Ya hemos escrito, con argumentos contundentes por su realismo, que Venezuela lo tiene todo para ser una maravilla de país. No hablaremos otra vez de sus riquezas naturales, de su potencial económico, de su ubicación geográfica, de su clima ni de su talentosa gente. Esas son ventajas comparativas muy poderosas.
Sin embargo, esta más que comprobado que esos presupuestos anteriores no bastan para hacer que un país funcione bien. Es menester contar con instituciones sólidas y con normas que sean acatadas sin posibilidad de apelar a un burladero para saltar la baranda de la legalidad.
Qué bueno sería que todos los venezolanos entendamos que hay que cumplir cabalmente la Constitución Nacional. Donde a nadie se le ocurra pisotearla sin temer que será sancionado por esa violación a las leyes que regulan nuestra convivencia. No dudo en afirmar que seriamos un gran país. Tendríamos Estado de derecho y brillaría el principio de separación de poderes.
Qué bueno sería cuando no se tolere que ningún caudillo que logre trepar la cúspide del poder político en Venezuela, modifique la Constitución Nacional a su antojo. Entonces tendremos seguridad jurídica, requisito indispensable para que disfrutemos de estabilidad.
Qué bueno sería cuando todos partamos de la idea de que sólo trabajando con entusiasmo será posible generar riquezas para nuestro país y también para garantizar el bienestar de nuestras familias. Seremos más libres como personas sabiéndonos capaces de producir esos caudales que ya no debemos esperar ilusamente del maná petrolero.
Qué bueno sería cuando le demos el sitial que merecen nuestros maestros. Qué bueno seremos como país cuando nos atrevamos a convertir nuestra educación en la estrategia esencial para apuntalar el desarrollo humano y el crecimiento económico de Venezuela.
Qué bueno sería cuando todos los venezolanos en capacidad de pagar impuestos lo hagamos convencidos de que eso es lo correcto, porque es nuestra obligación como ciudadanos y porque sabemos que no podemos seguir dependiendo de la renta de los minerales.
Qué bueno sería cuando estemos dispuestos a rendir cuentas de nuestros actos como gobernantes, parlamentarios, legisladores, concejales, jueces, magistrados, diplomáticos, artistas, intelectuales, académicos, gremialistas, empresarios, comerciantes, estudiantes y vecinos.
Qué bueno sería cuando todos respetemos nuestra palabra empeñada, cuando cumplamos rigurosamente nuestros horarios de trabajo y de reuniones; que en vez de hablar del personal de instituciones públicas cuando se ausenta sin razones válidas, más bien corra la voz de que se esmeran en cumplir sin interrupciones fraudulentas su misión. Que en las escuelas y universidades jamás se hable de los repitientes crónicos, ni de las faltas a clases por “jubilaciones” de los estudiantes.
Qué bueno sería cuando se tomen en cuenta los méritos para acceder a cargos de la administración pública.
Qué bueno sería cuando los electores sepan elegir a los mejores ciudadanos entre los aspirantes a cualquier estrado. Que designemos presidentes que no se crean todopoderosos, que sufraguemos por parlamentarios que de verdad asuman con pasión su labor de legislar y controlar los actos del poder ejecutivo; que contemos con gobernadores, alcaldes, legisladores y concejales entrelazados por la idea de servir, a todo evento, a las comunidades a las que se deben. Que contemos con jueces de absoluta probidad.
Qué bueno sería cuando los ciudadanos se atrevan a meterse en la política sin recelos, a oxigenar las organizaciones de esa naturaleza para que contemos con partidos saludables, competitivos y mejor conducidos.
Qué bueno sería cuando los actos de corrupción sean considerados como pecados capitales y que sus perpetradores serán merecedores de penas que se aplicaran sin que medien nexos de ninguna naturaleza.
@Alacldeledezma