El 27 de marzo de 2020, en su mensaje al mundo, Urbi et Orbi, el Papa Francisco esparcía un mensaje fundamentado en la fe y la esperanza, en medio de una ciudad de Roma regada por la lluvia y desolada, y un mundo angustiado, producto de la pandemia del Coronavirus originada en China (2019).
Fue enfático al recordar la santa palabra en la que los apóstoles viajaban en una barca, juntos, confundidos y angustiados, en medio de la tormenta inesperada y furiosa, mientras Jesús dormía confiado en el Padre, cuando lo levantaron calmó los vientos y las aguas, y reprochó a sus discípulos diciéndoles: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”.
Los efectos del Cisne Verde (incidencia de los asuntos ambientales en la economía y la sociedad en general) quedan demostrados con las consecuencias del Coronavirus. Ante esto, el llamado papal es a tener fe y esperanza en medio de la tormenta. Una angustia que siembra desesperanza, acentuada por las redes sociales que sirven de canales para la infinidad de comentarios que por ella circulan, acentuando el poder democratizador de las comunicaciones que pueden favorecer o no una causa y demuestran su capacidad constructiva o demoledora ante el hecho.
El Cisne Verde demostró un poder superior al Cisne Negro (incidencia de las variables fundamentalmente económicas en la vida del planeta). Fue más incisivo porque en un par de meses derribó todos los pronósticos económicos y geopolíticos, ante la arremetida de la naturaleza irreverente y aún desconocida. Ni armas, ni poder económico pudieron con un virus que igualó a todas las naciones y las clases sociales, obligándolas a entender que están en un mismo barco y deben remar en una sola dirección para salvar a la especia y su planeta.
En medio de la hecatombe, el mensaje espiritual hace un llamado a la conciencia humana, a fortalecer la unión familiar y la solidaridad, a mantener la fe y la esperanza en esa capacidad del hombre para dar respuesta a la adversidad. Ya lo advertía la actual presidenta del Banco Central Europeo, y ex directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la francesa Christine Lagarde, cuando recomienda para afrontar la crisis, la unificación de políticas para encarar la pandemia china. Remar juntos para superar la crisis que afecta al planeta, implica ser creativo, explorando nuevos mecanismos para entablar relaciones laborales, productivas, sociales, educativas, comerciales, etc.
Materialismo, codicia, estrés, prepotencia, censura, ocultamiento de la realidad. China encabeza la lista de países que incurrieron en esas funestas debilidades para no mostrar la verdad. Su arrogante posición de potencia militar y económica, le impidió a su Partido Comunista reconocer el problema y ocultó sus grandes fallas sociales todavía prevalecientes en una sociedad corroída por la corrupción, la pobreza extrema, la deshumanización del trabajo, albergadora de enormes complejos que van más allá de los lujosos rascacielos y vehículos último modelo, y de la censura inhumana que impide aflorar los intereses y necesidades de una población cada día más impregnada por el capitalismo y el pensamiento democrático.
Esas debilidades humanas inician un problema que ya suma miles de muertes y afectados, cifras incalculables en pérdidas comerciales y financieras; pero también muestra un daño controlable. Según un reporte de la BBC Mundo del 28 de febrero de 2020, citando al presidente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, el Covid-19 no es tan mortal (la tasa es del 2,3%, el 80,9% de los casos son leves, 3,8% graves y el 4,7% son críticos, de acuerdo con el Centro Chino de Control de Enfermedades), si se compara con los otros seis coronavirus registrados, entre ellos el SARS y el MERS. El riesgo de muerte en el caso del SARS, por ejemplo, fue mucho mayor cuando surgió el brote en 2003, con una tasa de mortalidad de alrededor de 10% (de los más de 8.000 casos, hubo 774 muerte),
Las grandes potencias deberán impedir la caída de sus economías en las distintas escalas, tal como lo hizo –por ejemplo- la Reserva Federal de Estados Unidos durante la crisis de 2008. El 15 de septiembre, comentaba su entonces presidente, Ben Bernanke, luego de la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers, “estuvimos extremadamente cerca de un colapso financiero global…la respuesta fue no volver a dejar caer a nadie más”. Igual receta se hace necesaria en estos momentos cuando en medio de la angustia y el miedo, se forma un caos que afectará a todos, en distintas escalas.
En ese lapidario mes de septiembre de 2008, el secretario del Tesoro, Tim Geithner decía que la incertidumbre “es el corazón de la crisis financieras…Cuando el miedo se convierte en pánico, se acabó…La única solución, en esos casos, es que el sector público asuma riesgos”, tal como lo hicieron los gobiernos del G-20 y los bancos centrales como el de Estados Unidos (El País, Recesión a lo grande: crónica de los 10 años de crisis que cambiaron el mundo, 9 de septiembre de 2018).
Claro está que actualmente esa responsabilidad es diferente, y luego de observar el efecto del Cisne Verde, ya tratado en la última reunión de Davos 2020 (Suiza), los líderes políticos y empresariales desarrollaron un documento en el cual se consideran factores que antes no eran relevantes, como el ambiente, sus efectos y su inversión; y el énfasis en la calidad de vida de su comunidad laboral y de su entorno social. Es decir, el objetivo va más allá de sus ganancias y abarca el factor ecológico, la vida del planeta y el bienestar de quienes viven extramuros. Para enfrentar la situación del Coronavirus tienen que ir de la mano Estado, empresa, ciudadano y el mismo planeta.
También es cierto que la complejidad del mundo financiero y comercial de hoy hace más difícil las soluciones, y abordar cualquier asunto implica ser más previsible pero también debe tenerse más capacidad de respuesta para encarar retos que vienen en silencio, y evitar la pregunta que ante la crisis de 2008 hizo la reina Elizabeth de Inglaterra a sus expertos: “Por qué nadie lo vio venir”.
Cuando el Papa Francisco evoca a la fe y la esperanza en medio de la angustia que vive la humanidad, llama a la reflexión del hombre para que entienda el porqué Dios les dio la herramienta de la inteligencia y creatividad científica y tecnológica para responder con sabiduría a los retos. “Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás… Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes”.
En estos tiempos de cuaresma también se han generado consecuencias positivas, el hombre podrá evaluar el impacto de sus acciones sobre el medio ambiente, por ejemplo, de la polución en las grandes metrópolis del mundo, como Wuhan (es la séptima más grande de China) con sus 11 millones de habitantes, en donde el doctor Li Wenliang (murió infectado en febrero de 2020) descubrió el nuevo virus (es el séptimo de la familia de Coronavirus) en noviembre de 2019 y fue opacado y amenazado por el gobernante del Partido Comunista Chino, buscando con la censura, un silencio que a la final no ocultó el mal que se veía venir ¿Ahora quien paga el daño?
@hdelgado10