Desde que salí de mi país en enero del 2018, he escuchado hasta el cansancio, tanto en México como en los EEUU, que los matrimonios de los venezolanos no duran en el exterior. El divorcio es la fe erratas del matrimonio. He vivido en decenas de hogares durante mi recorrido por varias ciudades de Norteamérica, me alojé en familias de distintas clases sociales, confesiones religiosas y nacionalidades. Este peregrinaje doméstico me ilustró sobre la realidad matrimonial y familiar fuera de Venezuela.
En un divorcio las relaciones de pareja terminan pero la vida familiar continúa. Se separan los cónyuges pero las familias siguen unidas para siempre. Los sacerdotes solemos decir al momento de celebrar la boda: “Hasta que la muerte los separe”. Ciertamente creo que toda la relación conyugal nace del amor. “Dios es amor” (1Juan 4,8) lo recalca el apóstol San Juan. Por lo tanto, Dios ha unido ese amor por el mismo amor que viene sólo de Él. Jesús ante la necedad de sus discípulos sobre el tema del divorcio que permitía la Ley de Moisés, dijo con voz de autoridad y con convencimiento de conciencia: “Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Marcos 10,9).
Los matrimonios venezolanos que emigran lo hacen de tres maneras: número uno: algunos sale primero uno de los dos esposos, generalmente emigra primero el marido y después con el tiempo saca a su esposa, si hay prole se traen a los hijos con la esposa; número dos: salen los dos a la vez y más tarde sacan a sus hijos, o en algunos casos uno de los padres regresa a Venezuela y se traen al exilio el resto de su familia; y número tres: emigran todos juntos en un solo viaje.
Se ha comprobado que la mayoría de los divorcios en el extranjero corresponde a las parejas que salieron uno primero y el otro después, sobre todo si el tiempo de estadía en soledad excedió del año. De manera general las causas del divorcio a nivel universal más comunes son: la falta de compromiso en las responsabilidades y roles del hogar; exceso de discusiones y pleitos; infidelidad sospechada o comprobada; casarse a temprana edad; expectativas poco realistas; falta de igualdad en la relación; inhabilidad para resolver conflictos; abusos y faltas de respeto; falta de identidad individual; problemas económicos y financieros; intromisión permanente de terceros; pérdida de la confianza por las mentiras y engaños; desigualdad de poder; aceptación de estereotipos; conflictos por mixta religión o disparidad de cultos; aislamiento de amigos y familiares; falta de conocimiento de sí mismos; baja autoestima que tiende a la posesión y dominio; celopatía exacerbada; falta de comunicación; excesivo control; vida sexual disfuncional; miseria imperecedera; desocupación o desempleo; bajo nivel cultural; convivencia prematrimonial traumática y trastornada; prole antes del matrimonio o fuera del hogar; divorcio de las parejas paternales de origen; monotonía doméstica y conyugal; violencia de género; vicios y libertinajes; enfermedades contagiosas; matrimonio forzado por embarazo sin mediar una relación afectiva; incompatibilidad de caracteres, creencias u opiniones; diferencias en la crianza de los hijos; poca voluntad para perdonarse y volver a empezar; diferencia de edad, intelecto o cultura; adicción incontrolable; la suegro fobia a los padres de la pareja o la abuelo manía de sus propios padres; mala elección por ignorancia, enamoramiento precoz o presión externa; ausencia de intimidad y carencia de privacidad; expiración del tiempo de paciencia por los cambios que no llegan; cansancio y fatiga marital; comparación con otras personas; además hay otras causas de rigor emocional y social; como son: nos creemos demasiados buenos o descomunalmente malos; nos sentimos atrapados y sin salida; no se cumplen las expectativas; no coinciden los intereses a perseguir en pareja; cambio brusco de prioridades; y extinción del enamoramiento. Pero puedo afinar con fuerza la más letal: la familia no reza unida y los esposos no oran en pareja. Es decir, se vive en un ateísmo práctico y una religiosidad relativista.
Para no extenderme sobre este tema que no termina en esta primera columna de opinión, quiero presentarles algunas claves a lo venezolano que pudieran ser la tilde de la letra “o” de la palabra: separación.
Cuado uno de la pareja sale primero al exilio, ordinariamente no dice la verdad de su realidad en el extranjero. Suele ocultar situaciones apremiantes, no por el simple ocultamiento, sino más bien para no alarmar a su familia. Cuando se encuentran a tiempo futuro en una vida compartida en la diáspora, la verdad les explota en la cara.
En Venezuela nuestra tradición familiar es propicia para liberar algunas tensiones que a diario se perpetran en los matrimonios. Los fines de semana son espacios para que los esposos escapen sanamente hacia sus hogares paternos o familiares propios. Salir un día a casa de los abuelos, tíos o hermanos es oportunidad para drenar las tensiones, liberar las presiones del diarismo rutinario de un hogar problemático. En el exilio esa válvula de escape no existe. La bomba explota dentro de casa, como una letra vencida, el cobro emocional es sin aviso y sin protesto.
