Cito a María Teresa León en Memorias de la melancolía: “Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado. Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos (…)
No comprendéis? Nosotros somos aquellos que miraron sus pensamientos uno por uno durante treinta años. Durante treinta años suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial.
Un paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso de muros destruidos, de torres caídas y campos devastados (…) Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados (…) Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos”
Cinco millones con maletas cargadas de necesidades y de solo ambicionar una mejor vida, no solo para ellos que se han ido sino también para los que nos hemos quedado.
Tengo cuatro años que no veo a mi hija que emigró a Canadá y todavía no conozco a mis nietos, mi hija mayor que se ha quedado conmigo tiene siete años que no la ve y no conoce a sus sobrinos a los que solo ve por video conferencia. Mi hija que está en Canadá no vio morir a su madre, no pudo acompañar en las dolorosas horas de su partida ni acompañar a su hermana en el terrible duelo que hoy vive. Aunque justo es reconocer que nunca se podrá consolar a alguien frente a la devastadora hazaña de la muerte. Yo he fallado en aliviar la pena de ambas.
No es un problema individual, de Ender Arenas, Ana Victoria Arenas y de Ana Virginia Arenas, no, para nada. Es una situación que la vivimos cientos de venezolanos, millones de venezolanos los uno que quedamos encerrados en este ex país y otros que estoy seguro que no volverán. Es una verdadera pena, pues, tuvimos, como país una gran oportunidad, de verdad que la tuvimos, pero, nos la robaron.
@enderarenas