La historia es un océano infinito de hechos y verdades a medias. Y la ignorancia es el velo que la cubre toda. En el año 1814 arribó hasta nuestra isla de Margarita una expedición formidable de 12.000 soldados veteranos españoles que habían enfrentado al invasor francés (1808-1814) bajo el comando de Don Pablo Morillo, el Pacificador. Las ordenes fueron quijotescas: reconquistar toda la Costa Firme (Venezuela y Nueva Granada) y más luego arribar hasta Lima en el corazón del Virreinato del Perú y limpiarla de los ingratos rebeldes alzados en armas en contra del rey Fernando VII, cabeza restituida, de la orgullosa monarquía hispánica. Y lo hicieron sin reparar en el estruendoso fracaso de la expedición de Leclerc del año 1802. Nadie escarmienta en cabeza ajena.
La política imperial o ultramarina hispánica desde los tiempos de Hernán Cortés en el siglo XVI no fue otra que asumir los territorios coloniales como un bastión del saqueo organizado alrededor de sus esplendorosas minas de perlas, plata y oro. Esa riqueza financió las guerras de Carlos V y Felipe II en contra del enemigo turco al sur y el luterano al norte. Descuidando la acumulación capitalista como el nuevo paradigma de una modernidad más avanzada. Inglaterra y Francia, potencias marginales en el siglo XVI tendrán su encumbramiento en los siglos venideros, y uno desde su poderío en el mar y el otro con su poderío terrestre, disputaron por la hegemonía del mundo.
La Revolución Francesa en 1789 dinamitó los fundamentos del Estado absolutista y creó una nueva arquitectura social en que los derechos del hombre y del ciudadano derribaron los que venía ostentando con exclusividad la aristocracia señorial. Este cambio de época tuvo repercusiones tanto en Europa como en América. Entre 1803 y 1815 aparece la estrella fugaz de Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses, con una propuesta de asumir el mundo bajo su propio puño y fuerza. Los principios republicanos nuevos, sobretodo, el que hacía alarde de una nueva fraternidad, fueron ignorados todos a cambio de una propuesta totalitaria de conquista militar del mundo. Beethoven mismo tuvo que retirarle la dedicatoria que un principio le había otorgado a Napoleón en una de sus muy famosas sinfonías.
Lo cierto del caso es que La Grande Armée o Ejército Imperial de Francia que en 1812 tuvo alistado en sus filas hasta un millón seiscientos mil soldados barrió contra todas las coaliciones adversarias que intentaron detener su paso triunfante por Europa. Sólo Inglaterra pudo resistir esa feroz embestida debido a su aislamiento insular y el control de los mares que su poderosa armada le podía garantizar. En 1808 Napoleón invadió a España y hasta el año 1813 se asumió en el poder titular de la América hispánica. Solo que las oceánicas distancias fueron un impedimento para que los deseos de tan dominación tan vasta pudieran ser efectivos en la práctica. Además, los súbditos españoles en América, rechazaron sin ningún titubeo esas pretensiones. Nuestro 19 de abril de 1810 así lo corrobora.
No así fue el caso de Haití o Saint Domingue, la próspera isla de economía azucarera cuyas esclavitudes de negros africanos en 1791 se levantaron violentamente contra los propietarios blancos franceses y les aniquilaron. Napoleón, herido en su orgullo, diseñó una colosal expedición punitiva para restituir sus cadenas y hacer de Haití la cabeza de playa de la hegemonía francesa en toda la América. Para ello encomendó la tarea en el joven general de brigada Charles Victoire Emmanuel Leclerc (1772-1802), esposo de Pauline, la hermana menor y favorita de Napoleón.
Lo impresionante de ésta expedición militar es tanto su número como su efímera actuación vencidos por el mosquito propagador de la fiebre amarilla. Algunos autores hablan de 34.000 soldados mientras que otros elevan la cifra hasta 55.000 o más. Más de sesenta embarcaciones sirvieron de transporte de ésta portentosa fuerza expedicionaria cuyo pretexto original era revocar la esclavitud que la misma Francia les había concedido a los esclavos negros en 1794.
Este ejército francés no fue rival para Toussaint Loverture, el líder haitiano alzado en armas, que cayó prisionero y fue deportado hasta París para terminar muriendo en el presidio. No fue el caso de la epidemia de fiebre amarilla, un derivado devastador de la guerra microbiana que ya a partir del año 1492 sirvió de apoyo a la causa de los conquistadores hispanos en contra de los aborígenes que según algunas cifras arrojó una mortandad de cuarenta millones bajo los efectos de la viruela y el sarampión.
El mismo General Leclerc falleció por los estragos de la epidemia de fiebre amarilla que en muy poco tiempo hizo desaparecer de la faz de la tierra a tan poderoso ejército y permitió que otros líderes de la resistencia negra haitiana como Jean-Jacques Dessalines venciera a las diezmadas y desmoralizados restos de tan orgulloso cuerpo expedicionario francés en la batalla de Vertières en 1803 y los expulsó de la isla. En 1804 Haití fue el primer país del Caribe y la América del Sur en declarar su Independencia dando nacimiento a la primera república negra y convirtiéndose en el principal referente a seguir por los americanos españoles decididos a romper sus lazos con la monarquía española. Se puede decir con propiedad que Bolívar regresó de la muerte política a la cual estuvo condenado luego de Boves en 1814 gracias al apoyo del presidente Pétion en Haití en el año 1816.
Así tenemos que Haití en 1802 fue el inesperado Vietnam que tuvo Napoleón Bonaparte quién pretendió erigirse en amo y señor de medio mundo poniendo en evidencia la fragilidad de los designios humanos cuando la naturaleza y el infortunio se interponen.
@lombardiboscan