Ángel Lombardi Boscán: Napoleón Bonaparte y Simón Bolívar. ¿Almas gemelas?

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“El gusto que se tiene por el poder absoluto está en exacta relación con el desprecio que se tiene por sus conciudadanos”. Tocqueville

La fascinación que ejercen guerreros y conquistadores como Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar y hasta un mismo Adolfo Hitler es algo innegable. Todos ellos le han dado sentido a las religiones nacionales y sus pactos con sangre y misas negras. El colorido con que quedan reflejadas sus hazañas, salvo las de Hitler que es una especie de anti-cristo heroico, son reseñadas profusamente en libros de historia que encubren el duelo que generaciones enteras padecieron y que los mitos solapan. 


Estas historias de los grandes hombres: en realidad biografías manchadas con sangre desde el pavor de guerras sin gloria que los libros de moral y cívica embellecen con ejemplos del pundonor nacional son en realidad grandes estafas. Pues sencillamente la guerra es muerte y destrucción y debe ser condenada y repudiada sin darle muchas vueltas a esto. El tema de la guerra es un tema bajo los lineamientos de la hipocresía histórica. 

Los franceses ya hoy se han sacudido del embrujo del corso sarnoso, por cierto, hay un cuento de Álvaro Mutis (“Historia y ficción de un pequeño militar sarnoso: el general Bonaparte en Niza”) que nos muestra hasta niveles demenciales el carisma y don de mando de Bonaparte y su ascendencia sobre una oficialidad que le sería fiel para alcanzar sus designios como Emperador de Europa a través del Ejército, su verdadero y único partido. El patriotismo fue la gasolina de unas guerras europeas persistentes y cruentas que hoy contrasta con las zonas de paz y confort en que Europa se ha convertido en éste pandémico siglo XXI. 

Basta hoy acercarnos en París a los Invalides dónde reposan los restos de Bonaparte y percatarnos que es un ave solitaria sin apenas público que lo visite de una reminiscencia un tanto bochornosa. Lo mismo sucede en el Palacio de Fontainebleaudónde hay un minúsculo santuario laico dedicado a su persona. Napoleón gusta a los franceses conservadores, nacionalistas y que asumen también una “Francia Heroica” como ensoñación de una grandeza pasada forjada a cañonazos. Y aquí encontramos una conexión imprescindible entre Napoleón y Bolívar y que muy pocos historiadores venezolanos han tratado como Dios manda. 

De hecho, los enfoques para explicar nuestra Independencia como un anhelo libertario anticolonialista contra el supuesto oprobio de la tiranía hispánica soslayan y encubre casi todo éste proceso en que Napoleón Bonaparte fue la llave principal para alcanzar su vertiginoso desarrollo. No se puede entender a Simón Bolívar sin Napoleón Bonaparte, de hecho, Bolívar, un secreto admirador del Emperador francés, así se lo confesó a Perú de la Croix en el testimonio más sincero que podamos tener sobre el caraqueño en el “Diario de Bucaramanga” del año 1828. Sólo que Bolívar que no era tonto, y siendo poseedor de una vanidad histórica insufrible, procuró separar su sombra de la de un Napoleón ya caído en desgracia luego de la Batalla de Waterloo en el año 1815. 

Bolívar mismo fue su principal publicista de la “causa de la libertad” que para sus muchos adversarios no fue tal, sino el traslado hasta América, como una imitación menor, de las campañas napoleónicas. Napoleón publicitó y negó a la vez todos los valores que irrumpieron luego de la Revolución Francesa de 1789 y todas las coaliciones dinásticas que se organizaron contra Francia desde 1799 hasta 1815 para enfrentarlo mezclaron muchas cosas. Lo primero y más evidente es que estamos en una época fronteriza de gran calado en la historia del mundo europeo y sus tentáculos extra oceánicos. Es la lucha de los imperios y sus reyes y sus colonias por el control de las materias primas y territorios en un nuevo escenario de valores filosóficos liberales y bajo el impacto de la Revolución Industrial acaecida en Inglaterra en 1750. Que llevarían a experimentos exitosos y truncados como el constitucionalismo parlamentario y las monarquías republicanas: viejo y nuevo régimen en conflicto permanente, y el parto, más allá del renacimiento cultural de las luces del Iluminismo, fue siempre doloroso, traumático y sangriento. 

En el epicentro de éste esquema explicativo sobresale la rivalidad entre Francia e Inglaterra, que a la postre serían las dos potencias que acapararían la hegemonía mundial hasta la Segunda Guerra Mundial en el año 1939. España, en el siglo XIX, en sus inicios, era una potencia en declive que signó su mísera desgracia al unir su destino a través de los Pactos de Familia con Francia. Que de aliada, terminó siendo hasta invadida por el mismo Napoleón entre los años 1808 y 1814 siendo esto el catalizador real de todos los procesos  emancipadores en la América hispánica. 

