Cualquiera de las 24 horas de un día hoy en Venezuela no hacen la diferencia cuando en un abrir y cerrar de ojos nos llega el bajón o apagón de la “ración de patria” ya que desde hace rato este servicio público ha dejado de ser impulso y palanca del progreso y sigue día a día retrocediendo cuando, por cierto, recordamos el megaapagòn nacional del 7 de marzo de 2.019, fecha en la que a los venezolanos nos sorprendieron con cinco días de sufrimiento, caos, de sudar a cántaros, de medio conciliar el sueño si lo permitían zancudos y jejenes o de dormir con un “ojo abierto” en aquella oscurana para tener a raya a los amigos de lo ajeno. Además que saqueadores y vándalos en el Zulia rebasaron a las autoridades y se apoderaron del “desorden público”, llevando a la ruina a pequeños y medianos comerciantes y empresarios. Ese vía crucis comenzó y llegó para quedarse en la patria de Bolívar. El país quedó apagado, inerte y oscuro. Cinco días desnudaron lo poco diligente del Estado venezolano para “resolver” este problema que hace mucho nació, creció y hoy continúa castigando a venezolanos y zulianos con racionamientos abusivos e inhumanos una, dos y tres veces un mismo día sin medir que enfermos, niños, ancianos o mujeres embarazadas padezcan el efecto calórico de nuestro astro rey durante incontables horas.
Debe recordarse que en 2.009 la crisis eléctrica originó los primeros racionamientos, pero la Revolución Bonita nos prometió, en medio de una danza de anuncios y cifras mil millonarias, que tendríamos la mejor generación eléctrica que ningún país disfrutaba en Latinoamérica. Doce años son demasiados.
Quién no recuerda aquellos angustiosos días de insomnio, calorones extremos, amanecidas matando bichos o de ir al trabajo, escuela, liceo y universidad pareciéndonos a un remedo de zombi.
Debemos remontarnos que dos años antes de los racionamientos, -administración de carga en el léxico “ilustrado” del gobierno- el expresidente Hugo Chávez Frías le reveló al país el fin del negocio eléctrico por parte del sector privado, -nacional y extranjero- y anunció la creación de la Corporación Eléctrica Nacional, Corpoelec.
Vale decir que desde el 2.007 lo bueno o malo que sucediera en el Sistema Eléctrico Nacional, SEN, sería, única y exclusivamente, responsabilidad del gobierno revolucionario.
Ya para 2.009 la historia comenzó a mostrar ese giro adverso en solo dos años cuando comenzaron a tomar forma términos oficiales como “administración de carga” en vez de apagones, pero no por ello la arruga no dejó de correrse del “cómo vaya viniendo vamos viendo”.
Son doce años de sobresaltos y de la destrucción en ese tiempo del patrimonio familiar de electrodomésticos y equipos sin que nadie haya asumido alguna responsabilida. Esta historia de nunca acabar la conocemos al dedillo por la ineptitud, mala gerencia, migración profesional por míseros sueldos, reposición de equipos, ausencia de mantenimiento o desvío de dineros que han ido a parar a bolsillos y cuentas de próceres y vampiros de los dineros públicos que, en fin, entre otras cosas, significan un retroceso y colocan a Venezuela bien lejos del desarrollo económico por ausencia de nuevas obras eléctricas.
Cuánto quisiéramos los dolientes de los apagones -léase venezolanos- ver en cadena de radio y televisión al Contralor General de la República, Procurador y Fiscal General mostrando a detenidos anunciando la repatriación del dinero rescatado en el extranjero que resarza el daño al patrimonio público nacional.
Sin embargo, la historia hasta hoy es un bestseller del mejor cine de estos tiempos tecnológicos por cuanto la serie de moda en cualquier esquina, calle, vereda, barriada, urbanización o sector popular, es el grito del “se volvió a ir la luz” ya que las inversiones anunciadas en en 2.009, tomaron el camino de promesas incumplidas, olvidadas, recursos vueltos gasolina para la corrupciòn y la modernización del sector eléctrico no traducido en calidad de servicio. Edificaciones, estaciones y subestaciones fueron desvalijadas y parques eólicos nunca generaron electricidad, sino más bien lástima, que terminaron formando un cementerio de obras inconclusas. En cambio han abundado excusas y mentiras al adosarsele la responsabilidad a malvados imperialistas, a terroristas del mismo pedigrí de Rambo y sus mercenarios de francotiradores que cayeron del cielo y paralizaron el Gurí de un certero disparo. Pero el colmo fue atribuirle a la inofensiva iguana o al nada hermoso rabipelao, ser sospechosos de dirigir los ataques terroritas que todavía nos joroban la vida a los venezolanos.
