Se ha escrito más sobre liderazgo que sobre religión, si recopilamos todas las doctrinas religiosas y las comparamos con todo lo escrito sobre liderazgo, definitivamente lo primero se queda corto respecto de lo segundo. Con ello no pretendo desmerecer lo religioso, solo destaco que pareciera que sobre el tema de liderazgo ya no hay cosas nuevas que decir; sin embargo, estoy persuadido que aún falta mucho por aportar. En los últimos años he venido investigando y desarrollando un modelo de liderazgo que he denominado “Liderazgo trascendental”, el cual comprende diez competencias que un líder debe poseer para convertirse en un ente transformador de realidades, que cambie todo aquello que amerite ser cambiado, que deje una huella positiva e imborrable por donde camine, que no deje una senda andada sin un legado, que sea un líder simplemente inolvidable.
Para tales efectos, el líder debe poseer diez competencias que no voy a tratar en esta entrega, solo explicare el primero de los tres paradigmas en los cuales se sustenta el modelo; la voz interna, siendo los otros, los dones de nacimiento y el dilema conciencia-ego, que abordare en la próxima entrega y posteriormente entrar de lleno con el perfil de las diez competencias. La voz interna es una condición “sine qua non” que todo ser humano, y especialmente un líder, debe haber encontrado para saber dónde desplegar su energía transformadora, cuales realidades debe cambiar, que curso de los acontecimientos tiene que planificar y qué futuro hay que esculpir.
Estos paradigmas fueron magistralmente tratados por Stephen Covey en su libro “El Octavo Hábito”, donde planteo la importancia que todo ser humano encuentre su voz en la vida, su verdadera vocación, saber para qué vino a este mundo, cual es su misión. Asegura Covey, que nuestra voz interna es la interacción de cuatro elementos esenciales: talento, pasión, necesidad y conciencia. El talento son los dones y puntos fuertes naturales con los cuales venimos a este mundo, la pasión son esas cosas que nos infunden vigor, que nos motivan y nos inspiran, la necesidad que se refiere a la que tenemos como seres humanos incluyendo lo que el mundo necesita de nosotros y la conciencia que es esa vocecita interior que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Pues bien, en la interacción de estos cuatro elementos se encuentra la clave de nuestra alma. Dentro de cada uno de nosotros existe un anhelo profundo, innato y casi inefable de encontrar nuestra VOZ en la vida.
Hay personas que la encuentran más temprano que otras, por ejemplo; el famoso actor mexicano Mario Moreno, en una entrevista comento: que a sus 20 años de edad ya estaba completamente seguro de que él era “Cantinflas”. Cuando le escuche decir eso, sentí una inmensa frustración, porque en mi caso, a esa edad, yo no tenía la menor idea de para que vine a este mundo. Afortunadamente lo descubrí como a los 40 años, es decir, 20 años más tarde que nuestro admirado artista, más vale tarde que nunca, diría un optimista.
Descubrí que yo vine a este plano de vida para acompañar a empresarios y trabajadores a que logren en sus empresas el fenómeno de la excelencia, convirtiendo las empresas en organizaciones inteligentes, que aprenden y que rigen las pautas en sus mercados de interés. Lo cual se logra mediante la aplicación de tres poderosos métodos gerenciales: la planificación estratégica acelerada de la productividad, el resguardo de la memoria tecnológica y la transformación del equipo gerencial en líderes trascendentales en todos los niveles y en función de las visiones planteadas.
Ahora mi voz tiene otro anhelo, mucho más profundo, mucho más trascendental; mi contribución con la reconstrucción del país, no solamente para superar la crisis política, económica y social en la que estamos inmersos, recuperar la democracia perdida y ser lo que antes fuimos, sino también, para construir una República como nunca antes hemos tenido, caracterizada básicamente por dos factores; estructuras institucionales fuertes, donde impere el estado de derecho por sobre todas las cosas, y un modelo económico de éxito regido por las leyes de la economía que son leyes de la vida. Únicamente, en este escenario, se presentara la posibilidad de que los individuos convertidos en ciudadanos prosperen, donde el crecimiento profesional y personal, dependa única y exclusivamente, del esfuerzo desplegado y del valor agregado a la sociedad. Bajo este esquema, con toda seguridad, lograremos una nación compacta e incólume ante propuestas románticas, infantiles y peligrosas sobre igualdad, solidaridad, justicia e independencia continental, provenientes de una doctrina socialista agotada en lo teórico, práctico e ideológico, que los hace incapaz de generar riqueza y en su defecto poseer la inmensa capacidad para destruirla.
Alberto Barboza
Coach Gerencial en liderazgo, planificación y productividad
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