La complejidad de la crisis venezolana rebasa el análisis politológico, al tratar de encontrar alternativas que permitan resolver la tragedia que por más de dos décadas ha vivido el país. Cuando estamos cerca de alcanzar los objetivos, algo se interpone y se retrasa una vez más el rescate de la libertad de Venezuela. La lucha contra el régimen chavista ha estado llena de muchos sinsabores y pocos éxitos que no se han aprovechado correctamente, en aras de la liberación de nuestra nación.
Los momentos de alegría que, durante este largo tiempo, hemos sentido los demócratas venezolanos han sido efímeros, precisamente, porque hemos estado casi siempre a la caza de un evento fortuito que cambie el panorama, y al no llegar nos invade la frustración y el desánimo. Sin embargo, con el inicio del 2019 hubo un cambio substancial en la estrategia para ponerle fin a la usurpación de Maduro. La presidencia interina de Juan Guaidó, acompañada del reconocimiento de 60 país, abrió la oportunidad que estábamos esperando. El escenario internacional se alineó perfectamente a favor de la libertad del país, bajo el influyente liderazgo de la administración Trump. La presión de países democráticos y de foros internacionales, las sanciones norteamericanas al régimen y la multitudinaria participación de la gente que de nuevo salió a la calle, proyectaban un escenario óptimo para fracturar al régimen y proceder a un proceso de negociación que abriría las puertas a un gobierno de transición. Inesperadamente, el 30 de abril de ese mismo año, gracias a la ambición personal de un dirigente opositor que siempre ha creído representar la mejor opción para gobernar al país, se perdieron los esfuerzos realizados por Guaidó y sus aliados. De nuevo la desesperanza y la pérdida de una oportunidad de oro permitió al régimen mantener el poder a pesar de su debilidad.
El 5 de enero de 2020, cuando se esperaba que la reelección de Guaidó transcurriera sin mayores problemas, la oposición hace otra implosión ejecutada, esta vez, por un grupo de parlamentarios “opositores” financiados por el régimen para dividir a la Asamblea Nacional y defenestrar a Juan Guaidó. Afortunadamente, este episodio que deja en evidencia la podredumbre de algunos sectores de la oposición venezolana, fue superado temporalmente por la gira exitosa que emprendió el presidente Guaidó por Colombia, Europa y Estados Unidos. Una gira que propició que el tema venezolano estuviese nuevamente en la palestra internacional, después de haber permanecido en el refrigerador durante varios meses.
Frente a este nuevo escenario, Guaidó ha planteado la propuesta del gobierno nacional de emergencia para enfrentar la catastrófica situación del país, agravada por el covid-19, sin que hasta el momento haya despertado interés en la colectividad nacional. Esta propuesta, como otras tantas, es un conjunto de buenas intenciones que no lograrán cambiar la dramática situación de Venezuela, sino está acompañada de decisiones y acciones más contundentes y conectadas con la verdadera realidad política que nos circunda.
Para agravar el dantesco panorama nacional, llenando de más confusión e incertidumbre a los venezolanos, la narcotiranía ha convocado a unas elecciones parlamentarias, violando todas las normas constitucionales, con el único objetivo de perpetuarse en el poder e invocar una legitimidad de la que carece, gracias a la participación complaciente de un sector de la oposición que se dejó seducir por los encantos del alacrán (entiéndase dinero del régimen), pretendiéndonos convencer que la vía electoral, tal como le gusta a Maduro, es la única opción para salir de la crisis.
Esta situación nos coloca en el borde del barranco. Por ahora, parece que no hay salida para solucionar nuestras desgracias. Lo que sí tenemos claro es que la narcotiranía está haciendo todo cuanto puede para mantener viva a la revolución, asumiendo los riesgos que ello pudiera significar y profundizando todavía más la inédita crisis que estamos padeciendo. Las últimas declaraciones del general Padrino López, en las que afirma que la oposición jamás llegará al poder mientras existan las fuerzas armadas que él comanda, ponen en evidencia que las elecciones en Venezuela sirven exclusivamente para votar con reglas que permitan la perpetuidad del régimen, jamás para elegir entre diferentes opciones en un ambiente de reconocimiento y respeto de los competidores, imparcialidad y equipad por parte del ente electoral y garantías de resultados transparentes que representen la voluntad soberana de los electores.
Los venezolanos no queremos votar, deseamos elegir, a través de elecciones libres y justas, una opción de poder capaz de construir el cambio que anhelamos, que con seguridad no lo garantiza la narcotiranía de Maduro. Ahora, ¿qué debe hacer la oposición democrática decente para lograr elecciones libres? Por ahora, creo que se está haciendo poco, y sí están haciendo más de lo que yo pueda pensar, no vemos la firmeza y contundencia de esas acciones. El ingrediente esencial de la épica que andamos buscando los venezolanos es la unidad estratégica, política, de propósitos, unidad para evaluar las alternativas que permitan el rescate de la libertad y asumir los riesgos que sean necesarios.
Una coalición que exija condiciones electorales justas para garantizar la participación democráticas de todos los actores políticos. Sin esa coalición nacional sólida, responsable y verdaderamente comprometida con los intereses del país, cualquier propuesta caería en el vacío porque no está respaldada por el genuino espíritu de lucha de los venezolanos. Sin unidad, lamentablemente todo cuanto hagamos se perderá; mientras tanto, la narcotiranía seguirá usurpando el poder hasta que por fin logremos unirnos como uno solo para vencer la oscuridad en la que está sumida nuestra amada Venezuela.
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)