“El sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Simón Bolívar
Otro año, otro aniversario de su nacimiento. Son ya 238 años de esa su primera gran obra. Haber nacido en Venezuela y llamarse Simón Bolívar.
Ha sido, es y será el más grande patriota que ha parido esta tierra —también de Urdaneta, Sucre, Páez y Miranda—aun cuando han pretendido ganar a través de su gesta libertaria indulgencia con escapulario ajeno, cambiando su rostro, pero no han podido secuestrar su pensamiento y obra que es una campanada de lo que debería ser nuestro país y no lo que es hoy. Su figura ha sido demasiada manoseada a lo largo del tiempo cuando su vida que la dedicó a luchar por hacernos una nación libre, digna y soberana a 238 años de su nacimiento la Revolución Bonita nos ha convertido de ser un rico país, a llenar de pobres ciudades y campos, porque entre 2005 y 2019 pasamos de tener 10,7 por ciento a 79,3 por ciento de pobreza extrema, según revela una Encuesta Nacional de Condiciones de Vida elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello.
Uno de los pensamientos de Simón Bolívar al inicio de estas líneas, nos revela que bien lejos estamos los venezolanos de haber tenido o aspirar en adelante a disfrutar de una “mayor suma de felicidad, mayor suma de seguridad social” o “mayor suma de estabilidad política”.
Esta pesadilla que nos ha correspondido llevar a cuesta ha provocado la salida de millones de compatriotas a cualquier lugar del mundo, negados a vivir en su propia patria, donde ese derecho les ha sido confiscado por un modelo político e ideológico desfasado, atrasado y fuera de contexto donde la calidad de vida en el llamado Socialismo del Siglo XXI no es ni escribe su propia historia con un parecido a China. El actual modelo político-ideológico venezolano si bien ganó limpiamente y por muchos votos en elecciones limpias en 1998 y en otros procesos posteriores, tiempo después sus “líderes” sacrificaron el destino y una mejor calidad de vida de millones de hombres y mujeres al desempolvar modelos de conducción populista que han desembocado dos décadas después en la destrucción de la economía nacional y en la desvergüenza, por ejemplo, de llamar “Bolívar Fuerte” o “Bolívar Soberano” el papel moneda en honor al “Padre de la Patria” que mejor uso les dan las amas de casa en sus hogares, cuando los billetes en sus distintas denominaciones les sirven mejor para encender las hornilla de sus cocinas que utilizarlos para adquirir alimentos, medicinas o cancelar el pago del transporte público.
Un país lleno de pobres en extremo no es la culpa quizá de cientos de miles de venezolanos que cansados de desaciertos de algunos dirigentes de la IV República, —no de la democracia como modelo perfectible— fue la excusa para que promesas y enamoramientos de la naciente Revolución Bonita llevara a millones de venezolanos a probar en nuevas figuras la conducción del país al avalar cambiarle la silla de Miraflores a uno por otro líder en quien fueron cifradas las esperanzas de tener un mejor país. La borrachera electoral del triunfo, el carisma innegable de Hugo Rafael Chávez Frías y el creciente alza de los precios del súper boom petróleo obnubiló a una nación donde pobres, clase media, ricos, profesionales, empresarios, editores y hasta algunos prelados de la iglesia seguían cegados por las ejecutorias de un gobierno revolucionario que antes de saldar la deuda social que sus antecesores no hicieron, dedicó tiempo y recursos mil millonarios a planes de obras públicas y sociales que al cabo de los años llegamos a un país lleno de obras inconclusas, otras que no se hicieron pero fueron canceladas y programas sociales que en nada resultaron en eliminar la pobreza sino en hacerla crecer como la espuma de mar y que hoy manifiesta su expresión más populista que los revolucionarios criticaron hasta en la sopa a AD o Copei con la asignación de bonos o dádivas que significan pan para hoy, pero hambre para mañana.
Venezuela hoy sigue confrontando problemas, grandes y pequeños, muy alejada de la posibilidad que la inmensa riqueza petrolera y minera bien administrada hubiese permitido corregir la deuda social que la revolución heredó y le moldeó el discurso que caló en el descontento social de los venezolanos, servido en bandeja de plata para hacerse de un triunfo contundente con el 56,20 por ciento de la voluntad del soberano en diciembre de 1998. La alegría, entusiasmo y felicidad duraría algunos años cuando la renta petrolera estaba en condiciones de resistir el despilfarro, corrupción y las andanzas de la chequera que caminaba la América Latina y que en nombre de la solidaridad con “países hermanos” resolvía a otros pueblos dificultades y aprietos económicos, sanitarios, educativos o alimentarios, cuando desde entonces en Venezuela la procesión iba por dentro y llegado el momento, —que tarde o temprano iba a llegar por la mala conducción del Estado—, sucedió lo que hoy millones de familias viven atravesando precariedades extremas que han estado complementadas con una pandemia silenciosa que salió de China a traer muerte. La familia en el día a día debe bregarse alimentación y medicinas, porque vestido, calzado, diversiones, artefactos del hogar, entre otros gastos, pasaron a ser no esenciales o prioritarios.
Desde el oriente venezolano pasando por Guayana, los llanos, Caracas, centro occidente, Los Andes y occidente la tragedia del venezolano se acuesta y se levanta con la puesta y salida del Sol. Es la misma tragedia pero no tenemos a Simón Bolívar. Lo que debe sobrarnos es empeño y dedicación para cabalgar con la esperanza de salir airosos por el país y por nosotros mismos. No es hora de lloriqueos ni de echarnos a esperar que otros hagan lo que nos corresponde como ciudadanos de este país. A lo mejor algunos expresarán sus dudas de que la vía electoral no nos sacará de lo que millones una vez vieron como solución a los males de la Venezuela de 22 años atrás, pero hoy el país no es el mismo ni tampoco las necesidades que la oferta electoral no supo solucionar en uno de los mejores momentos de vida republicana cuando el valor de nuestras riquezas naturales habrían permitido una mejor calidad de vida y razones no existieran para que millones huyeran de la tierra que los vio nacer a otros destinos para no perecer de mengua y abandono. Ahora, esa Venezuela es peor. Otros quizá son felices viviendo en la Narnia de estos tiempos donde todo funciona a la perfección y es una atrocidad decir que en nuestra nación no hay hambre, miseria, pobreza extrema, malos o inexistentes servicios de salud, agua, gasolina, electrificación, educación, hiperinflación, desempleo, seguridad personal y jurídica, transporte y alimentación. Son dos países. El de mentiritas frescas y el verdadero del día a día.
José Aranguibel Carrasco