Es cuestión de presión y tiempo para cerrar este fatídico episodio histórico, pero no del tiempo del desespero. El chavismo como propuesta política y social fracasó hace varios años, incluso con Hugo Chávez vivo. La razón, sus propuestas, la que muchos justificaron y creyeron como novedosas, fueron solamente una extensión del modelo rentista petrolero, que en su praxis no se diferenciaba de los agotados gobiernos adecos y copeyanos, basados en la dádiva, la prebenda, el amiguismo y la rosca que tomaba las decisiones desde Caracas; gracias a los petrodólares norteamericanos compraron alianzas nacionales e internacionales y las conciencias de los votantes, a través de sus manipulados programas sociales, bonos, becas, planes de vivienda, etc.
La propuesta económica quedó relegada porque fue el mismo Chávez, quien lo hizo con su “como vamos viendo, vamos haciendo” y su énfasis en subyugar lo económico a los intereses políticos. Era lógico que el petróleo como arma política mantendría su rango de importancia, porque con el pasar de los años la dependencia aumentó hasta convertirse en el único ingreso legal de divisas en la economía, subyugando todo el aparato productivo al control absoluto del gobierno, a través de sus mecanismos de distribución (Cadivi).
Chávez utilizó el petróleo como arma política y con una distorsionada ideología basada en el pensamiento enciclopedista francés (fundamento del capitalismo) de Simón Bolívar y el socialismo camaleónico denominado del siglo XXI, propuesto por el profesor alemán de la Universidad de México, Heinz Dieterich (crítico al final del comandante eterno y de Nicolás Maduro), y considerando otros aspectos del modelo revolucionario cubano; logró vender la idea esperanzadora a los venezolanos y a una izquierda latinoamericana desubicada luego de la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) y con plena añoranza de la Guerra Fría.
He ahí la esencia del fracaso. Con un mundo en vertiginosa carrera hacia exigentes desarrollos que demandan instituciones sólidas, modelos públicos, privados e individuales acordes con los nuevos retos; líderes políticos, sociales y económicos interpretadores de esa dinámica de la humanidad; sistemas educativos adaptados a las nuevas necesidades de formación; es absurdo seguir creyendo que con los viejos resabios del pensamiento militar de la independencia, una cultura petrolera agonizante y un fracasado socialismo, se puede fundamentar la Venezuela del siglo XXI.
Desde el punto de vista geopolítico, escribe Rafael Rojas del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México (La Paradoja del Imperialismo Dependiente, El País 16 de enero de 2020), “Chávez buscó, a su vez, una interlocución privilegiada con otros rivales de Estados Unidos en el mundo: Rusia, Bielorrusia, China, Irán, Libia, Siria, Turquía… Sin embargo, no todos los gobiernos bolivarianos se involucraron con la misma intensidad en aquellas redes. Gobernantes como Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia no acompañaron plenamente la geopolítica de Chávez y los Castro”.
Ofuscado por el derrumbe soviético, Fidel Castro en su intento por sobrevivir, construyó con el corrupto ex presidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva, el Foro de Sao Pablo (julio de 1990), que luego de ejercitar el poder con varios de sus discípulos en diferentes países latinoamericanos, también fracasó, simplemente porque sus propuestas se basaron en un socialismo ineficiente, el control obsesivo del poder, la obsolescencia y la dadiva como política asistencial y reproductora de pobreza.
Chávez buscó alianzas desesperadas, pero como insiste el investigador mexicano, Rafael Rojas, “China y Rusia –por no hablar de Turquía o Irán- no son estados con prioridades en el desarrollo regional de América Latina, como sí lo fue la Unión Soviética en Europa del Este y Cuba hasta los años 80. Pero a la vez, las políticas económicas de los miembros centrales del Alba siguen atadas a la planificación estatal, como en Cuba, o al extractivismo energético como en Venezuela. Más que de Rusia o China esas economías dependen crecientemente de Estados Unidos. De ahí la insistencia de La Habana y Caracas en la derogación de sanciones: una paradoja –la del antimperialismo dependiente-, que, por lo visto, no saben aprovechar los diseñadores de la política latinoamericana en Washington”.
Respondiendo más al pensamiento de la anquilosada confrontación soviético-estadounidense, Chávez vendió una propuesta obsoleta solo arraigada en grupos izquierdistas anclados en el pasado, resentidos. frustrados y excluidos de algunos privilegios sociales, divorciada totalmente de los intereses de una sociedad que demandaba espacios de participación, mayor y mejor formación educativa, creatividad, justicia, manejo transparente de los recursos públicos, tecnología de punta, servicios públicos de calidad, puestos de trabajo competitivos y políticas ambientalistas para garantizar la vida de las futuras generaciones y resguardaran los recursos naturales.
De esto último, nada ocurre en la Venezuela del régimen chavista. Su fracaso es contundente, solo queda el uso de la fuerza y la mentira, y si la tragedia no termina, es porque más allá de las alianzas internas y externas del ilegítimo gobierno dirigido por la marioneta cubana, Nicolás Maduro, y su control de la estructura formal del Estado; existe un liderazgo opositor que tampoco muestra un interés profundo por unirse y proponer una salida contundente del régimen que supere el agotado modelo social rentista. Ese es el verdadero reto, el de hacer ciudades para los ciudadanos, el de hacer una democracia para demócratas, como lo afirma el SJ Mikel de Viana
@hdelgado10