Difícilmente se puede hablar de oleadas de inmigrantes venezolanos. Eso se perdió. Ahora se puede calificar de modas para hacer más genérico lo que hacen para huir del país. Lo cierto es que desde la llegada de Hugo Chávez a la presidencia, con su promesa revolucionaria en 1999, la tendencia de nación receptora y país de las oportunidades, mostrada con la bonanza petrolera, se revirtió, estimándose que entre 5 y 7 millones de personas se han ido de Venezuela en las últimas dos décadas.
Ahora cuando se habla mucho de México, uno por las conversaciones que se iniciaron entre la oposición democrática liderada por Juan Guaido y el régimen chavista encabezado por Nicolás Maduro, el pasado 13 de agosto de 2021 en su capital. La otra, por ser camino obligado para los miles de inmigrantes venezolanos que decidieron ir a Estados Unidos.
La zona más segura –dicen los contactos que desde Venezuela orientan a los aventureros- es por el estado de Texas. En la logística de los coyotes, hay un protocolo definido con todos los detalles para el viaje. Una salida es por Maiquetía vía Cancún o Distrito Federal. Los pagos se hacen con giros realizados en Norteamérica. Lógicamente la mayoría cuentan con el apoyo financiero de sus familiares, amigos o compadres que “ya coronaron”. En la mayoría de los casos los miles de dólares invertidos deben pagarse con trabajo, difícilmente es gratis porque los montos de la operación son altos, se estiman entre US$ 1.800 y $3.500.
La otra salida es por Maicao, luego se toma un bus hasta Bogotá. Otros van hasta Riohacha o Barranquilla, después viajan en avión hasta Bogotá. Desde allí toman el vuelo para el Distrito Federal o Cancún. El papel de los “los contactos” comienza en México, el trato y diálogo con inmigración, aunque es difícil controlar las arremetidas corruptas de los “federales”, ya que también quieren su “mascada” y al ver u oír el acento venezolano los presionan hasta quitarles algunos verdes. Ya saben que avión o vehículo deben vigilar, también lo hacen en Monterrey y las carreteras que conducen a ella o a otras ciudades de la frontera, como Acuña.
En este tipo de aventura todos pagan, no importan las edades. Hay varios paquetes. Uno incluye la atención desde el Distrito Federal, en el que llevan al pasajero a un hotel, se encargan de la comida, transporte y traslado en avión o bus hasta Monterrey. En la ciudad norteña, igual cubren todo y programan su desplazamiento al punto de paso en la frontera. Hasta ahí llega la responsabilidad de los “coyotes”, que lógicamente operan con el apoyo de algún cartel mexicano que controla la frontera.
Al cruzar el río Grande, el aventurero debe entregarse a las autoridades de Estados Unidos. Entre enero y mayo de 2021, se rompieron los records de pasos ilegales ocurridas en los años anteriores, más de 180 mil personas, entre ellos 7.500 venezolanos. Esta situación ha generado problemas para las autoridades dado que la infraestructura de los módulos es insuficiente para atender tantos casos y están enviando a quienes no “sueltan rápido” a centros de reclusión ubicados en otros estados.
Por recomendación de los familiares que ya coronaron, llevan niños, dicen que son “el pasaporte seguro” y es cierto. Estas familias duran poco en los retenes. Solo cumplen el registro y entrevista de rigor, se les entregan las planillas respectivas y prosiguen su viaje, al encuentro con sus seres queridos. A otros les piden fianzas o les restringen su movilidad mientras cumplen con ciertos requisitos, investigan ciertos datos, etc. En otros casos es cuestión de suerte. Lo importante en esta aventura es tener financiamiento y suerte cuando enfrenten a los corruptos federales mexicanos.
Algunos que ya viven en Estados Unidos dicen que las autoridades de inmigración de Estados Unidos los trataron bien, “incluso ya los venezolanos tienen buena fama”. Pero el paso no es solo de nacionales, también cruzan muchos colombianos, haitianos, ecuatorianos y hasta europeos, decía un reciente aventurero. Las historias más tristes son las de los haitianos que además de ser estafados, tienen que atravesar el peligroso Tapón del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá. En esta zona controlada por la guerrilla, narcotráfico y paramilitares, las condiciones de la selva la hacen más difícil de transitar, pero el desespero y la desesperanza es tan grande que el riesgo vale la pena, dicen los sufridos inmigrantes.
La herida espiritual es tan grande en los haitianos –por ejemplo-, narra un inmigrante venezolano que pasó la frontera con su familia, que al llegar a Estados Unidos lloran desconsoladamente. Uno perdió a su esposa embarazada y a su hijo, y contaba como los asesinan y violan a las mujeres. Este paso ya lo usan los venezolanos que no tienen suficiente dinero para cubrir la operación, eso implica a travesar todo Centroamérica.
El objetivo es salir de Venezuela. Lo hacen porque ven muy difícil el futuro, tienen dudas sobre la opción de ceder el poder por parte del régimen, y lo más grave es posiblemente logren el reconocimiento y la suspensión de las sanciones económicas, luego de las elecciones del 21 de noviembre 2021, hábilmente manipuladas de acuerdo con el guión cubano para endosar la responsabilidad de la crisis humanitaria del país.
Quienes huyen no confían en el efecto rebote que generó la dolarización tácita y las remesas. Otros piensan en sus hijos, sus posibilidades en una nación que limita su desarrollo educativo, de trabajo, de crecimiento humano, que sufre la escasez de gasolina y gas doméstico, que adolece de buenos servicios públicos y que no tiene garantías para cubrir la salud de su población.
Son 22 años esperando un cambio que no llega y limita cada vez más el desarrollo de su gente. Mientras el país discute sobre la pertinencia de las elecciones de noviembre de 2021, la gente sigue a travesando el río Grande hacia la consecución del sueño americano, no importa si hay que trabajar mucho y ser más responsable que en Venezuela. Lo que interesa es tener calidad de vida “para mí y mi familia”, así dicen la mayoría.
@hdelgado10