La tragedia sin fin que sufre el pueblo venezolano solo es comparable con las naciones más depauperadas del mundo, al ser considerados como escoria y discriminados como jamás en nuestro propio continente latinoamericano, aun cuando fuimos una tierra que cobijó desde el pasado siglo XX, a millones de personas en condiciones precarias provenientes de todo el planeta, hoy sobrevivimos en ciudades de casas muertas y de seres con la mirada perdida sin esperanza y sin futuro, ya que continuamos en un país dominado por un régimen incapaz de satisfacer ninguna necesidad humana elemental.
Esta terrible incertidumbre merece una reflexión definitiva de la clase política venezolana, llámese gobierno u oposición, aun cuando sabemos que esta profesión genera desafortunadamente una arrogancia de sentirse superior sobre el resto de los humanos. Si estás en el gobierno la soberbia del poder autojustifica las fechorías para mantenerlo, y si estás en oposición te autoeriges en la única alternativa para derrotar al corrupto gobernante, se pretende monopolizar la representación política y se excluye a quien no pertenezca a la cofradía. Ecuación y péndulo perverso que deja a un pueblo desmovilizado ante las aventuras y desventuras de los politiqueros de turno.
Al aterrizar en nuestra atribulada Venezuela del siglo XXI, si el gobierno chavista se atreviera a mirarse en el espejo, la figura que reflejaría sería similar a la del retrato de Dorian Grey, quien luego de una vida torcida de traiciones y crímenes terminó apuñalando su retrato de la eterna juventud trastocado en un decrepito anciano prematuro, la víctima en nuestro caso ha sido la Constitución y la población que ha sufrido la estafa más brutal que se haya conocido en la historia latinoamericana. De aquel proyecto resumido por Heinz Dietrich en el Socialismo del Siglo XXI (1996), proyectado en una revolución redentora, no queda absolutamente nada, solo la imagen de una anciana desdentada y obesa que regenta un burdel de mala muerte, por tanto, sin posibilidad alguna de redención.
Si cruzamos a la acera del frente, observamos a la representación opositora incapaz de reconocer que alguna vez se ha equivocado, desde 2002 con diferentes nombres, primero como Coordinadora Democrática, luego en 2010 Mesa de la Unidad (MUD), luego en 2017 Frente Amplio, han transcurrido dos décadas sin menoscabar su retrovisor de fracasos y su incapacidad de superar este impasse histórico.
En todo este periplo como romería se han cometido todo género de disparates, unos pugnan por un electoralismo a ultranza, otros apuestan a caudillos militares, otros sueñan con los portaviones del Comando Sur, algunos a un colaboracionismo abyecto, entre tanto la población devastada y agobiada luce indefensa ante tanta indolencia.
¿Podremos decir que de este lado habrá voluntad de mirarse en el espejo? El pueblo venezolano el de la diáspora y el residente de esta tierra en desgracia espera respuesta, algún mea culpa para poder creer de nuevo en un equipo político serio, sin demagogia ni maniobras, de doblarse para no partirse o ya tenemos todas las opciones por encima o debajo de la mesa.
Eso pasa por reconocer la cruda realidad señalada por las encuestas que enrostran a la oposición venezolana, llámese MUD, Frente Amplio, Fracción 16 de Julio y otros, porcentajes globales alrededor de un esmirriado 9%, ya que los agrupados en la mesita de noche de Miraflores no figuran en ningún marcador.
Nuestra población que se ha sacrificado durante estos 21 años, ha puesto los muertos en 2002, 2014, 2017, 2018, ha visto partir a sus hijos a la diáspora muchos de ellos sin retorno, luce inerme ante la pandemia y la inflación, requiere la conformación de un Consejo Nacional de la Oposición, no un G-4, ni un frente angosto, una verdadera Unidad Nacional que agrupe sin primacías de ningún género, a todos los factores políticos, económicos y sociales dispuesto a reconstruir la nación, ya que pretender un solo factor autoproclamarse como el salvador de la patria no será suficiente para derrotar al régimen usurpador.
Froilán Barrios Nieves