Esta honesta confesión del escritor, de que él creía conocer su país y no era cierto, permite reflexionar sobre un problema que yo llamo de “esquizofrenia-identitaria”, tan propio de nuestra cultura latinoamericana. Lo que pensamos que es nuestra realidad no trasciende lo más inmediato de cada uno. Nuestra experiencia se reduce a nuestra tribu local o social. El propio país es realmente un discurso sobre el país, manipulado y básicamente idealizado o falso. Nuestro pasado, terminó siendo un olvido o una mitología. La fantasía sustituyó a la realidad. Lo que no nos gusta, lo negamos. No aceptamos responsabilidades, ni individuales ni colectivas. Nuestros fracasos los justificamos y su responsabilidad se la atribuimos a otros. Después de dos siglos de Repúblicas independientes (?), las culpas se las seguimos atribuyendo a España. Agregamos después a los gringos. Y a nuestros gobernantes y sectores dominantes, los exculpamos, no importa su conducta delincuencial y latrocinios. El cuento del buen salvaje y del pueblo bueno y virtuoso, es una fantasía de novelita romántica. La leyenda de “pueblos jóvenes e inocentes” a quienes les pertenece el futuro por decreto de la naturaleza y de la providencia, son simplezas repetidas, que ignoran la economía política y la historia real. La pobreza, el hambre y la miseria, no nos gusta hablar de ello. De los muchos delincuentes de “cuello blanco” que han gobernado y gobiernan. De las “fuerzas vivas” o de los muchos “vivos” que se cuelan en nuestras pequeñas oligarquías y burguesías, de nuevos ricos, reciclados e incultos, que llevan dos siglos enriqueciéndose a la sombra del gobierno de turno y si su país entra en dificultad, simplemente lo abandonan a vivir de las rentas.
Vargas Llosa, como candidato presidencial, descubrió el Perú profundo, que no era solo Lima ni la historia escolar. Igual pasa en cada país, la capital no es el país, la parte próspera y moderna de cada ciudad, no es el país. El club no es el país, mucho menos la casa de gobierno y menos todavía el cuartel. Mientras sigamos viéndonos “desde arriba e ignorando a los de abajo” seguiremos siendo “repúblicas aéreas” y sociedades atrasadas y pobres. El destino como nación es responsabilidad de cada sociedad y de cada individuo que la constituye. La fórmula, no hay que inventarla, basta mirar a nuestro alrededor. Como norte, la libertad creadora y la democracia de la convivencia y la solidaridad. Un verdadero Estado de Derecho y Justicia. Derechos Humanos reales y garantizados. Instituciones públicas y privadas autónomas, cuya responsabilidad es frente a la Sociedad y no al gobierno de turno. Una economía moderna, sustentada en el talento, creatividad, preparación, y trabajo con la compensación justa. Una educación para el futuro y en clave global. Incorporarnos plenamente a la revolución tecno-científica. Seguir insistiendo en la retórica de la victimización, y el enojo del rencor y la envidia no nos lleva a ninguna parte, solo nos ancla en el pasado y en las últimas filas.