“El circo sigue mientras haya quien le aplauda a los payasos.” Juan Miguel Avalos
Dos palabras, dos verdades, dos países. Eso es Venezuela tristemente hoy después de 22 años de gobierno socialista. El hambre apremia, pero para algunos beneficiarios, favorecidos y dirigentes revolucionarios de primera línea la vida continúa como si nada, cuando las estadísticas de agencias internacionales adscritas a la ONU o ONG —UNICEF, CARITAS, FAO, Encovi de la Universidad Católica Andrés Bello— revelan cifras aterradoras de la incontinencia alimentaria obligada de millones de venezolanos en hogares donde los más afectados son niños en edades, donde el desarrollo mental y físico es vital so pena de tener en el futuro —en un país joven como el nuestro— ciudadanos con limitaciones de aprendizaje que serán presa fácil de poco nivel de desarrollo intelectual, enfermedades, dificultades para estudiar, limitadas oportunidades de trabajo o de manipulables por su condición. No debe ser ese el ciudadano del mañana, pero es el hombre nuevo que está produciendo lamentablemente esta Revolución del Siglo XXI.
Es triste saber que estamos en esa dirección que torció su rumbo más allá de los sucesos del 4 de febrero de 1992, cuando seis años después, la historia de la patria de Simón Bolívar con el transcurrir del tiempo no cambió para bien, sino para peor según lo confirman hoy los índices de calidad de vida de la mayoría de la población que permanece dentro de las fronteras patrias y que ha significado entre otras causas, la fuga masiva por vías legales o no de otros millones de compatriotas que huyen irónicamente de un país que es al mismo tiempo rico y pobre, bendecido por papá Dios con recursos naturales que muy pocos, contados con los dedos de las manos, otros países del mundo desearían tener. Son ya 22 años de atraso, destrucción y pulverización de sueños truncados por un modelo de gobernar llamado en su momento por el expresidente Hugo Rafael Chávez Frías “Revolución Bonita” que dilapidó, desperdició y destrozó la riqueza nacional y agotó también su discurso político que en un momento dado cautivó a millones cansados por errores de la IV República y que para entonces sus millones de seguidores pedían más y mejor democracia donde educación, salud, empleos, salarios, seguridad social, personal y jurídica, produccion alimentaria, costo de la vida y servicios públicos, entre otros indicadores, superaran lo hecho o dejado de hacer por los gobiernos del llamado Punto Fijismo, pero la verdad que no necesita anteojos para verla, sentirla y palparla es que hoy en educación, por ejemplo, profesores, maestros y docentes sobreviven entre la mengua y las dádivas de familiares, amigos o del buen samaritano, dentro o fuera del país, porque los sueldos míseros que les asigna el Estado ha hecho que muchos migren a otras actividades de rebusque o salgan a otra nación ya que con lo que ganan no pueden garantizar la alimentación de sus familias y menos adquirir mudas de vestido o calzado. Hasta su seguridad social y médica que entidades como el Ipasme u otras del sistema universitario les otorgaba beneficios desaparecieron y hoy no tienen ni para ahorrar y optar a un plan de viviendas, tener un vehículo o pagar una emergencia médica, cancelar el servicio funerario propio o de algún miembro de su familia o completar el costo de los tres golpes diarios del estómago. Médicos, enfermeros (as), bionalistas, nutricionistas son otros venezolanos que recorren similar Vía Crucis en el día a día, porque si no los desaparece el virus chino por no estar vacunados o no tener dotación de elementos de bioseguridad en los centros de salud, complementan en la medicina privada, —no todos por su puesto—, el ingreso de dinero extra para garantizar la manutención de su grupo familiar. Lo mismo tienen que ingeniárselas profesionales de otras ramas de la educación superior para sobrevivir y también aquel que no tiene una preparación universitaria o técnica que no puede esperar a la dádiva de un Estado populista y paternalista que basa su vigencia en la entrega de una bolsa, caja de comida o bonos a cambio de fidelidad ideológica, cuando de lo que ha debido tratarse es de no entregar migajas, ni buruzas, sino haber gerenciado la riqueza nacional con probidad y bienestar social y económico para todos. En cambio causa repulsión e indignación el desaguadero que la corrupción ha hecho de los dineros públicos con la quiebra y destrucción de empresas estatizadas y otras expropiadas del sector privado que a la vuelta de algunos años los venezolanos nos enteramos que buscan ser devueltas a sus antiguos dueños convertidas en verdaderas chatarras, quebradas, endeudas y vueltas cenizas.
