Obviamente no hay una corrupción mala y una corrupción buena. Igual que las dictaduras, no las hay ni buenas ni malas. Todas son malas.
En Venezuela, la corrupción ha tenido tres expresiones fundamentales: ha actuado como una mediación organizadora del hecho estatal, cuestión que es fácil de constatar en la historia venezolana tanto en el pasado más remoto como en el presente. El estado y sus gobiernos han cementado su unidad porque su “legitimidad” se basa en el reparto de beneficios y dadivas.
Pero también la corrupción se expresa como medición contestaria, pues ha servido como bandera política, en algunos casos eficientísima como mecanismo de lucha contra los que están y gozan del poder y finalmente la corrupción ha actuado como una mediación que desorganiza el hecho estatal que en un momento ella contribuyó a unificar y consolidar. Para que, ¡paradoja! vuelva a comenzar el ciclo de Organizar- ser contestaria- desorganizar el hecho estatal y sus gobiernos.
En Venezuela, lo sabemos, porque lo gritaron hasta la náusea, que las motivaciones gritadas por los golpistas del 92 fue el señalamiento de la corrupción que en la llamada cuarta republica era una enfermedad que había que erradicar y que la forma de hacerlo era desplazar del poder a los partidos y el liderazgo que la sostenían, incluso, hirviéndoles sus cabezas en aceite hirviente.
Luego cuando el “pueblo” les dio el voto para que llegaran al poder su gestión da cuenta de las conductas más venales en toda la historia del país de casi toda su dirigencia fundamental, incluyendo al mismísimo Chávez, pues es casi imposible que él que se jactaba de saberlo todo no se enterara de la rápida riqueza que acumuló su propia familia.
Es decir, lejos de resolver el problema que había minado el corazón mismo de la democracia la profundizaron y ahora hemos conocido una dimensión que a pesar de todo lo dicho de la “cuarta república” esta desconoció esa dimensión y es que el chavismo-madurismo transnacionalizó la corrupción y tal como hoy dan cuenta los “Pandora Papers” en un país donde la pobreza se monta en un 95% hayan 1200 venezolanos, ligados a empresas y negocios gerenciados por una claque de personas conocidos como “los bolichicos” que usan para tales fines dinero que una y otra vez sustraen del país por mecanismos bastardos.
Hoy, por ejemplo, Transparencia Internacional posiciona a Venezuela entre los 20 países más corruptos del mundo.
¿Es acaso que esos casos protuberantes justifican que los sectores democráticos opositores cometan las mismas fechorías contra los dineros públicos? De ninguna manera.
Ya lo dije, no hay corrupciones malas y corrupciones buenas.
Cuando estos actos se cometen en democracia o por lideres que dicen proponer como modelo de orden político, social y económico un régimen de naturaleza democrática y luchan por ser electos para expresar los intereses de la sociedad que quieren dirigir y, al contrario, colocan sus interés por encima de sus ciudadanos y eventuales electores conduciéndose deslealmente, despreciando éticamente en el fondo los valores que dice representar, ello, marca el indicio mas evidente de la destrucción de los cimientos de la democracia.
En el debate actual sobre los administradores por parte del gobierno interino de la empresa Monómeros, cuyas consecuencias parecen impredecible en momento electoral actual, hay que decir, que sobre sus administradores recaía una responsabilidad mayor pues debían demostrar porque sé es mejor en democracia que en dictadura.
Pero, en contrapartida diremos, que es en democracia cuando estas desviaciones pueden enmendarse, corregirse y es una obligación del gobierno interino resolver el problema y enderezar los entuertos que se hayan cometidos.
Obviamente este problema debe haber alegrado al gobierno, pero también, lamentablemente a los mismos que no pierden ocasión para poner deliberadamente obstáculos a un proyecto de unidad de las fuerzas que se oponen a la dictadura y así no hay posibilidad del cambio que la mayoría queremos.
@enderarenas