El 19 de febrero de 2016, el catedrático chileno residenciado en Alemania, Fernando Mires, escribió un artículo en Prodavinci, titulado Asamblea o el gobierno: “cuando Diosdado Cabello ordenó renovar el TSJ, días antes de que la nueva Asamblea Nacional entrara en funciones, estuvo claro que en Venezuela surgiría una situación a la que en diversos artículos definimos como de doble poder dentro del Estado. Para precisar, no se trata de un enfrentamiento entre los poderes legislativo y judicial, como aparece a primera vista, sino entre el Ejecutivo como representante del poder instrumental (armas, jueces, servicios secretos, para-militares, grupos de choques y organizaciones sociales verticales al servicio del partido-Estado) y el Legislativo, representante de la mayoría democrática, de la soberanía popular y de la Constitución nacional”. No se equivocó.
Hace pocos días una agencia de noticias de Europa refería a las posibles elecciones parlamentarias de 2020, explicando la precariedad de la oposición, disminuida por la operación Alacrán (compra vulgar de diputados en la que el chavismo gastó US$ 50 millones) y el nuevo golpe del Tribunal Supremo de Justicia, que se abogó la escogencia de una directiva del Consejo Nacional Electoral, a todas luces, proclive a Nicolás Maduro.
Aparentemente ambas jugadas fortalecen a Maduro y al Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv). Pero esta prestigiosa agencia olvida algo elemental, la situación anárquica que vive el país, en donde la presencia del ilegítimo gobierno controla lo que Mires denomina el “poder instrumental”, pero en el día a día del ciudadano, el ejercicio oficial no existe.
Ese poder decisorio de la política, al cual refiere el politólogo de la Harvard University, Karl Deutsch, que vincula los intereses que aspira tener o disfrutar el ciudadano, con el gobierno, en Venezuela no existe. Caminar el día a día en cualquier ciudad del país muestra como las acciones de gobierno, sólo están en los medios de comunicación o cuando el Ejecutivo ilegítimo toma decisiones utilizando el poder judicial o los cuerpos de seguridad, para afianzar sus intereses. Pero en los asuntos como la educación, la salud, la alimentación y la seguridad ciudadana, la presencia del Estado simplemente no existe.
El manejo de la pandemia actual es muestra de ello, las cifras oficiales son dudosas y los controles sanitarios se aplican parcialmente. Las calles lo dicen. O es que acaso, el ciudadano no sufre a diario los abusos de los comerciantes inescrupulosos que colocan precios de servicios y productos sin regulación y garantía de calidad alguna, las secuelas de un dólar anarquizado que impacta los precios generales, la mala calidad del transporte público, la electricidad, la telefonía, el Internet, la televisión, el gas; o los efectos de la extorsión y la inseguridad personal.
A este escenario no se refiere con profundidad la agencia, porque solo observa las consecuencias del comportamiento de la estructura formal, de las acciones que se proyectan por los medios, que buscan la confrontación con Estados Unidos y la comunidad que cuestiona la legitimidad de Nicolás Maduro, de su TSJ, CNE y Asamblea Nacional Constituyente;. No mira hacia adentro. Hacia el país anarquizado, golpeado por la ineficiencia y la corrupción.
Solo refiere a la supuesta debilidad de una oposición representada en cuatro organizaciones partidistas o de los grupos que hacen política desde Miami a, través de las redes sociales o unos medios que nadie puede ver en Venezuela, por la precariedad y censura de los servicios de Internet y de televisión.
Sin duda el análisis observó el trabajo que desarrolla social y políticamente el chavismo para buscar reconocimiento y legitimidad, luego de su derrota en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, que impactaron su poder y aval para solicitar préstamos o firmar convenios externos, y alimentar así su gasto público, vía deuda externa, soporte de su manipulación y control económico, político y social. Esa ruptura que la oposición no dimensionó, sólo se potenció en los dos últimos años cuando se logró bloquear el endeudamiento, el desconocimiento del presidente Nicolás Maduro y de su andamiaje jurídico y electoral, así como sancionar a funcionarios corruptos y vinculados con el narcoterrorismo.
Siguiendo las clásicas enseñanzas del Arte de la Guerra de Sun Tzu, el chavismo, apoyado por el régimen cubano, amplió su manual y continua con su estrategia de sembrar obstáculos, dividir y destruir a sus opositores, para lograr las elecciones parlamentarias a su medida y lógicamente garantizar su legitimidad, por eso la injerencia del TSJ, como brazo ejecutor del Ejecutivo, en la designación del CNE, en la intervención de los adversarios partidos mayoritarios, la destitución de sus directivos y la escogencia de otros adeptos a su causa, como si esa medida garantizará el endoso del apoyo de sus votantes.
El chavismo no aprendió la lección de diciembre de 2015, tampoco lo va hacer porque es ir contra su principio de mantenerse en el poder. No entienden el fracaso de su propuesta y la dinámica de las democracias, porque no son demócratas y no aceptan la realidad, sino la verdad construida en sus mentes y de acuerdo con sus propósitos. Su concepción de pueblo, es la que fusiona sus intereses con la nomenclatura. De lo contrario esa verdad o realidad no existe, o la combato porque no es la mía.
O es que acaso el pueblo que hoy languidece en hospitales o en las barriadas de cualquier ciudad, come igual que la nomenclatura, vive en las urbanizaciones que ellos viven, estudian en los mismos colegios o universidades, viajan en aviones privados o lujosas camionetas, o utilizan ropas de marcas compradas en Madrid, Nueva York, Milán o París, porque como decía un magistrado del TSJ, “la ropa y el calzado que venden Venezuela no me gusta”.
Los hilos invisibles que mantienen el poder del chavismo, han sido tejidos por una sociedad que vive en el caos y la anarquía, sin entender que ese Leviathan (Thomas Hobbe 1651) venezolano fue construido por ella misma, legado histórico sintetizado por el historiador y docente de la Universidad del Zulia, Ángel Lombardi Boscán, en su artículo Napoleón Bonaparte, Libertador de América (Noticiero Digital 5-12-2019):”El caudillismo nos definió y hundió a la vez en un atraso político mediocre. Agréguele, la vertiente militarista actual, como derivado de una nación que se hizo desde los campamentos y tropelías”.
Planteamiento reforzado por el análisis de José Antonio Gil Yépez (“Lo que no se ve”, diario Versión Final 5-03-2020): “El Escenario del Caos, en el cual nos encontramos, tiene su origen en el fin de la era Autoritaria Rentista, el quiebre de las instituciones y el surgimiento de la informalidad”. Esta última observación, no visualizada por la agencia, sostén de una patria etérea, que no existe.
@hdelgado10