué hacer. Su “aparente prosperidad” fue producto del auge de los precios de las materias primas, que al caer generaron deuda externa y crisis internas. Difícilmente la historia se revertirá, la Argentina de los Kirchner y Alberto Fernández y la Venezuela chavista de Nicolás Maduro, se encargarán de refrendar el fracaso ya harto conocido.

Ahora vuelven al ruedo utilizando la violencia callejera, favorecida por la debilidad de los demócratas liberales para responder ante la arremetida de la izquierda y superar errores históricos como la desigualdad, la profundización de la justicia y la equidad, el trato salarial y social a los trabajadores, la corrupción y el deterioro de la confianza en los partidos.

A falta de ideología que vender, el comunismo pragmático tomó las corrientes identitarias, como lo dice la historiadora de la Universidad de Oxford  (UK) y diputada del Partido Popular de España, Cayetana Álvarez. Una estrategia que le devolvió la vigencia, aunque ese trato preferencial propuesto va a conducir a mayores desigualdades y anarquías, en esos grupos a los que pretenden favorecer con  tratos exclusivistas,  que los convertirán “en seres raros”, en una sociedad democrática que trata al individuo como un verdadero ciudadano con derechos y deberes.

Conocida la experiencia del corrupto mayor y favorito para ganar las próximas elecciones presidenciales en Brasil, Ignacio Lula da Silva y su red Lava Jato (el mayor escándalo de corrupción conocido en la historia de Latinoamérica de la mano con la estatal Petrobras y la constructora Odebrecht), la democracia liberal y el capitalismo tienen la oportunidad de construir las propuestas que necesita no solo el continente, sino el mundo para contrarrestar “la falacia progresista” que ha mostrado su incapacidad para reducir los males sociales, garantizando así el futuro  de las presentes y futuras generaciones.

La caída del Muro de Berlín  representó el cierre de un ciclo de fracaso y miseria humana perpetrado por la ideología comunista, mientras la democracia como modelo –aun con sus imperfecciones- tiene un legado de progreso para el hombre, demostrable en el tiempo.

@hdelgado10