Ya en 2.018, Luis Motta Domínguez, cuando era ministro de Energía Eléctrica reconoció que el país atravesaba una crisis eléctrica.
“Estamos ahorita en crisis, por eso es que se llama crisis. ¿Se acuerdan del Guri?. Ustedes realmente creen que esa gente que trabaja allá o yo ¿queremos que ustedes sufran esto? ¿Ustedes creen eso?”, dijo un año antes del megaapagón.
Posteriormente, en el mismo 2.018 argumentó en un post de su cuenta Instagram que las fallas en el servicio eléctrico se debían a los roedores que hacían nido en las subestaciones.
“Camaradas en algunos casos, las fallas en el sistema eléctrico la producen animales tales como: ratas, ratones, culebras, gatos, ardillas, rabipelados, zamuros, etc., que buscando madriguera, nido o lugar donde ocultarse, se introducen en equipos del sistema causando la falla”, dijo a través de sus redes sociales.
Sorprendente, porque quien iba a imaginarse estimado lector, que algo así como un parque Jurasiko existía y no lo sabíamos en tierras venezolanas.
No obstante, sin salir del asombro y volviendo a la “normalidad” el discurso oficial tomó otro rumbo que incluía a otros responsables.
“Pasadas las horas”, reseñaron los medios, el propio presidente Nicolás Maduro responsabilizaba a Estados Unidos por lo ocurrido, afirmando que dicho apagón, era la consecuencia de un ciber ataque contra el sistema eléctrico del país.
“Verifican que fue un cibertaque dirigido desde Estados Unidos, solo puedo decir que se dirigió desde Houston y desde Chicago (…) Desde dos ciudades de Estados Unidos se dirigió el ciberataque contra el sistema eléctrico. Contra el sistema de telecomunicaciones. Contra Internet. Esto es una persecusión contra Venezuela ordenada desde el Pentágono”, dijo.
Concluyendo, quien no recuerda en el Zulia a Enelvén en muchos municipios o Enelco en la COL. En el estado Lara a Enelbar. A Edelca en Bolívar y el sur venezolano o a Eleoriente en otros estados y en el epicentro del poder político a la Electricidad de Caracas.
Claro, dicen que las comparaciones son odiosas, pero eran empresas eficientes que la Revolución Bonita decidió nacionalizarlas y, partir de allí, la historia en adelante ya la sabemos. Vítores, aplausos y gestos de alegría recuerdan los los anuncios en cadena nacional cuando escuchábamos la inefable expresión de “nacionalícese” que al cabo de dos décadas nos recuerda que la borrachera y la danza de los petrodólares nos nos devolvió la promesa de tener una mejor calidad de vida. Lo cierto, lo verdadero, lo que llevamos en hombros los venezolanos es una carga de frustración y desasosiego por esta realidad de no disponer de buenos servicios públicos, entre ellos, el eléctrico, que sigue siendo el responsable de trasnochos y limitantes por la ración eléctrica abusiva y desconsiderada.
Quizá más de uno en aquellos años dando el beneficio de la duda pensó que la solución era cosa de esperar, pero la Revolución Bonita surgida del voto democrático de 1.998 y forjada en un modelo populista, resultó ser peor a los criticados gobiernos del llamado pacto de Punto Fijo, porque dejó a millones como novia de pueblo. Hoy esas expectativas de una mejor calidad de vida muchos revolucionarios no la gritan, porque “con o sin luz” no resolvemos los tres golpes de la comida, empleo y buen salario, agua, efectivo, medicinas, gasolina, transporte, centros educativos modernos y hospitalarios donde solo haya que llevar al paciente y no adicionarle al enfermo una carretilla de insumos y medicamentos. El comerse un cable es parejo en esta dolida Venezuela del Siglo XXI.
José Aranguibel Carrasco