Luego del golpe de Estado que da Bonaparte en el año 1799 y que con ello aniquila a la Revolución Francesa entramos en la etapa del Consulado que no es más que los afanes de Francia por imponer sus designios sobre toda Europa, incluso, con incursiones hasta el mismo Egipto (1798-1801). Sobre América y los dominios españoles estos empezaron a orbitar dentro de la esfera francesa, aunque de una forma un tanto anárquica e informal desde el año 1808 cuando los reyes españoles Carlos IV y Fernando VII fueron encarcelados en Bayona, y José I, hermano de Bonaparte, asume como rey de España. Sólo que el epicentro de los intereses geopolíticos franceses siempre estuvieron en primer lugar en Europa sostenido esto por la gran rivalidad contra Inglaterra. 

Y así hay que llegar a la batalla naval de Trafalgar, que es un acontecimiento bélico decisivo en 1805 en dónde las flotas aliadas francesa y española fueron derrotadas por la inglesa del almirante Nelson. Este hecho truncó la invasión de Inglaterra por parte de Bonaparte y lo circunscribió a una guerra económica de sistema cerrado, es decir, el bloqueo continental (León E. Halkin). Algo que las potencias rivales a Francia no iban a permitir con los brazos cruzados. En esto Marx siempre es actual: las motivaciones económicas, como la palanca fundamental, de la historia. 

Bolívar, imitó a Napoleón en América, salvo que sustituyó la palabra Imperio por la de la República y con ello le lavó la cara a sus propósitos y entendió que la publicidad internacional a su propia causa era algo que había que conseguir para legitimarla y conseguir aliados. Además, apostó a Inglaterra como principal compañera de viaje en la lucha contra el partido realista americano. Recordemos que España jurídicamente no existió entre los años 1808 y 1814.  

Lo que más admiró Bolívar de Bonaparte fue esa idolatría mundial que tuvo el emperador francés como “Rayo de la guerra” o “alma del mundo [Weltseele]” según Hegel. Bolívar imitó a Bonaparte en América porque no le bastó triunfar en las Costa Firme luego de Boyacá (1819) y Carabobo (1821) sino que tenía que extender sus conquistas hasta el mismo Perú. Y más luego de Ayacucho (1824) no se dedicó a mandar en la paz y construir la República sino a combatir a sus mismos compañeros de causa ahora convertidos en supremos adversarios que le disputaron el mando. 

No creemos que haya sido una casualidad que en el año 1804 Bolívar haya estado presente tanto en la Catedral de Notre Dame en París y luego en Milán en los primeros meses del año 1805 donde Bonaparte se coronó simultáneamente como emperador y rey. Los padres del culto bolivariano ante esto han remarcado hasta la saciedad que Bolívar posteriormente sentiría repudio por éstas acciones propias de un déspota que riñe con su condición de Libertador máximo. Lo cierto del caso es que la historia es pensamiento y todo pensamiento una telaraña mental y los hechos en sí son deformados permanentemente desde la ideología del Estado y los mismos historiadores. 

Bonaparte y Bolívar fueron contemporáneos, ambos militares por vocación prestados a la política. Y que revestidos por los impulsos románticos de la época persiguieron la gloria cada uno a su manera y desangrando los territorios que abordaron desparramando un torrente de espectros al paso de los cascos de sus caballos y soldados. Y ambos no le tuvieron aprecio al pueblo. Thomas Carlyle decía que la historia era la biografía de los grandes hombres y no es verdad: la historia son los procesos de larga duración que como un gran rompecabezas hay que atreverse armar haciendo énfasis en los hechos y personajes esenciales de los mismos.  

Desconocemos si Napoleón Bonaparte alguna vez se refirió a Simón Bolívar. Si sabemos que conoció y hasta cenó con Francisco de Miranda en París en 1795 y sus impresiones le llevaron a dictaminar la sospecha de que Miranda era un doble agente inglés y español y que es un Quijote aunque no estaba loco y que “tiene fuego sagrado en el alma”. Lo cierto del caso es que no sabemos si todo esto es invento o pasó de verdad. 

En cambio Bolívar siempre tuvo como referencia a Bonaparte hasta el mismo momento en que pierde la vida en el año 1830. De Bonaparte admiró su genio militar y le imitó en algo que pocos expertos en el tema de la guerra han apreciado: Bolívar siempre procuró la ofensiva en cualquier circunstancia de la guerra. E hizo de los movimientos rápidos y sorpresivos su marca de fábrica. También admiró la grandeza inmortal histórica, y muy especialmente, el amor al mando.  

@lombardiboscan