En el extranjero, y con más ahínco en los EEUU, el trabajo no es un oficio, el trabajo es un vicio. Trabajar no es para vivir, se vive para trabajar. No soy un obrero, soy un esclavo. El tiempo es para trabajar, no hay tiempo familiar. Por lo tanto, en la diáspora no vivimos, en el exilio simplemente existimos. Aquí no se hace lo que estudiamos, aquí hacemos lo que podamos y nos deshacemos en cuerpo y alma para pagar, costear y adeudarnos. Este tema es una coerción que se mide en millas, galones y en monedas. No hay respiro económico, no existe la despreocupación laboral, nada que ver con gozar de una tranquilidad crediticia. Esto mina la relación de pareja y agota la capacidad de diálogo.
Muchas parejas venezolanas en el exterior, por razones económicas se ven en la imperiosa necesidad de “vivir arrimados” con otras familias, y miren el acento plural, “con otras familias” en una misma vivienda. Hay una especie de hacinamiento interfamiliar. Esta hacina conyugal limita el espacio, cercena la libertad y escinde la privacidad. De venir de una casa propia, amueblada y cómoda, se pasa a una habitación donde todo se convive en cuatro paredes de madera procesada, en una vivienda rodeada de hermosos ambientes naturales, pero donde nada es mío y todo es alquilado. Somos inquilinos pero nos tratan como invasores.
El fingimiento y el disimulo se hacen huéspedes de la casa en los hogares de los venezolanos emigrantes. Utilizan las redes sociales para comunicarse con sus familiares y amigos, pero habitualmente esconden sus líos conyugales, conflictos económicos y hasta los pesados trámites migratorios. Hay dos caras. Un semblante por los videos y fotos; y otra cara es la realidad de inopia, carencias y aprietos.
En Venezuela de manera pragmática hay una especie de “jueces de paz conyugal”. Muchas veces los familiares, amigos, compadres, vecinos, compañeros de trabajo, colegas, y por supuesto los sacerdotes, pastores y catequistas nos convertimos en consejeros conyugales donde con sutileza, afecto, respeto y consideración nos atrevemos a mediar en los conflictos de las parejas para buscar arreglo y reconciliación, apaciguamiento y cese de agresión, y hasta de un perdón lleno de amor. En el exilio estas figuras para la consejería no existen, porque no las hay. Y si alguno se atreve a prestar este servicio de consejero tutorial pudiera salir chispeado por la intransigencia y obcecación de las parejas en conflicto, aquí un simple lío es una complicación explosiva. En el extranjero las parejas enfrentadas son juez, parte, acusador, testigos, alguaciles y verdugos al mismo tiempo.
Las consecuencias de esta lamentable realidad son nefastas. Al hablar de los “ex” se habla de dolor, sufrimiento y pena. Siempre hay uno feliz y libre; y otro fracasado y dolido. Cuando ambos “ex” están en la misma situación emocional –de dolor o gozo- es porque en el caso del dolor, no hubo “jueces de paz”, y en el caso de gozo, es porque nunca debieron unirse en matrimonio. Esto no es absoluto, pero se acerca muy lindante a la realidad.
En todo caso en las rupturas conyugales, la vida no se acaba. Hay necesidad de afrontar nuevos retos de forma individual y profundos sentimientos de reiniciar la vida desafiando las nuevas circunstancias. Se debe superar las fases de la depresión, enojo, sentido de culpabilidad, odio, confusión, remordimiento y enojos. Si hay hijos se debe respetar el rol que a cada quien le corresponde. El contacto debe ser sin agresión, sin violencia y sin histeria por la historia. Los hijos son víctimas del fracaso de sus padres y mártires emocionales del error de sus progenitores. Los amigos no son una mercancía para repartírselas de acuerdo a intereses personales. Los amigos de los “ex” serán siempre amigos. Las amistades deben actuar con inteligencia y comprensión. Los familiares no deben crear bandos de ataques ni formar trincheras ofensivas. Todo sigue igual desde el ámbito humano, el cambio fue para los que vivían en la alcoba conyugal que luego se convirtió en fosa visceral.
Si al leer este este artículo pudieras acompañarme en una oración, te invito a orar por los matrimonios en crisis que encuentran la reconciliación, muy especialmente pide por tu matrimonio si se identifica con esta plegaria: Oremos, Mi Dios y mi todo de Eterna Misericordia. Gracias a ti he encontrado a la persona con la que deseo estar. Ya nos sentimos listos para dar este gran paso. Unirnos para el resto de nuestras vidas. Por eso hoy acudimos a ti. Has estado en nuestros momentos difíciles. Nos has acompañado a lo largo de nuestras vidas. Y queremos que estés a nuestro lado. En este momento tan especial para nosotros. Ponemos en tus manos nuestra unión porque sabemos que así estará segura. Nunca nos abandones Padre. Te necesitamos hasta el fin de nuestros días. Que María Reina de los Hogares y modelo de toda fe nos encomiende en sus oraciones. Amén.
Padre José Palmar Morales
Sacerdote venezolano en el exilio
@PadreJosePalmar