Nicolás Maduro es un tipo estructuralmente malo. No solo es un pésimo gobernante, ignorante y corrupto por demás, sino que el personaje es realmente mala persona. En el tiempo que ha estado ilegítimamente ejerciendo el poder ha dado incontables demostraciones de ser cruel y brutal, sin el mínimo respeto por absolutamente nada ni nadie, tal como lo fue su antecesor Hugo Chávez Frías.
La filósofa y teórica política alemana Hannah Arendt (1906 – 1975), interpretando el accionar de las tiranías, escribió que estas formas malvadas de gobierno se fundan en lo que denominó la “banalidad del mal”. Ella lo describe como «un sistema o institución que inmuniza a sus miembros contra la realidad de lo que es cometido y contra la inhumanidad de sus códigos, y los vuelve cómplices de su opresión mutua». Así, este mal se funda en la ausencia de pensamiento, en la incapacidad para pensar o juzgar. Y agrega Arendt algo realmente grave: la pasividad y la rutinización de la obediencia es lo que permite el surgimiento del mal absoluto.
La descripción de Hannah Arendt se ajusta perfectamente al caso venezolano y ejemplos para ilustrar lo despiadado del accionar del régimen de Maduro sobran. Basta mencionar algunos: Bajo su desatinado mandato, se ha empobrecido a grandes pasos un país que hace unas décadas figuraba entre los más prósperos y prometedores del continente.
Maduro y sus secuaces han ejecutado, sin remordimiento alguno, el saqueo a las arcas públicas más desproporcionado que pueda recordar nación alguna. Esa banda de delincuentes ha creado un complicado entramado internacional de lavado de dinero con los miles de millones de dólares que se han robado del Tesoro Nacional y lo que obtienen por sus actividades vinculadas al narcotráfico. Ellos mantienen a Venezuela en el tope de los países con mayor índice de corrupción administrativa, según los informes publicados por Transparencia Internacional en los últimos años.
Mientras la élite chavista vive en su burbuja de privilegios, derrochando lujos y presumiendo sin escrúpulos del dinero mal habido, la población padece de hambre, inseguridad, desabastecimiento y carencia absoluta de servicios públicos elementales, como salud, agua, combustible y electricidad. Y no contentos con arruinar a Venezuela, Maduro y su combo han puesto al ciudadano común a sufrir las inclemencias de la hiperinflación, la cual cerró el 2020 con 6.500%, siendo la media global de apenas 3,5%, según datos recopilados por el Fondo Monetario Internacional. Y ellos, después de 20 años, siguen manejando las excusas genéricas de siempre y culpando de su mediocre gestión al Imperialismo y las sanciones internacionales.
La alta criminalidad estimulada por el gobierno, la crisis hospitalaria, la persecución a los opositores, el desenfrenado desempleo y el empobrecimiento general, entre muchas otras razones, han generado el éxodo más notorio que ha visto el mundo en las últimas décadas. Unos seis millones de venezolanos han salido del país por todas las vías, incluso caminando, para buscar mejores oportunidades afuera. Al chavismo, lejos de preocuparle, o darle al menos vergüenza que los nuestros se hayan ido por todo el mundo a pasar trabajo y recibir desprecio, le ha caído esto de maravilla. Y continúan impulsando esta emigración, pues las remesas en dólares que envían desde el exterior los venezolanos a sus familiares ha sido una bocanada de aire para la maltrecha economía nacional.
Y donde esta mala gente se ha esmerado y ha invertido esfuerzo y dinero es en la consolidación de un sistema de represión a su imagen y semejanza: corrupto e ineficiente, pero tan sangriento como despiadado. Especializados en perseguir, torturar y desaparecer gente, de oposición preferiblemente, entre la GNB, SEBIN, PNB, FAES, CICPC y las FANB asesinaron a dos mil novecientas personas en 2020, sobre todo usando la excusa de falsos enfrentamientos, según las cuentas que lleva la ONG Provea. A esto debe añadirse las constantes violaciones de Derechos Humanos, desapariciones, torturas en centros de detención como La Tumba del SEBIN y los calabozos de la DGCIM.
Y del manejo de la pandemia ni se diga. La desconfianza en la información gubernamental, por la institucionalizada práctica de falsear las estadísticas oficiales, hace pensar que la situación del Covid-19 es muchísimo peor de lo que ellos dicen. La cuarentena radical la han usado como una manera de desmovilizar a la población. Es una suerte de estado de emergencia no decretado, con todos encerrados y solo preocupados por salir vivos de ésta. Todo pasa al tiempo que muchos están muriendo por causa de virus: gente de todas las edades y clases sociales, personal de la salud y muchos médicos, la tiranía impidiendo la entrada de millones de vacunas gestionadas y financiadas por la oposición democrática.
Los dictadores, que efectivamente si tienen acceso a vacunas, un día prometen las vacunas rusas y la tapa amarilla que van a producir en Cuba, otro día salen con otra cosa. Total, no se sabe con certeza cuándo empezará el proceso de vacunación en Venezuela. Maduro se ríe y se burla del sufrimiento y muerte de los venezolanos. En lugar de soluciones, el solo receta sus gotitas milagrosas.
Maduro definitivamente se escribe con M de maldad.
Augusto La Cruz
@AugustoLaCruz