Alberto Barrera Tyszka: La increíble leyenda revolucionaria de Alex Saab

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Si alguien quisiera entender lo que realmente es el chavismo en la actualidad podría asomarse y mirar, tan solo, la sorprendente y meteórica carrera de Alex Saab. Detenido en junio del año pasado, en Cabo Verde, Saab es el hombre por quien más ha luchado y a quien más ha defendido Nicolás Maduro y su gobierno. ¿Cómo y por qué este comerciante colombiano, con cuentas millonarias en diversos paraísos fiscales, aparece ahora como un venezolano ejemplar, como un nuevo héroe de la revolución bolivariana?

Esta semana se cumplió un aniversario más del 4 de febrero de 1992: día en que un grupo de militares liderados por Hugo Chávez intentaron derrocar al entonces presidente Carlos Andrés Pérez. En algunas avenidas de Caracas, sin embargo, aparecieron pancartas de tela con el dibujo de un rostro distinto al del comandante Chávez. “El pueblo está con Alex Saab”, decía la leyenda del afiche, junto a la imagen sonriente del empresario colombiano. De manera involuntaria, la revolución se retrató. Se delató. Mostró su verdadera definición. Su única ideología es el dinero.

Saab es protagonista de una peculiar historia de suspenso que aún no tiene final. Tras casi ocho meses detenido en Cabo Verde en respuesta a una alerta de Interpol, se mantiene la pugna entre una posible extradición, que pide el gobierno de Estados Unidos y que ya fue aprobada por un tribunal del archipiélago africano, o lo que exige el chavismo: su liberación plena.

El esfuerzo bolivariano para impedir la extradición del empresario colombiano a Estados Unidos ha sido inmenso y costoso. Incluye intentos diplomáticos de distinto tipo, peticiones, amenazas, ofertas comerciales, una campaña de videos en las redes, la contratación para su defensa legal de un renombrado personaje como el exjuez Baltasar Garzón suma más a toda esta trama que al final solo trata de construir un espectáculo para proteger a un delincuente. Mientras, en las empresas de Saab en Venezuela, los trabajadores son amenazados con despidos masivos si no participan en videos y marchas de apoyo a su patrón, la narrativa gubernamental insiste en tratar de refreír la Guerra Fría: presenta el conflicto como una conspiración de la derecha internacional contra el humanismo chavista.


En una primera entrevista —dada al medio oficialista ruso RT— Saab ofrece un guion previsible: sostiene que su detención solo busca “derrotar a Maduro”. Es una apelación a un clásico de la retórica sentimental de la izquierda: el imperio villano ataca a un pequeño gobierno libertario que solo quiere defender a su pueblo. Sin embargo, la típica telenovela donde un supuesto Goliat blanco abusa de un supuesto David latino y pobre, tiene en este caso demasiadas inconsistencias. Es absurdamente inverosímil.

La relación de Alex Saab con el chavismo nació y se ha sostenido y alimentado a partir del dinero. La revolución para él siempre ha sido un negocio, un gran negocio. Su primer acuerdo comercial conocido lo consigue en 2011, cuando Hugo Chávez vivía: 600 millones de dólares para la supuesta construcción de unas viviendas prefabricadas. Sin embargo, es con la llegada de Maduro al poder, en 2013, que el empresario comienza a tener cada vez más importancia, participación y protagonismo en el esquema económico del gobierno venezolano. “Saab es el cerebro financiero de Maduro”, dice Roberto Deniz, periodista que ha seguido e investigado con mayor profundidad al personaje y a su red.

La importación de comida para el programa social de alimentación de Venezuela, los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), es un caso emblemático de cómo ha operado la red de Saab: comprando en el exterior comida de muy baja calidad, estableciendo sobreprecios y obteniendo ganancias descomunales. Solamente entre 2016 y 2018, con este esquema, Saab y Maduro —aprovechando un supuesto apoyo de la revolución ante el hambre del pueblo venezolano— firmaron contratos por 1500 millones de dólares. La investigación y publicación de reportajes periodísticos sobre este caso desató una persecución y, en 2017, Saab introdujo una demanda judicial en contra de Deniz y de los otros periodistas del portal armando.info. Al año siguiente, los periodistas que investigaron la historia se vieron obligados a abandonar el país.

Pero las investigaciones, por supuesto, continúan. Y el protagonismo de Saab en el esquema de corrupción del chavismo es cada vez más evidente. Su nombre aparece con más frecuencia, ampliando su marco de maniobras incluso en la comercialización del oro o del petróleo y la gasolina.

Internacionalmente, Saab comienza a ser considerado y llamado “el testaferro de Nicolás Maduro”. Cuando es detenido en Cabo Verde, su caso realmente se acerca más a una película sobre la captura del administrador de Al Capone que a un relato épico sobre un soldado del Che Guevara.

Desde el primer momento, la reacción de Maduro y su gobierno ha revelado miedo y desesperación. De manera casi instantánea, convirtieron a Alex Saab en un venezolano ilustre, en un funcionario especialísimo, en un diplomático indispensable, en representante ante la Unión Africana, en ciudadano íntegro que solo lucha en contra de las sanciones, en paladín libertario cruelmente encarcelado. Es un esfuerzo de transformación mágica que no tiene nada que ver con el personaje real. No hay un solo testimonio que muestre al empresario colombiano como un hombre medianamente interesado en los problemas de los venezolanos o en la situación del país.

A Saab solo le importa la pobreza venezolana si con ella puede hacer un buen negocio.

Si algo deja claro el caso, al menos hasta ahora, es la naturaleza farsante del chavismo, el descarado cinismo con el que han saqueado al país. Quienes insisten en analizar, debatir y enfrentar todo esto como un problema ideológico, como un tema de modelos enfrentados, solo alimentan la narrativa de esta asombrosa patraña. La increíble leyenda revolucionaria de Alex Saab no tiene que ver con la izquierda y la derecha. La lucha de clases no es el tema. La corrupción es el motor de esta historia.

@barreratyszka / The New York Times