Quien esto escribe recuerda la frase del “Pan y Circo” que la mañana del 4F de 1992 escuchó del comandante Francisco Javier Arias Cárdenas ese día, cuando el jefe del levantamiento militar en el Zulia mientras conducía el vehículo de mi propiedad, respondía a las preguntas del joven reportero del diario metropolitano de Maracaibo, La Columna, cuando nos trasladábamos a la base militar aérea BARU donde el oficial después de realizar un vuelo de reconocimiento en algunos sitios que había controlado, —afortunadamente sin un muerto—, luego viajaría a Caracas a entregarse ya consumada la derrota que las tropas leales al expresidente CAP obtuvieron esa mañana. Sus palabras del 4F no dejaban de tener cierta correspondencia con el deterioro que la cuarentona democracia asomaba en su transitar en lo social y económico que vulneraba algún derecho constitucional de los venezolanos. Eso y la ceguera política de algunos protagonistas de entonces minó la base del proceso democrático que los venezolanos vivíamos, donde si bien la pobreza y la desigualdad social era de preocupar, no menos cierto es que al transcurrir de 22 años la lista larga en las carencias de los venezolanos no disminuyó sino que los problemas se multiplicaron no una, sino varias veces, salvo en los primeros años de la “Revolución Bonita” cuando la aparente bonanza y abundancia era por momentos, ficticia, no duradera en el tiempo, porque el derroche de dinero del país soportado por los mejores ingresos que el país ha tenido en toda su historia petrolera, nos permitió hasta tener una chequera que caminaba por América Latina en misión de una regaladera del dinero de los venezolanos en créditos. ¿Cuántos de eso créditos habrán sido recuperados?. También el derroche significó la construcción de obras en otros países que hoy es sólo historia de un momento de borrachera postelectoral y petrolera de lo que nada nos quedó, donde vale aplicar el refrán de “oscuridad en la casa y claridad para la calle”.
En contraste, lo criticable a los gobiernos de la V República y que fue materia prima del discurso revolucionario no cambió mucho, porque las “colitas” que criticaron de los aviones de PDVSA no desaparecieron en el uso de la flota aérea de la estatal petrolera que al cabo de años fue mermando sus ingresos y de ser la gallina de los huevos de oro, hoy tenemos que el despilfarro y la corrupción le torcieron el pescuezo y se la comieron en sancocho unos vivitos. Por otro lado, la reducción del Estado no fue que disminuyó sino que la promesa de eliminar muchos ministerios terminó multiplicándolos e incrementó la nómina de la administración pública.
La construcción de obras públicas ha decrecido en estos años. Ni cerca están a las construidas por la IV República en salud, educación, deportes, vialidad urbana, rural e interestatal. No obstante, en el sector salud la Revolución Bonita tuvo la intención de multiplicar el esfuerzo sanitario con la construcción masificada de los llamados CDI, pero hoy en todo el país buena parte de esas estructuras están cerradas, abandonadas y sin funcionar, desviándose la iniciativa de haber mejorado los grandes hospitales como en el caso del Zulia, donde están desasistidos de mejoras físicas, medicinales o de dotación de insumos y de equipos modernos en estos tiempos de avances tecnológicos. Por algo los profesionales del sector denuncian casi a diario las carencias puertas adentro a pesar del esfuerzo oficial de querer tapar el Sol con un dedo por el abandono en que están.
