“Lo extraño es que a pesar de que, dentro y fuera del país, la gente sabe que la elección es una farsa, los autócratas siguen montando estas obras de teatro electoral que simulan una elección democrática… Quienes no gozan de legitimidad real tienen que contentarse con la artificial y espuria legitimidad que les dan las elecciones amañadas”.
Moisés Naím, El País 14-11-2021)
“Los aliados de Estados Unidos siguen siendo, en promedio, más democráticos que el resto del mundo. Pero casi todos han sufrido algún grado de erosión democrática desde 2010, lo que significa que elementos centrales como elecciones justas o independencia judicial se han debilitado”. La reflexión del columnista internacional del New York Times (18-11-2021), Max Fisher, refleja el momento que vive el sistema liderado por Norteamérica.
La democracia liberal está en crisis. La incapacidad de sus líderes de interpretar el convulsionado mundo actual, inundado por ecosistemas digitales cambiantes, capaces de transformar las relaciones sociales, laborales, políticas y económicas en general, lógicamente iba a desembocar en cuestionamientos profundos y la búsqueda de espacios de participación de grupos históricamente excluidos.
Yuval Nohal Harari (El País 6-01-2019) reflexiona sobre este asunto: “La democracia liberal se enfrenta a una doble crisis. Lo que más centra la atención es el consabido problema de los regímenes autoritarios. Pero también agudiza el asunto, los nuevos descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos que representan un reto mucho más profundo para el ideal básico liberal: la libertad humana”. También advierte que “el liberalismo ha logrado sobrevivir a numerosos demagogos y autócratas que han intentado estrangular la libertad desde fuera. Pero ha tenido escasa experiencia, hasta ahora, con tecnologías capaces de corroer la libertad humana desde adentro”.
Ahora con las redes sociales, José Luis Cebrian (El País 19-11-2018) advierte que muchas democracias están amenazadas,a punto de colapsar, por la corrupción, el desfase de sus instituciones, el cortoplacismo de los intereses electorales, la violación de los derechos individuales como base de los intereses colectivos y la mediocridad de sus líderes”.
“Aunque no duda de los beneficios de Internet y su carácter inicialmente democrático, muchos lo consideran una amenaza real por su carácter anárquico e incontrolable, por la velocidad vertiginosa de los efectos que genera, pero también están afectando los hábitos reflexivos y deliberativos de los principios que inspiran la democracia… La verdad se ve combatida por la posverdad; las noticias, por los hechos alternativos, y el razonamiento, por la expresión de las emociones”.
Si bien el paladín de esa democracia occidental es Estados Unidos de América (EUA), tamaña responsabilidad es complicada. El modelo de nación referencial ha sido suplantado paulatinamente, aunque las últimas tendencias migratorias al sur del país refutan esa apreciación de Fisher. Sin embargo, las contradicciones y desigualdades existentes en el interior de su sociedad también se pueden interpretar como parte de la dinámica del sistema que impulsa a generar nuevas ideas y procesos, fortalecer o crear nuevas instituciones que canalicen la demanda de los ciudadanos, tal como lo plantea Karl Deutsch en su obra Política y Gobierno.
En el siglo XXI han aparecido modelos democráticos no liberales, caudillos nacionalistas o autócratas que afectan negativamente el sistema tradicional, sus valores e instituciones. Seva Gunitsky de la Universidad de Toronto, cuestiona las políticas cortoplacistas que caracterizan a los gobernantes, igualmente a los mecanismos utilizados por las potencias occidentales para promoverla e insta a revisarlos. En ese rol protagónico la misma EUA ha fallado porque si bien apoya el sistema, también tuvo experiencias en las que estimularon gobiernos dictatoriales destinados a combatir el comunismo. Sin embargo, también es cierto que la pauta mundial la sigue ejerciendo Norteamérica, y “lo que hoy ocurre ahí, repercute en el mundo en los próximos diez años”, decía el Papa Juan Pablo II, “por eso estoy pendiente de su destino”.
Naím cita al escritor George Orwell para explicar lo ocurrido en Cuba, Corea del Norte y Rusia: “Sabemos que nadie toma el poder con la intención de dejarlo”. Esa frase también se aplica a los autócratas que intentan perpetuarse modificando la normativa legal, como se intentó hacer en la Bolivia de Evo Morales y la Ecuador de Rafael Correa, o como lo hizo en Venezuela Hugo Chávez y Nicolás Maduro, o en el último espectáculo degradante de Daniel Ortega en Nicaragua.
En Latinoamérica está ocurriendo un fenómeno reaccionario interesante. Cobijado bajo el manto del humanismo y el progresismo, la izquierda ha sido incapaz de construir propuestas pacíficas y negociadas en los distintos países donde actúan. Desde 2018 se intensificó la agenda violenta del Foro de Sao Pablo creado por Fidel Castro (Cuba) e Ignacio Lula da Silva (Brasil), refrescada ahora por el Grupo de Puebla que intenta liderar los cuestionados presidentes, Andrés Manuel López Labrador (México) y Alberto Fernández (Argentina). Estas organizaciones justifican los desmanes de sus aliados y descalifican cualquier crítica que desnude su ineficiencia, corrupción o violación de los derechos humanos, por más que existan evidencias.
Escribe Leandro Rodríguez Linárez (El Nuevo Heraldo 18 de agosto de 2021) que el boom petrolero más alto y sostenido de la historia, permitió que la Venezuela de Hugo Chávez financiara esa expansión en Iberoamérica. El fin ideológico se sobrepuso al bienestar de su población que hoy sufre las inclemencias de un sistema autócrata, la pobreza, la crisis económica y la penetración de grupos narcoterroristas apoyados por el propio régimen de Nicolás Maduro.
Lo trágico de todo esto, dice Rodríguez Linárez, fueron los hechos de corrupción que a través de esa cofradía internacional se gestaron, como los “Panamá Papers” y “Odebrecht”, y el afianzamiento del espíritu retencionista de poder, que dieron continuidad a las políticas erradas y dejaron secuelas de atraso, menos democracia, pobreza y corrupción. La izquierda de hoy intenta llegar al poder utilizando la violencia de calle como en Chile, Colombia, Estados Unidos y España.
Sin embargo, esta alternativa ha sido igual o peor que las correcciones pretendidas por ellos. En su artículo publicado en el New York Times (14 septiembre 2021), el editor argentino, Diego Fonseca, califica a la izquierda como de derecha; “El siglo XX y las dos décadas del actual han dado suficiente evidencia, salvo excepciones, la izquierda latinoamericana no ha sido democrática sino autoritaria. La amplia mayoría de la izquierda jamás se preparó para gobernar, apenas para llegar al poder. No ha generado propuestas de crecimiento, solo de redistribución de la pobreza. No piensa el futuro desde el presente, vive pertrechada en un pasado rancio, encerrada en dogmas desde los que pontifica con superioridad moral”.
@hdelgado10