Más que el dejar una vida atrás y bienes materiales, la frustración y el llanto invadían a quienes decidieron dejar atrás su país: Venezuela. En eso resumo mi experiencia en el recorrido que me llevó a compartir experiencias con los compatriotas que han poblado varias ciudades de la costa caribeña, el centro y el oriente de Colombia.
La agresión del régimen venezolano es tal que en la vía hacia la frontera con Colombia, sus cuerpos de seguridad buscan los últimos vestigios para el ya alicaído inmigrante para robarle lo poco que llevan. Es algo enfermizo que solo demuestra la condición psicológica de unos funcionarios obnubilados con el dinero fácil producto de la corrupción. En el otro lado, lo experimenté, pueden existir casos de atropellos, pero no es la norma.
A las preguntas de rigor de nuestro trabajo, Tras la diáspora venezolana, divulgada en el sitio www.larutabauer.com, las decenas de entrevistados solo expresaban rabia y frustración. No buscamos causas solo respuestas sinceras y honestas. No asumimos juicios de valores, solo observamos. Solo canalizamos sentimientos encontrados y experiencias vividas. Así lo hicimos en Maicao, Cúcuta, Bucaramanga, Bogotá, Medellín, Cartagena, Barranquilla, Santa Marta y en Riohacha, un recorrido de 3.077 Kms., cubiertos entre el 19 de febrero y el 11 de marzo de 2019.
En la ruta Bauer recogimos vivencias de incalculable valor humano. La gran tarea fue entender el por qué Colombia se había convertido en el puente esperanzador para los millones de venezolanos que decidieron dejar su tierra, sus bienes, su familia, sus amigos y todo lo que involucra una empresa como esta. Venezuela fue durante décadas receptora de inmigrantes, de millones de colombianos que huyeron de su crisis y su violencia histórica. Es la salida fácil, es la opción válida.
Muchas familias colombianas, principalmente de la costa caribeña, lanzaron sus semillas en Venezuela, y eso, de acuerdo con las leyes colombianas, le da derecho a la nacionalidad a quienes nacieron aquí, pero por razones de fuerza mayor, ahora que 2 millones deciden emigrar hacia la tierra de sus ancestros, generan un impacto, en materia de empleo, servicios, salud y educación.
Las vivencias de la Diáspora venezolana son contradictorias y llenas de experiencias ricas en humanismo. En el Páramo Berlín, en la vía que conduce de Cúcuta a Bogotá, el frío es intenso. Las caravanas de venezolanos eran grandes. Niños, jóvenes y adultos marchan por la accidentada vía, los pobladores locales consternados por las precarias condiciones de los caminantes les dan alimentos, los resguardan, les dan ropas, etc. La solidaridad es plena.
Igual vivencia ocurrió en Riohacha en donde la policía colombiana resguardaba la seguridad de los venezolanos que pernoctaban en una popular plaza citadina, reunían dinero y les daban comida. En Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, la solidaridad es impresionante pero no es suficiente. La ayuda va más allá de cualquier gesto humanitario. El sentido de pérdida implica generar un trabajo silencioso pero fundamental. El tema migratorio debe construir una propuesta de “apoyo psicológico” que le permita al recién llegado superar sus frustraciones, de lo contrario la angustia perturbadora puede generar consecuencias negativas en Colombia.
Gustavo Baúer y Hugo Delgado