Moisés Naím: El gran desfase: ciencia veloz y política atroz

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Lo mismo está ocurriendo con el cambio climático y la revolución digital basada en la inteligencia artificial. Los expertos identifican correctamente las tendencias de los cambios, pero subestiman la velocidad con la que ocurren.

El desarrollo científico y tecnológico es una de las tendencias que desde siempre ha definido a la humanidad. Otra tendencia histórica es que las nuevas tecnologías suelen tener consecuencias no anticipadas sobre la sociedad, la economía y la política. Y por supuesto sobre los gobiernos, que siempre están desfasados y van a la zaga del cambio tecnológico.

Lo que ha ocurrido con la vacuna del COVID-19 –su invención, producción y distribución– es un revelador ejemplo de este peligroso desfase que hay entre la tecnología y la política. Mientras que el esfuerzo científico fue global, la respuesta de los gobiernos fue local. Si bien laboratorios en diferentes países compartían datos e información, importantes gobiernos, como el chino por ejemplo, la escondían o tergiversaban. Los científicos mostraron visión, flexibilidad y velocidad, los gobiernos han sido miopes, rígidos y lentos. Todo esto no quiere decir que no haya habido rivalidades entre algunos científicos y feroz competencia entre compañías farmacéuticas. Pero todos vimos cómo mientras los científicos respondieron con eficacia a la crisis, en muchos países, políticos y gobernantes negaron la existencia misma de la pandemia o la minimizaron, ridiculizaron el uso de mascarillas o el mantener distanciamiento social, promovieron tratamientos fraudulentos y el uso de amuletos con poderes mágicos.

Las normas, reglas y valores que orientan la conducta de los políticos son, por supuesto, muy diferentes a las que orientan a los científicos. Mientras que para los científicos el mérito individual es muy importante, los políticos privilegian la lealtad de sus colaboradores y seguidores. Para los científicos, las decisiones se deben basar en datos y evidencias, mientras que en los políticos tradicionales pesan mucho sus experiencias previas, las anécdotas y las intuiciones. En tanto que la investigación científica busca el cambio a través de la creación y adopción de nuevos conocimientos, la política suele privilegiar ideas y formas de actuar conocidas —a pesar de que en sus discursos todos los políticos se presentan como agentes de cambio. Finalmente, el método científico se basa en la razón y la comprobación empírica de afirmaciones cuya validez puede ser verificada y replicada por otros. En la política, en cambio, privan las pasiones y creencias personales así como las creencias religiosas y el pensamiento mágico.


Todo lo anterior no significa, por supuesto, que entre los científicos no se den conductas influidas por pasiones, intereses y prejuicios o que entre los políticos no haya casos de meritocracia, racionalismo y promoción de cambios. Pero lo que este contraste revela son algunas de las fuentes del desfase entre ciencia y política.

El rezago de la política se manifiesta de manera brutal en el estancamiento de los gobiernos, en su funcionamiento y en especial los procesos de toma de decisiones en materia de políticas públicas. Bien harían los políticos en adoptar el espíritu de experimentación que desde siempre distingue a la ciencia. Este, junto con la apertura a nuevas ideas, a la evaluación desapasionada de la evidencia, y a la fuerza de la realidad empírica podrían comenzar a recomponer la credibilidad de las democracias ante las múltiples crisis que las acechan. Y la alternativa —el status quo— ofrece solo la profundización de la crisis de desgobierno que ha venido afectando a tantas democracias occidentales.

@moisesnaim