José Aranguibel Carrasco: Morir en el extranjero

495

’’Dedicado al colega José Luis Zambrano Paduay y a los compatriotas fallecidos que salieron y no regresaron”

Dice el refranero popular que “uno sabe dónde nace, pero no dónde muere”. Triste verdad que le ha tocado a muchos venezolanos vivirla más allá de nuestras fronteras. Muchos, si, millones se han ido y otros preparan maletas esperando que abran los espacios aéreos y terrestres para dejar la tierra que los ha visto nacer. No por gusto, sino echados por las circunstancias que vivimos en esta Venezuela, donde prometieron una vida de justicia social disfrazada de una fulana “Revolución Bonita” que cautivó a centenares y miles de compatriotas que creyeron en el “por ahora”, como la salida a una democracia imperfecta, pero perfectible, que después de dos décadas muestra como trofeo a mujeres, niños, hombres y jóvenes salir corriendo a otras tierras en la búsqueda de una mejor calidad de vida que hoy nos está negada.

Otros más osados han preferido buscar las trochas a riesgo de su seguridad y de ser esquilmados por “autoridades” que sin importarles la desesperaciòn de los migrantes los despiden de su tierra pasándoles raqueta y esquilmándoles lo poco que puedan llevar al huir del hambre y la miseria.

El hambre apremia hoy en esta Venezuela del Siglo XXI desde donde han salido valiosos profesionales, grandes y pequeños empresarios, emprendedores, amas de casa, trabajadores informales y, en fin, compatriotas jóvenes cansados de vivir en un infierno que no distingue si has sido opositor, oficialista o “niní”.
La pésima calidad de vida, los malos servicios públicos, el hambre, la escasez de alimentos, inflación diaria, salarios pulverizados, inseguridad personal y jurídica, entre otros, han sido catalizadores en la salida de miles de personas que incluye gente valiosa que alguna vez creyó y votó por la Revolución Bonita, donde se cuentan el vecino o conocido del barrio, urbanización o sector popular de reconocida trayectoria electoral y revolucionaria, decepcionados del paisaje nada prometedor de la patria de Bolívar.

Muchos han dejado su existencia en el camino y no retornarán más nunca a la patria que jamás alguna vez pensaron abandonar. Otros han llegado a tierras del Sur, Centro o Norte América, Europa, Asia o Africa.
Profesionales formados en las universidades públicas construidas en la IV República. Quizá unos están vendiendo “hotdog”, lavando carros, limpiando baños o en el oficio de jardinero ejerciendo con respeto y buena paga su profesión con disciplina. Esa es la realidad de los que se han ido. Cada uno en su nivel académico desempeña un rol productivo donde lo llevó el destino, pero disfrutando una mejor calidad de vida. Otros, a lo mejor no les haya sido fácil adaptarse o conseguir empleo, pero seguro es que los tres golpes diarios del estómago lo garantizan y no tienen que esperar en Venezuela, si llega o no y cuantas veces al año, la caja Clap, cual promesa de “independencia alimentaria” que quedó en puro “slogan”.

Accidentes viales, asesinatos, violaciones, xenofobia, Covid y otras desgracias han sufrido y arrebatado la vida a muchos venezolanos y venezolanas en el exterior. Triste verdad que golpea a muchas familias en Venezuela, porque nadie está excento de perder a un hijo, amigo, primo, cuñado, hermano, padre o madre que un día salió a buscar y conseguir lo que en su patria se les niega: mejor calidad de vida.

José Aranguibel Carrasco