Amos Smith: El karma de vivir en el país más miserable del mundo

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Un estudio de Steve Hanke, profesor de economía aplicada de la Universidad Johns Hopkins, publicado en National Review corona a Venezuela por quinto año consecutivo como el país más miserable del mundo.

Steve Hanke ha creado el índice de miseria Hanke, considerando las tasas de inflación, desempleo y préstamos bancarios (y eso Steve que no te has montado en el Metro en horas picos, que no vas a echar gasolina en la provincia y no tienes que vivir con un dólar mensual en una economía dolarizada).

En el estudio somos hasta más miserables que países que en un pasado reciente nos daban cosita como Zimbabue, Líbano, Surinam, Angola, Sudán y Madagascar.


¿Cómo hemos podido salir tan mal parado en la situación de nuestro bienestar?, ¿Cómo se puede calcular tan fríamente nuestros niveles de miseria y felicidad?

A los administradores exclusivos de la repartición equitativa de nuestra miseria, les pido encarecidamente que dejen de echarle las culpas a las sanciones de todo lo malo que nos acontece y que se aboquen a protestar este insulto del academicismo imperialista a nuestra condición indiscutible de pueblo feliz, antiparabólico y hasta víctima de una epidemia de conformismo. Si en alguna parte han mostrado alguna eficiencia ha sido en sus justificaciones fantásticas para seguir encaramados sin escatimar costos y consecuencias.

Aquí mi humilde aporte mercenario para defendernos de esa terrible blasfemia, esa cobarde calumnia de acusarnos en un parcializado estudio entre 156 países que nos condena y apena terriblemente como el país más miserable del mundo.

Cómo podemos ser considerados los más miserables, si hasta nos quitamos el bocado para ayudar con bombonas de oxígeno a Perú, le regalamos petróleo al desvalido pueblo cubano y le hemos dado un segundo hogar a los simpáticos guerrilleros de las FARC.


Aquí no hay miserables, lo que hay es una cuerda de malagradecidos que no entienden el inmenso sacrificio que cuesta una caja CLAP, los que critican sin cargos de conciencia nuestra condición de pueblo libre, soberano y alegre. No se imaginan todo lo caro que nos sale mantenernos rigiendo el destino grandioso que le espera a nuestro país. Es cierto que el grandioso destino no ha llegado aún, pero seguimos trabajando en ello este año y los que vienen.

¿O es que la alegría no es sinónimo de felicidad? El nuevo compartir social en las colas sabrosas de pensiones, bombonas, cajas de comida o cualquiera que ocurra con el sano esparcimiento de esperar con paciencia las soluciones de la patria.

Como dice Charly García, la alegría no es solo brasileña no mi amor.

Traidores nunca y leales siempre con la felicidad de nuestra tierra. Eso sí, con muchas rodillas en ella como debe ser.


Para serles sincero, apartando el colaboracionismo y aquí entre nos. Uno sale a la calle y con todo ese aluvión de contrariedades que vivimos, la gente todavía anda por ahí sonriente con flexibilización y sin ella. Eso no lo esconde ni un tapaboca. Será que a último párrafo se me incorpora Carlos Fraga y pienso que aunque nadie lo crea por ahora, no todo está perdido.

@guillermo.ylarreta