Hugo Delgado: Políticos sin escrúpulos

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“La política es, en cierto sentido, la toma de decisiones por medios públicos”, escribió Karl Deutch, una tarea compleja, de difícil estudio y comprensión, porque en ella inciden numerosas variables naturales y emocionales, que hacen de su entendimiento una tarea titánica. Observando el acontecer latinoamericano de los últimos meses, se reafirma la hipótesis de la inexistencia de escrúpulos en gran parte de su dirigencia política –principalmente izquierdista-, al punto que poco importa el fin último de su razón de ser: el ciudadano y sus intereses. Él es un mero instrumento de manipulación.

La política, según Deutch, implica reconocer lo que es importante (influencia en los acontecimientos), valioso (influencia sobre los valores) y verdadero (resisten la verificación práctica y experimental), es decir, es una función social que permite predecir resultados y/o influir en ellos, en confluencia con los valores y la praxis.

La política, en todo caso, buscaría el bien común, y los políticos fieles a ese precepto deberían respetar la diversidad de pensamiento y a las minorías, y utilizar de forma óptima y honesta los recursos públicos, todo en función de lograr el bienestar general. Pero al revisar el acontecer de Latinoamérica (sin obviar lo ocurrido en otros continentes) se puede deducir la capacidad destructiva de su dirigencia política, su escasa intencionalidad de utilizar los canales institucionales y organizacionales madurados por la sociedad, para resolver los asuntos estructurales y las demandas de cambio cuando la madurez conduce a tomar decisiones o modificar leyes y organismos –por ejemplo- y facilitar los procesos transformadores.

No importa en cual lado estés en el espectro político. Lo importante es que cada opción propuesta que hoy puede ser mayoría y mañana minoría, esté acorde con las mejores aspiraciones sociales. En los últimos meses, la dirigencia izquierdista latinoamericana que dominó la mayor parte de las dos últimas décadas la política en varios de sus países, se ha volcado a exigir violentamente lo que ellos no hicieron. Por el contrario, desaprovechando la década de oro de las materias primas, desataron una de las peores etapas de corrupción del continente –caso Odebrecht-, con el agravante de generar una red clientelar y dadivosa que solo prolongó la pobreza de grandes masas, sin resolver los asuntos estructurales.

Si bien es cierto que Latinoamérica refleja grandes desequilibrios en materia de distribución de la riqueza e inclusión social, también lo es que existen avances en muchas de las áreas criticadas por la izquierda chilena, venezolana, colombiana, argentina, brasileña, ecuatoriana y peruana, principalmente. Igualmente si existen esos problemas ellos son cómplices porque fueron gobernantes, es decir, no están exentos de culpa.

Lo más negativo es la obsesión por el poder desatado en el continente, cumpliendo el mandato del comunismo liderado por la Rusia de Vladimir Putin, y ejecutado magistralmente por la Cuba de Fidel y Raúl Castro y los miembros del Foro de Sao Pablo, del cual es coautor el corrupto ex mandatario brasileño, Ignacio Lula da Silva. ¿Qué pude mostrar en macro la izquierda latinoamericana? Corrupción e ineficiencia. Sus máximos representantes tienen casos abiertos por manejo doloso de recursos, abuso de poder y endeudamiento ilegal público. El robo de los recursos al que se dedicaron, es un crimen de lesa humanidad porque sus consecuencias son nefastas para la sociedad y sus generaciones futuras. Lo peor fue que disfrazaron proyectos políticos con planes sociales, por eso la mayoría fracasaron, tal como ocurrió con Barrio Adentro en Venezuela, ahora adornado por más de dos mil edificaciones casi todas clausuradas o con servicios deficientes.

La izquierda latinoamericana es buena criticando pero mala gobernando. Son expertos en manipular los problemas sociales y venden la idea de ser los luchadores quijotescos de las reivindicaciones de los pobres, los niños, derechos humanos, la cultura, la ecología y todo asunto digno de reclamar. Es el caso del ex alcalde de la capital colombiana Bogotá, Gustavo Petro, a quien se le abrieron varios expedientes por corrupción y dejó vuelta un caos la ciudad, y ahora asumió, vendiendo una falsa moral, el mandato del Foro de Sao Pablo de atacar al gobierno de Iván Duque, por la vía de una aparente protesta pacífica, pero cuyo fin es generar el caos y la violencia.

En la contraparte, los partidos de centro derecha tampoco hacen mucho para diferenciarse. El escándalo Odebrecht demostró que en materia de corrupción el color poco importa. Tienen deficiencias para promover sus logros y defender la institucionalidad democrática, ahora avasallada por la escalada internacional del comunismo.

Decía el extinto periodista y amigo, Antonio Marcano, que la historia de la humanidad está marcada por el poder. La izquierda latinoamericana respondiendo a los preceptos marxistas cree que debe eternizarse en él, porque se consideran la última fase del desarrollo de la humanidad, tal como lo planteo Carlos Marx. Y en la contraparte, las organizaciones democráticas se han dedicado a utilizarla, no como un vía para alcanzar un fin, sino como un fin en si misma, desvirtuándola totalmente.

La historia política de la humanidad es rica en ejemplos de obsesionados con el poder. De organizaciones y líderes que desvirtuaron la esencia de la política. Venezuela es muestra de los desmanes de personeros egocentristas, resentidos, controladores, corruptos e ineptos que lo han utilizado para perpetuarse en él, no importan las consecuencias, el sufrimiento de las mayorías, la destrucción de la estructura productiva nacional, el deterioro de la calidad de vida, la entrega de la soberanía a intereses foráneos, la violación de los derechos humano y sobre todo, el engaño generalizado a los venezolanos.

En Venezuela, la degeneración social y política cierra las posibilidades de tener un futuro mejor. Su dirigencia chavista u opositora se acostumbró a vivir de la crisis (desde sus respectivas visiones) y tampoco están muy interesadas en construir opciones para salir de la crítica situación; los intereses ciudadanos no importan; empresarios, políticos, militares, cuerpos policiales, la gente común, aprendieron a sobrevivir en medio de esta descomposición que arrasa con los valores, normas de convivencia e instituciones. Es un estado de zozobra difícil de descifrar porque el concepto de país desapareció. La barbarie de la independencia, la guerra federal y el militarismo, volvió con sus demoledoras lecciones que no se terminan de aprender y vuelven a repetirse.

@hdelgado10