Y hablar de las universidades públicas es recordar a muchos revolucionarios cuando en sus tiempos estudiantiles eran los más acérrimos defensores de la autonomía universitaria, pero hoy buena parte de ellos burocratizados se conviertieron en los mejores amigos del cierre técnico, porque poco a poco, año a año, a las universidades “autónomas” les han ido disminuyendo o retirando las asignaciones presupuestarias tal como el Covid-19 le quita el oxígeno al organismo humano y le provoca la muerte. Menos mal que en cualquier rincón del mundo egresados de LUZ, UCV, UDO, ULA o UC, entre otras, han dejado bien parado el nombre de Venezuela por la calidad de sus profesionales. Y qué decir de la construcción de obras insignias que deba atribuírsele a la Revolución Bonita que, en el caso del Zulia, sobran dedos de las manos para contarlas y en buena hora llenarnos de orgullo si alguna vez la vía alterna al Puente sobre el Lago de Maracaibo fuera hoy una realidad y no una burla, una mamadera de gallo con los zulianos, cuando el Puente Nigale no ha logrado tocar la otra orilla a pesar que tres veces ha sido colocada la piedra de fundación de inicio de su construcción. ¿Dónde están los responsables y el destino de esos recursos?. El Ministerio Público o los diputados ante la Asamblea Nacional electa en diciembre pasado, tienen allí un caso que los zulianos sabríamos agradecer, porque no se ha vuelto a hablar de lo que allí pasó. ¿Será que le echaron tierrita porque ya ni se habla de la vía alterna?. Otros dolores de cabeza que venezolanos y zulianos debemos soportar 24 horas, todas las semanas, meses y ya años a plena luz solar, de noche o de madrugada que sabemos cuando se va, pero no cuando regresa y que rebasa la deteriorada paciencia que estresa y acelera más la ya desmejorada “calidad de vida” son las continuas suspensiones del servicio eléctrico, apagones o en el léxico oficial de “administración de carga”, —el gobierno es muy dado a cambiar el nombre a todo— que llegaron desde 2009 y no hay garantías que suceda otro megaapagòn como el que sufrimos en marzo de 2019 durante varios días. Dios quiera que así no sea. A los zulianos nos han hecho tantas promesas que son difíciles de creer. Desde Corpoelec sin asumir responsabilidades han preferido endosarle la causa a iguanas, rabipelaos o terroristas sin rostro, cuando la verdad es que la des inversión en modernizar, construir, ampliar y reponer equipos y planta física llegó poco o nada a esa empresa eléctrica a pesar de la millonada de recursos dispuestos años atrás cuando dinero era lo que había, pero el desvío de recursos y el moustro de la corrupción pudieron más quizá que las buenas intenciones de alguno. En tanto el agua de consumo humano es otro recurso que perturba la tranquilidad de toda la familia zuliana, porque su calidad ha desmejorado a extremos nunca vistos. Su color a papelón, nada cristalina y menos potable impiden su consumo a menos que arriesguemos perder un riñón, destruir el hígado o hacer que bacterias y otras plagas microscópicas desaparezcan nuestra flora intestinal y nos envíe tres metros bajo tierra. Aquí como en otros problemas la excusa es la misma y no se asume la verdad de fondo, sino que la responsabilidad de la turbidez del agua que llega a nuestros hogares debe su causa a torrenciales aguaceros —presentes toda la vida— que arrastran sedimentos o escombros y ensucian el vital líquido. Lo cierto, verdadero es que pasan días, semanas y más de un mes y el agua no cambia su color pese a los kilos y kilos de diluyentes y clarificantes químicos que vierten a decir de lo que uno instuye en cada declaración que leemos a diario de voceros de Hidrolago y Gobernación del Zulia. Lo triste, indígnante y reprochable es ver todos los días a niños, hombres, mujeres, ancianos y jóvenes a pie o en cualquier medio de transporte llevando en sus manos cualquier envase sin importar tipo o tamaño para llenarlo en alguna de las aguadas de la ciudad. No somos los consumidores de este servicio los responsables que las lluvias arrastren sedimentos en áreas que se suponen deber tener permanente resguardo ambiental del despacho ministerial correspondiente o de la Guardia Nacional y/o el Ejército que tienen a su cargo la seguridad territorial de parques nacionales y áreas protegidas que impidan la tala y quema de los bosques. Además, en el caso del Zulia esas zonas están muy cercanas a la frontera con Colombia que se supone obliga a redoblar la vigilancia de esa amplia franja que separa a las dos naciones. Mientras tanto siguen los problemas y lejos las soluciones, pero seguimos no como espectadores, sino cómo víctimas viendo “Pan y Circo”.
José Aranguibel Carrasco