”El pesimismo lleva a la debilidad. El optimismo al poder”. Juan Miguel Avalos
Tanto nadar, nadar y nadar para siempre morir ahogado en la orilla, es según lo último lo que habrán de ser los nuevos capítulos de la telenovela política venezolana más destacada de este año 2021, tras el anuncio de la apertura de “negociaciones y diálogos” entre oficialismo y oposición para ir a elecciones de gobernadores, alcaldes, concejales, diputados regionales y otros temas que saquen al país del innegable abismo que nos convirtió con el pasar del tiempo aquel “por ahora” 29 años atrás cuando de verdad comenzó la destrucción de la patria del gran caraqueño Simón Bolívar.
Digo esto con todo el respeto a la opinión de mis lectores, pero hoy tenemos en Venezuela más que sobradas razones para dudar, ser escépticos o no creer en soluciones a la vuelta de la esquina de la tragedia nacional ante un nuevo escenario sin engaños o mentiras como bien lo recoge el pasaje bíblico del profeta Santo Tomás de Aquino. A lo mejor soy de los pocos o miles de compatriotas que al leer la noticia que rodó en las redes sociales como pólvora, cuando el jefe más visible de la oposición, Juan Gerardo Guaidó Márquez, anunció el inicio de discusiones para un “Plan de Salvación Nacional” pero en lo personal no me llevó a pegar un grito si es que el caso que nos ocupa hubiese sido una final del mejor fútbol mundial entre Alemania y Brasil. Eso no me produjo, causó ni me provocó frío o calor como decimos a cada rato cuando también durante estos dos últimos sexenios desde Miraflores —cuando arranca un nuevo año—nos prometen en cadena de radio y televisión que la economía y sus repercusiones en el país serán mejor que el año anterior. Demás está describir los resultados que cada uno de los venezolanos sabe de esas promesas en el presupuesto familiar donde papá, mamá, tía, abuela o el hermano mayor que dirige al grupo familiar debe consultar la cartera, chequear lo mucho o poco de la cuenta bancaria o abrir la caleta para echar números y sudar la gota fría de manera de garantizar el primero, segundo o los tres golpes diarios de la comida y otros gastos ineludibles en cualquier hogar de nuestro país clasificado en rojo hoy en muchas estadísticas nada alentadoras donde la desnutrición y el hambre siguen creciendo como la espuma, según lo confirman agencias de la Organización de las Naciones Unidas, ONU.
Claro, también están en su derecho —respetable por lo demás— las opiniones de hombres y mujeres de este país ganados a creer y confiar en sus líderes oficialistas u opositores en cuanto a que la única salida a la crisis del país debe dilucidarse en elecciones “limpias” y con “garantías” donde sea respetada la voluntad popular, descartando otras salidas nada democráticas. Sin embargo, los venezolanos tenemos una larga lista donde trampas, ventajismo, abuso de poder, uso de bienes públicos, persecuciones, inhabilitaciones, desconocimiento de resultados y otras travesuras de clara impunidad —maquilladas de legalidad— han llevado a buena parte del país a ser escéptico con acuerdos, diálogos, conversaciones, dentro o fuera de nuestras fronteras, que en el pasado han resultado ser verdaderos fiascos y engaños a una nación esperanzada que más temprano que tarde la tragedia diaria llegue a su fin.
Así vemos y leemos que el escenario ha venido armándose con la selección de un nuevo CNE que ha sido y es objeto de elogios o cuestionamientos debido a su composición numérica e ideológica y al peligro que muchos ven que su balanza no repita historias muy cercanas de decisiones nada imparciales. En esa dirección y sin detenerse a esperar que llueva, truene, relampaguee o que importe menos que nunca lleguen por millones las vacunas contra el Covid-19 o que en Maracaibo el agua de consumo humano Hidrolago la envíe con color de papelón —achacándole la incompetencia a la lluvia y turbidez de los ríos—la cita de la confrontación electoral está tomada y fechada para el 21 de noviembre.
Mientras tanto, cautelosos unos y otros viendo los toros desde la barrera, países aliados del gobierno y la oposición no es mucho el ruido que hacen y emiten declaraciones en lenguaje diplomático a muy bajos decibeles por aquello que este es un problema que deben resolver los venezolanos. Otros a lo Poncio Pilatos hacen lo propio y figuras de algunos de esos países le advierten a la oposición que no pise el peine y negocie esta vez otra caída de una reeditada trampa. Lo cierto es que a lo largo de los años de encuentros que terminan en desencuentros, sin resultado alguno a favor de los venezolanos, el gobierno desde Miraflores ha movido mejor —asesorado muy bien por cubanos, rusos, chinos o iraníes— la jugada en el tablero del ajedrez político a diferencia de los distintos factores opositores que han salido con las tablas en la cabeza más de una vez y que la mejor evidencia es que estrategias y movidas de piezas han estado equivocadas -salvo las parlamentarias de 2015- cuando los fracasos lo evidencia la ausencia de una real unidad y no los gestos de la boca pa’ afuera de un fin común que una y no disperse esfuerzos. Otro daño que ha pesado demasiado en los hombros del venezolano es el ego de dirigentes en no querer despojarse del narcisismo frente al espejo de sentarse en la silla más importante de Miraflores. Ojalá esta vez sea algo del pasado. Sin embargo, no hay que negar ni ser egoísta, pero si bien hay dirigentes o líderes de sobradas capacidades organizativas y de seriedad en el desempeño de su misión democrática, —aunque buenas intenciones no preñan— a otros sin embargo, quizá muchos o pocos, les vemos las costuras para que nada cambie y todo siga igual o aquellos que sin pensarlo dos veces levantaron el brazo y dijeron “presente” en el aciago momento del aparente manejo legal a través del TSJ, cuando el gobierno sirvió en bandeja de plata y dijo “play-ball” a que se consumara el secuestro y usufructo de colores, símbolos y tarjetas que identifican a AD, Primero Justicia, Voluntad Popular, Copei, Tupamaros, MEP y Bandera Roja, mientras que al PCV sus camaradas bolivarianos los tienen en la mira por atreverse a disentir de decisiones del gobierno.
Divide y ganarás es la frase que mejor describe esa movida, pero la pregunta es: ¿Esto quedará así o símbolos, colores y tarjetas volverán a sus antiguos dueños? Bueno, amanecerá y veremos.
En resumen, aparentemente las cartas están echadas y de lado y lado —gobierno y oposición— están por designar a sus delegados que llevarán a la mesa los temas en una puja que de seguro será de tira y encoge, pero mientras tanto los venezolanos que tenemos los pies puestos sobre la tierra y que no vivimos en Narnia, nos queda continuar el día a día de vivir la realidad de la carestía de la comida y de sufrir en el bolsillo una inflación que ya rebasó a las nubes, armarnos de paciencia para echar gasolina, hacer otra cola para surtirnos de agua, otra más para entrar a la agencia bancaria a buscar efectivo, otra para reponer la bombona de gas y poder medio comer o ir de farmacia en farmacia buscando una medicina. También estar atento a que no nos atraquen en cualquier esquina y, en fin, encomendarnos a Papá Dios para que este infierno terrenal llegue a su fin y no pasemos a ser parte de las estadísticas de los obituarios.
José Aranguibel Carrasco